WILLEM KOLFF

¿Willem Kolff? ¿Quién era Willem Kolff? ¿Un político, un cantante, un actor, un timador internacional? Un torbellino de nombres gira sin cesar a nuestro alrededor. Entran por un oído y salen por el otro. La mayoría de ellos no los recordaremos mañana, pero eso no nos importa. Creemos en la existencia de una Criba Temporal justa que va tamizando la arena hasta que al final solo quedan terroncillos dorados: esos nombres que realmente merece la pena recordar. Es una imagen hermosa, ¿pero acaso es siempre fiel a la realidad? Mucho me temo que esa Criba Temporal se ha resquebrajado por algunos sitios y se han desperdigado al mismo tiempo muchos de esos terroncillos dorados y arena. Willem Kolff es un nombre que, quizás, aún resulte familiar para algunos especialistas, pero no para el resto, aunque bien merezca un lugar de honor en la memoria colectiva. Kolff fue el médico holandés que ideó y fabricó el primer riñón artificial. Este aparato (a decir verdad, un tanto incómodo de usar) es hasta el día de hoy la única salvación que tienen los enfermos que esperan un trasplante de riñón. Kolff ni siquiera pudo llegar a imaginarse los trasplantes; él solamente pretendía sustituir los riñones enfermos y disfuncionales hasta que (si había suerte) pudiesen sanar y volviesen a realizar sus funciones. Las condiciones bajo las que Kolff efectuó sus primeras pruebas de provincias poco apto para este tipo de fantasías; y todo ello durante la ocupación alemana. Le faltaba de todo: agujas de sutura (las que tenía estaban oxidadas de tanto uso), tubos endotraqueales y demás utensilios médicos. Algunas partes de la maquinaria había que encargárselas a un tonelero local, y algunos elementos de chapa esmaltada se conseguían ilegalmente en una pequeña fábrica de los alrededores. El material con el que se filtraba la sangre infectada, es decir, el componente esencial de la maquinaria, se robaba de una charcutería, ya que se hacía con la envoltura artificial de las salchichas... A menudo, esas envolturas reventaban y la sangre y los fluidos de la diálisis se derramaban por el suelo. El personal pasaba horas enteras de pie sobre ladrillos que se disponían sobre el suelo, ya que también carecían de calzado impermeable. Los alemanes iban de aquí para allá, por todas partes, controlándolo todo. El argumento de que en la enigmática sala 12-a se estaba trabajando por el bien de la humanidad no hubiese bastado para convencerlos. Solo se podía trabajar para el III Reich; todo lo demás olía a sabotaje. Los experimentos de Kolff no culminaron con éxito de inmediato, sino que fue sucesivamente alargando la vida de los enfermos: un día, dos, una semana... Finalmente, un año después de que acabase la guerra, llegó la victoria: un paciente se salvó por primera vez gracias a su riñón artificial. Poco después, Kolff y su máquina partieron hacia los Estados Unidos, donde no dejó de perfeccionarla y modernizarla. Es deben la vida... El libro de Thorwald está —tal y como se indica en el título— dedicado a los pacientes, pero, cuando se da la ocasión, claro está, también habla sobre los médicos. Es así como encontré a Willem Kolff y, de alguna manera, he sido incapaz de no escribir sobre él. Más aún al saber que en nuestra Gran Enciclopedia Universal ni siquiera hay una humilde referencia a su figura; ni dos líneas...

Pacientes, Willem Kolff, traducción de Mieczysław Oziembłowski. Cracovia: Wydawnictwo Literackie, 1994.

 

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