ESE ES EL ESPÍRITU
La astrología, la alquimia, la adivinación, la magia blanca y la negra, la numerología, la quiromancia, la necromancia, la frenología, la teosofía, el ocultismo, dos estos asuntos en el mismo saco y lo han agitado fuertemente. Sobre cada uno de ellos ha recaído, más o menos, la misma porción de menosprecio y compasión. Personalmente, preferiría una cierta jerarquía, ya que no todas las manías son iguales. La creencia en el diablo solía tener unas consecuencias sociales diferentes a las de la bonachona búsqueda de la piedra filosofal, y se hace difícil poner en duda la autenticidad del fenómeno de la telepatía con el mismo vigor con el que se critica la existencia de los duendes. La parte más consistente del libro es la descripción del trasfondo costumbrista e histórico de las creencias, así como el retrato biográfico de los magos más destacados, profetas y fundadores de sectas. Los autores han escogido casos particularmente extremos en los que el fanatismo se une a la charlatanería. Ante nuestros ojos desfila un cortejo de personajes inverosímilmente excéntricos, tanto es así que parece como si un talentoso surrealista los hubiese imaginado. Pero que nadie crea que el ejercicio de la hechicería ha sido alguna vez una vida fácil o un camino de rosas. Estas gentes solían llevar un modo de vida bastante peligroso y nómada. Sin un instante de descanso, en constante tensión, vigilancia, cautela y con la necesidad de causar una extraordinaria impresión. Escribían de un modo incesante cartas, manifiestos y confesiones reveladoras (estas últimas en nombre de espíritus que no tenían ganas de escribir). Los hechizos requerían el uso de aparatos secretos y una cuidamentos podían fallar, los ayudantes podían delatarles y los fieles irse en masa a la competencia. El alquimista S ˛
edziwój se casó con la viuda anciana de otro alquimista suponiendo (en vano, dicho sea de paso) que esta conocía los secretos del difunto. La teósofa Madame Blavatsky, una dama de unos ciento veinte quilos de peso, se vio obligada a esconderse debajo de la falda un organillo que emitía música celestial. Otra dama, Mary Baker Eddy (más seca que un palo), afirmaba que era capaz de caminar sobre las aguas. ¿Qué otras cosas habría hecho posibles para que la gente la creyese fielmente y no le exigiese pruebas que lo demostraran...? El cabalista Mathers se vio obligado a jugar repetidas veces al ajedrez con un espectro, lo que a la larga se hizo muy pesado y se convirtió en una demostración de paciencia. Los grandes médiums debían ejercitarse durante mucho tiempo a escondidas para obtener los resultados esperados en las sesiones. Levantar una mesa con la ayuda de un tenedorcillo escondido en la manga no sale a la primera. Solo se consigue con trabajo, trabajo y más trabajo.
Espíritus, estrellas y hechizos, L. Sprague de Camp y Catherine C. de Camp, traducción del inglés de Wacław Niepokólczycki, epílogo de Jerzy Prokopiuk. Varsovia: Pa´nstwowe Wydawnictwo Naukowe, 1970.