SOLEDAD CÓSMICA
La vida es caprichosa y exige una combinación de condiciones muy especial; un ejemplo de ello es que no hemos hallado esa composición en ningún otro lugar que no sea nuestro planeta. Esto no excluye que, entre todos los billones y billones de estrellas, no haya sucedido algo similar. Por supuesto, todo puede ser y no es extraño que Olgierd Wołczek, un conocido divulgador del saber en el campo de la astronomía y la astronáutica que ha fallecido recientemente, dedique precisamente su libro a la investigación de este asunto. Este tipo de libros despierta en mí sentimientos contradictorios. Porque, aunque la cuestión de la existencia de vida fuera de la Tierra me interesa realmente, preferiría, sin embargo, que su discusión no fuese zanjada plo, me alegra más que me disgusta el hecho de que, casi con toda probabilidad, no exista vida en ningún otro planeta de nuestro Sistema Solar. Me gusta ser un capricho de la naturaleza sobre este excepcional y único planeta Tierra. Por otro lado, no espero la llegada de ningún extraterrestre y solo creeré en ellos cuando me den un codazo en el costado. Además, ni siquiera sé qué debería esperar de ellos. Quizás solo vengan para hacer una visita a las mariposas azules o a los tisanópteros de la fruta. La convicción de que podrían ayudarnos en todo solo con proponérselo, me parece terriblemente vana. A principios de siglo se pusieron de moda las mesitas giratorias con las que se podía invocar el espíritu de Copérnico con el propósito de enterarse de quién había robado tu anillo favorito, o el espíritu de Sabina, una niña de tres años que anunciaba con precisión dónde y cuándo estallaría la próxima guerra europea. Como se suponía que los espíritus debían saberlo todo, servían para cualquier cosa. Pero... ¿por qué tengo que escribir sobre si creo o no en los extraterrestres? Parece incluso una falta de tacto para con un libro que se sustenta en hechos científicos y que únicamente extrae conclusiones prudentes a partir de ellos. Quizás sea porque opino que creer en la existencia de los extraterrestres también tiene un lado serio: el miedo a la soledad cósmica. No trato de burlarme de ello, sino solo de plantear algunas preguntas. ¿Sería realmente tan terrible esa soledad? ¿Tan insoportable? ¿Tan «fatal y repugnante» como subraya el mismo autor en un mopenosa desesperación enterarnos de que no existe vida más allá de la Tierra? Ya sé, ya sé que ningún científico anunciará esa noticia ni hoy ni mañana, dado que no hay datos suficientes para ello ni manera alguna de descubrirlo en un futuro imaginable. Pero tratemos de reflexionar sobre esa sensacional noticia. ¿Realmente sería la peor noticia imaginable? ¿No podría, por el contrario, fortalecernos, reforzarnos, enseñarnos el respeto mutuo, hacernos pensar un poco en una forma de vida más humana? ¿Diríamos tantas estupideces y mentiríamos a sabiendas de que resuenan en todo el Cosmos? ¿Podría esta simple y extraña vida adquirir finalmente su valor, el que merece, el valor de un fenómeno, de una revelación, el valor de algo sin parangón a escala universal? Todos los directores de escena saben que la pequeña figura de un actor sobre el fondo de cortinas negras de un escenario vacío y enorme deviene monumental a cada palabra o gesto... Y, después de todo, ¿acaso esa soledad que tanto tememos sería realmente como estar solo? ¿Junto a todas esas otras personas, animales y plantas? ¿Podemos llamar soledad a algo tan variado y complejo? Añadiré algo más aún: la idea de la soledad biológica de la Tierra en el Cosmos se les ha ocurrido también a algunos astrofísicos contemporáneos. No a muchos, a decir verdad, pero sí a unos cuantos. Y si se equivocan, ¡qué interesante!, ¿verdad?
El ser humano y otros habitantes del cosmos, Olgierd Wołczek, Wrocław: «Ossolineum», 1983.