EL ENCLENQUE

En su último capítulo, el libro Cómo potenciar nuestra fuerza y agilidad nos previene contra los ejercicios que conducen a la obtención de unos músculos excesivamente bulbosos, pero no sé si se trata de un consejo sincero, dado que todas las ilustraciones de la obra representan a culturistas. Pese a las apariencias, no soy en absoluto una enemiga de los culturistas. No tengo nada contra los músculos lisos

o estriados. Seguramente, Bruno Miecugow es mucho más cruel que yo cuando afirma que los culturistas son, justamente, ese eslabón perdido que buscaban los antropólogos con sus palas en innumerables excavaciones. Dicho sea de paso, no creo que los culturistas sean ese eslabón tan buscado. Lo que les hace extraordinarios es justamente que nacen como personas corrientes y alcanzan esa exuberancia solo a través de un camino de terribles esfuerzos y privaciones. Por ejemplo, Max Sick, quien más tarde se convertiría en uno de los mejores culturistas, era un muchacho enclenque en la escuela, víctima de aquellos compañeros que eran más fuertes que él. ¿Y qué pasa con Sandow? A Sandow le dio calabazas una muchacha que, además, le dijo de golpe y porrazo: «Tus brazos y tu hundida caja torácica me parecen repugnantes...». Sospecho que en muchas de las biografías de otros tantos culturistas podríamos enconmujer. El repudiado Sandow se entregó en cuerpo y alma a su caja torácica y a sus extremidades. Tras algunos años de entrenamiento con pesas consiguió un cuerpo escultural. ¿Qué pasó con aquella chica? La historia no tiene respuesta para esa pregunta. No sabemos si se lanzó o no arrepentida a los bíceps de Sandow. Por cuanto sé sobre la vida y su propensión a finales burlones, las cosas siempre salen al revés. La muchacha, poco después, se casó con un delgaducho normal y corriente, del cual se enamoró, pues ya se sabe: el amor es ciego. Y, mientras Sandow se ejercitaba en el suelo sin cesar, levantando la pierna derecha o la izquierda y extendiendo alternativamente sus brazos en horizontal, la muy ingrata daba a luz a su alfeñique tercer hijo, encantada de que se pareciese tanto a su padre. Después de todo, meditando sobre el destino de Sandow, he llegado a sentir un sincero afecto por él. Su insensata tenacidad, esa con la que desarrolló todos sus músculos (entre otros, el deltoides y el glúteo, el serrato mayor y el pectoral mayor, el abdominal oblicuo y el músculo tibial anterior), nunca le ha causado el menor daño a nadie, y eso ya es mucho en este poco amable mundo.

Cómo potenciar nuestra fuerza y agilidad, Stanisław Zakrzewski, Varsovia: «Sport i Turystyka», 2.ª edición, 1976.

 

Lecturas no obligatorias: Prosas
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