ARBUSTOS ROMANOS
Pocos son los que tienen en cuenta que los textos antiguos que conocemos no derivan de los originales, sino de copias. Y, por lo general, de copias muchas veces transcritas, realizadas en diferentes épocas y con otras intenciones. ¿En qué medida son creíbles esos textos? Incluso los escribas más escrupulosos podían dejarse algo alguna vez, o tergiversarlo. Aparte de eso, el que les pagaba podía también exigirle algunas modificaciones, sobre todo si la obra se refería a un pasado que ya nadie recordaba. Por ejemplo, en la Roma del siglo IV a.C. había algunas familias muy ambiciosas interesadas en ser descendientes del mítico Eneas o, en caso extremo, del posterior, aunque no por eso menos legendario, Rómulo. Por eso, los escribas de los libros antiguos introducían siempre que podían todos esos supuestos antepasados, atribuyéndoles, como es de suponer, hechos heroicos (la mayor parte de las veces tomados de otras mitologías), y los cubrían de títulos que ni siquiera existían en aquellos remotos tiempos. Pero, ¿para qué hablar de los escribas? Esas familias eran tan ricas que compraban el trabajo aún inédito de los historiadores para su única y personal gloria. Pero también, si se presentaba la oportunidad, para dar el golpe de gracia a las familias rivales, para las cuales fabricaban antepasados cobardes y traidores. A los intereses familiares se unió poco después el brillante camino que arrancaba en los sombríos matorrales de los mitos y las leyendas y guiaba a los romanos de victoria en victoria. Era, en realidad, un camino arduo y un tanto intrincado, invisible incluso en algunos de sus tramos... Estaba, por ejemplo, el detestable inconveniente de los reyes romanos que, por desgracia, tenían nombres etruscos. Estaba también el problema de esos enemigos a quienes los valerosos romanos habían asestado una derrota «aplastante» en todas las batallas y que luego, muy poco tiempo después, debían volver a hacer frente en otro combate para de nuevo hacerles morder el polvo. Sin embargo, pese a todo, parece ser que el difunto siempre conseguía rearmarse y encontrar aliados poderosos. También surgían dudas de carácter moral. Tal y como reza el mito, la ciudad de Roma (un nombre ciertamente etrusco) fue fundada por dos hermanos: Rómulo y Remo (no hace falta ni decirlo: son nombres etruscos). Desgraciadamente, Rómulo asesinó a su hermano, lo que no encaja en el modelo de virtudes romano. Por eso, comenzaron a circular versiones que atenuaban el fratricidio. Remo era un canalla que ya había merecido la muerte en un centenar de ocasiones; Remo era un canalla, pero fue asesinado por otra persona; Remo era un canalla, pero fue asesinado por accidente; Remo no fue en ningún caso asesinado, sino que simplemente prefería el campo a la ciudad y vivió hasta una edad avanzada en una pequeña casa junto al bosque... La palabra propaganda apenas aparece en el li es que podría haberlo hecho en cada página. El florecimiento absoluto de este arte (a pesar de todo) corresponde al período de Augusto, gracias al excepcional talento de algunos de sus escritores. Los romanos utilizaron su propio pasado como si de una herramienta se tratase. ¿Pero acaso fueron los únicos? Otras mitologías antiguas también muestran indicios de haber sido artísticamente manipuladas. Si se sabe menos sobre ellas es solo porque aún no han topado con su correspondiente Grant. Recomiendo este libro a todas esas personas a las que les gusta, de cuando en cuando, entregarse a esos pensamientos.
Mitos romanos, Michael Grant, Varsovia: Pa´nstwowy Instytut Wydawniczy, 2.ª edición, 1993.