A LA DERIVA

No es suficiente con que giremos junto a la Tierra alrededor de su eje; no basta con dar vueltas laboriosamente, año tras año, alrededor del Sol; ni siquiera es tocado, volemos a toda velocidad hacia quién sabe dónde. Además de esa extraña deriva, el suelo que pisamos se encuentra en constante movimiento. Solo hay que tener en cuenta que, dentro de trescientos millones de años (de aquí nada, en términos temporales), nuestra querida Europa se encontrará en el lugar que ahora ocupa Nueva Zelanda. Supongo que, por entonces, Nueva Zelanda ya habrá amistosamente abandonado su lugar. La visión de este viaje propicia que las dificultades del día a día me resulten más soportables. Hasta el momento, la teoría de la deriva continental solo ha sido parcialmente probada a ojos de los científicos. Pero también es cierto que las investigaciones y las observaciones realizadas son muy recientes. Todo empezó en el año 1912, cuando un meteorólogo alemán, Alfred Wegener, dejó atónito al mundo al afirmar que los continentes van a la deriva sobre la superficie del globo. Al principio solo había un único y enorme continente que se quebró hace doscientos millones de años, desperdigándose sus pedazos y dando origen al Atlántico. En favor de la teoría habla el que las desgarradas líneas costeras (tanto las de Europa occidental y África, como las de todo el litoral oriental americano) encajan claramente, del mismo modo que puede encontrarse una cierta continuidad geológica y una gran similitud en lo que respecta a la fauna del jurásico y su flora. Sin embargo, la afirmación «Teo tiene un perro» no tiene el menor significado para la ciencia. Hace falta demostrar lo siguiente: 1) que Teo es Teo, 2) que un perro es un cualquier niño llamado Teo, y 4) ¿cómo es posible que, precisamente, ese Teo haya llegado a ser el propietario de ese perro en concreto? ¿Deriva continental? Es posible, pero ¿cómo explicarla? Se han arrojado sobre ella muchas dudas, y algunos escépticos han llegado a un refinamiento tal, que incluso el perfecto encaje de las costas supone un argumento en contra de la teoría de Wegener. Porque, ¿cómo es posible que las desgarradas tierras del litoral hayan conservado durante tanto tiempo el contorno inicial?, se preguntan. En el entretanto, Wegener murió en los hielos de Groenlandia, la discusión amainó y el asunto se olvidó. Sin embargo, volvió a ponerse de actualidad con motivo de los descubrimientos que se realizaron en el campo de la radioactividad y el magnetismo terrestre. Con modernos métodos se calculó que Inglaterra e Irlanda se habían desplazado treinta grados al nordeste desde el período triásico hasta la actualidad. Que la península escandinava se levantaba tercamente a razón de un metro cada cien años. Que la dirección del polo magnético terrestre cambia siguiendo un ritmo fijo, y que en las profundidades de los océanos se conserva el registro geológico de todos estos cambios... Podemos esperar —dicen los autores del libro— aún otras revelaciones durante el transcurso de este siglo. La geología —sostienen— se encuentra en el umbral de un gran cambio, tal como le sucedió a la astronomía antes de la aparición de Copérnico y Galileo, a la biología anterior a Darwin o a la física anterior a la mecánica cuántica. La perspectiva que se abre ante no conocedora del principio que rige el movimiento de la corteza terrestre, no se le ocurra la manera de invadir un continente con otro.

La deriva continental, H. Takeuchi, S. Uyeda, H. Kanamori, traducción del inglés (ya que nadie se atrevía con el japonés) de Jedrzej Müller. Varsovia: Pa˛nstwowe Wydawnictwo Naukowe, 1973.

 

Lecturas no obligatorias: Prosas
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