ALPINISMO

Soy una completa inepta para las matemáticas, así que ¿por qué he cogido un libro cuya trama principal se basa en fórmulas incomprensibles para mí, diagramas y tablas? La razón es doble. En primer lugar, porque estas misteriosas especulaciones también tienen sus protagonistas y merece la pena leer un poco sobre sus historias personales. El protagonista principal es, obviamente, Pierre de Fermat (de ahí el título), un matemático francés del siglo XVII, autor de algunos trabajos pioneros. Pero nadie se acuerda ya de ellos. Su fama se debe a un teorema que se encontró entre sus anotaciones. En ellas se sugería que había conseguido demostrar su teorema. Desgraciadamente, nunca se consiguió encontrar dicha demostración. Hoy se tiene casi por seguro que Fermat nunca consiguió resolver dar algunos pequeños pasos y otros de gigante. Penosa y dilatada fue la andadura de su teorema durante más de tres siglos y medio. Y a su paso surgieron todos los dramas humanos posibles que derivan del triunfo prematuro, el desengaño y la no siempre honesta rivalidad. Hubo incluso un duelo y un suicidio. Pero también hubo tiempo para la bella colaboración entre colegas, la ayuda desinteresada, el revelador ingenio y la perseverancia que es digna de admiración. Las mentes más dotadas trataron de hacer frente a ese rompecabezas. Solamente el genial Gauss abandonó tras dos semanas de trabajo. Pronto comprendió que la demostración de ese teorema exigía métodos desconocidos hasta la fecha y que, si quería él mismo idearlos y probarlos, necesitaría vivir doscientos años más y desatender cualquier otra ocupación. Y tuvo una vida relativamente larga: vivió cerca de setenta y ocho años, de los cuales, setenta y cinco estuvieron al servicio de las matemáticas. Y no, no es un error de imprenta: Gauss entró en el reino de los números a los tres años de edad, siendo un muchacho enternecedoramente brillante. Y la segunda razón por la que compré el libro: unos meses antes había visto un programa del canal Planète en el que aparecía un inglés llamado Andrew Viles, quien en el año 1995 resolvió finalmente el problema de Fermat. En total, había trabajado en el teorema durante ocho años, siete de ellos en secreto. Cuando se dio cuenta de que lo había conseguido, envió sus resultados a todos los centros matemáticos había cometido un pequeño error y su construcción se vino abajo como si de un castillo de naipes se tratase... Cualquier otro se hubiese derrumbado, pero él no, el profesor Viles no lo hizo. Trabajó durante otro año más con una terquedad maníaca y completamente aislado de los problemas mundanales. Y esta vez tuvo un inesperado momento de revelación, y gritó: ¡Eureka! Lo contemplaba fascinada. A pesar de encontrarse cerca de los cuarenta, parecía un colegial que, al ser sacado a la pizarra, dudaba de que dos y dos fuesen cuatro. No mostraban a su esposa, pero, con toda seguridad, fue ella quien le hizo el nudo de la corbata y le ató los cordones de los zapatos. Sin lugar a dudas es una persona que lo acepta tal cual es y que sabe que si decide marcharse de casa, aunque sea solamente por un día, su marido comenzará a telefonear a sus amigos pidiendo información sobre cómo hervir el agua para el té y qué cacharros hacen falta para prepararlo... Si he animado a alguien a comprar el libro, únicamente le pido una cosa: no pregunte para qué han servido todos estos siglos de alpinismo. A los matemáticos y a los escaladores no se les hacen ese tipo de preguntas.

El último teorema de Fermat, Amir D. Aczel, traducción del inglés de Paweł Strzelecki. Varsovia: Wydawnictwo Proxy i S-ka, 1998.

 

Lecturas no obligatorias: Prosas
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