EXTRAVANCIA DEL CAMINANTE SOLITARIO

El turista de a pie es un individuo que parte de un punto A y llega a un punto B valiéndose únicamente de sus piernas, incluso aunque existan otros medios de comunicación entre esos puntos A y B. El turista de a pie llega a ese punto B mucho más tarde que cualquier otro que vaya en tren o en autobús; y al final del trayecto se encuentra también mucho más cansado, mugriento, famélico y orgulloso de sí mismo. Este tipo de turista es visto por la sociedad como una figura cómica o seria, extravagante o común, según si viaja solo

o en grupo. Mientras viaje en grupo, no hay ningún problema. La pertenencia a un colectivo consagra cada uno de sus pasos, y coloca sobre su cabeza la aureola de una necesidad superior. Caminan porque deben, pensamos nosotros cuando vemos un intrépido grupo de jóvenes exploradores o de estudiantes ataviados con mochilas. Caminan porque es sano, porque son jóvenes, porque gozan de vacaciones. Por el contrario, el turista solitario despierta extrañeza y desconfianza. El echar a andar hacia un lugar al que se puede llegar de otras maneras, o martirizarse a uno mismo haciendo el camino más largo con tal de evitar la tentación de hacer autostop en las vías convencionales, solo puede deberse a la más completa extravagancia. Por ello, el individuo entrado ya en años que proyecta pasar sus vacaciones andando por ahí solo, en pareja o, justificarse continuamente delante de la familia y los compañeros de trabajo. El argumento de que, simplemente, le gusta andar topa con el descrédito absoluto. Alguien me dijo no hace mucho que a cierto testarudo caminante solitario le tocó un coche. Pero ni por esas cambió. En su primer día de vacaciones, cerró el coche en el garaje y echó a andar desde Wrocław en dirección a Kołobrzeg. Hasta sus amigos más cercanos entendieron aquel día que algo en su cabeza no funcionaba demasiado bien. Al parecer, resulta muy sencillo escandalizar a la gente de hoy en día. A Salvador Dalí le cuesta el sudor de su frente conseguir el calificativo de excéntrico; sus extravagancias requieren una costosa escenificación y publicidad y, al final, acaban por no extrañar ya a nadie. A este señor de Wrocław, en cambio, le salió el numerito más barato y resultón. Por esta vía le mando mis más sinceros saludos. Pero dedicaré ahora algunas palabras al libro que tengo frente a mí. El título y la imagen de la portada aluden a un único individuo. Sin embargo, el texto demuestra que el autor se dirige a los turistas como a un colectivo, sea cual sea su medio de transporte: vengan en coche, caminando o en avión (para los que vienen en avión sigue siendo un raid...). La edición también se decanta por las masas, dado que la tirada asciende a veinte mil ejemplares. El número de auténticos turistas solitarios

es probablemente mucho menor, una cantidad que va disminuyendo progresivamente. Me parece que solo será a partir de la próxima generación cuando caminar se convierta en algo vanguardista.

Vademecum del turista a pie, Stefan Sosnowski, Varsovia: «Sport i Turystyka», 1972.

 

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