GANGA
Hay diarios y diarios. Están, por ejemplo, los diarios como los de Gombrowicz, pensados desde el inicio para ser publicados y no poner en ningún apuro póstumo a sus autores. Contienen únicamente aquello que el autor proyectó, expresado tal y como quiso. Peor suerte corren los diarios de uso personal: fueron escritos sin la cosmética literaria y la autocensura, serreaccionar de alguna manera ante todo tipo de tensiones, y fueron mantenidos en secreto incluso para con los más allegados. Thomas Mann mantuvo precisamente un diario de este tipo durante toda su vida. Precavidamente consiguió destruir una parte de él y conservó la otra para quemarla más tarde, pero, o bien se olvidó de hacerlo, o simplemente renunció a ello. Nosotros, los lectores, tenemos ahora al alcance de la mano sus confesiones, a lo que obviamente se une el inmenso, aunque equívoco, placer de fisgar y escarbar en los secretos ajenos. Recuerdo la algarabía originada en Alemania con motivo de la aparición de este diario. Todo el mundo se peleaba en aquel entonces por encontrar en la vida del escritor sus errores, sus problemas emocionales, sus juicios precipitados, titubeos, desasosiegos, indicios de un egoísmo despótico o el más mínimo defecto o falta. No es fácil hacerse un examen de conciencia a uno mismo; sin embargo, hacérselo a cualquier otra persona nos resulta fácil y refuerza nuestro convencimiento de que somos mejores. Es por eso que la gente se aprovecha sin restricciones de la ganga que aquí presentamos. Habrá incluso quien arremeta contra este gran escritor con una acusación ciertamente ingenua: que Thomas Mann estaba bastante más preocupado por su propia creación que por la de otros escritores... En la edición polaca de los Diarios, el excelente traductor y autor al mismo tiempo del prólogo tampoco se resiste a la tentación de enumerar escrupulosamente de qué era culmano, marido, padre, amigo, compañero, ciudadano y representante del género humano. Dado que el prólogo no es largo, todos los defectos acaban subordinados por fuerza a la condensación. Ni siquiera se muestran de una forma tan compacta en el texto mismo de los Diarios. Pero, además, este evidencia que no todos los ásperos juicios sobre los demás eran dictados únicamente por el amor propio; no todos los miedos ni las inseguridades eran fruto de una imaginación quimérica; no todas las enfermedades eran hipocondrías; no todos sus dramas vividos se debían únicamente a motivos subjetivos; y que al escritor no le faltaba buena voluntad para cumplir con las obligaciones que se le encomendaban, aunque no siempre lo conseguía ni podía. Hay que reconocer, en resumidas cuentas, que Thomas Mann no era precisamente un santo. Solo queda una cuestión por resolver: ¿existe acaso algo así como una literatura creada por santos? Yo nunca he tenido la suerte de toparme con ella. Todas esas cosas que poseen algunos libros y que me cautivan, divierten, conmueven, incitan a pensar o me ayudan de alguna manera a vivir, fueron creadas por seres mortales muy imperfectos.
Diarios, Thomas Mann, traducción del alemán de Irena y Egona Naganowski, t. I-III. Pozna´n: Dom Wydawniczy Re-bis, 1995.