ABRAZOS PARA LA HUMANIDAD

La autora da la impresión de ser una persona que cree verdaderamente en lo que escribe, y escribe que las personas serían incomparablemente más felices si se abrazasen las unas a las otras más a menudo. Se entiende que son abrazos entre amigos, sin mayores intenciones. Bueno, ¿y por qué no?... Lo único que me preocupa de todo esto es la necesidad de intensificar estos abrazos en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, se sabe que una acción repetida en exceso se vuelve anodina y pierde su significado intrínseco. En las series americanas, los personajes se abrazan cada tres minutos y medio, lo que no indica, pese a todo, que de esa manera se olviden todas las intrigas, rencores y malentendidos, ni que la serie, programada para tener doscientos episodios, vaya a terminarse prematuramente. La vida real no es diferente. En particular, nosotros, los polacos, sabemos de lo que hablamos. Nunca nos hemos abrazado tan gremialmente, con tanto gusto, avidez y estruendo como en el período sajón, y nada bueno salió de todo aquello. Kathleen Keating es americana, por ese motivo el entusiasmo se apodera de ella más fácilmente. Encontramos en este libro instrucciones detalladas sobre a quién debemos abrazar, dónde, cuándo, de qué manera y por qué. Pero vayamos por partes. A quién: obviamente, a alguien que se deje; cuándo, dónde: pues en todas partes y a cualquier hora. En el taller, en la cocina, delante del cine, en el cine, en clase, mientras corres para coger el autobús (¿eh?), en una sesión plenaria (!), mientras coges fresas (¡!), mientras clasificas las cartas en la oficina de correos (¿?¡!), o incluso (¿cómo diablos se le habrá ocurrido?) en un excavación arqueológica. De qué manera: ¡vaya, de muchas! Está el abrazo «del oso», el abrazo «sandwich», el abrazo «de costado», el abrazo «por la espalda» y muchos otros. Y por qué se supone que tenemos que hacer todo esto: pues para mostrar nuestros democráticos y altruistas sentimientos; y si, además, resulta que nos damos un buen revolcón en plena naturaleza, pues también es ecológico. Además, abrazar a alguien fortalece nuestro sistema nervioso, hace que comamos menos (lo que facilita el mantenimiento de una figura esbelta), desarrolla nuestros músculos al obligarnos a ejecutar diversos movimientos y ralentiza el proceso del envejecimiento. ¿Cómo iba a burlarme yo de promesas tan agradables como estas? Sin embargo, debo reconocer que me siento aliviada al pensar que la autora vive bien lejos, allá, en la otra parte del océano. Si fuese mi vecina y, además, le gustase la jardinería, me vería obligada a salir de casa a hurtadillas y a tener que buscar el momento oportuno para cruzar el jardín (quizás cuando la señorita Kathleen estuviese cavando de espaldas a mí). En caso dad reglamentario y, lo que es más, me vería obligada a responder a él. Y, de esa manera, nos quedaríamos las dos inmóviles en nuestro abrazo varias veces al día. Ella —seguro— con la intención de rejuvenecerme. Y yo, en cambio, por culpa de ese jardín que —quién sabe— a lo mejor hasta esconde restos arqueológicos.

El pequeño libro de los abrazos, Kathleen Keating, dibujos de Mimi Noland, traducción del inglés de Dariusz Rossowski. Wydawnictwo Ravi, 1995.

 

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