FECHAS EXACTAS
En el siglo IX, Europa Occidental se encontraba al borde de un colapso casi mortal. Por el sur la torturaban los ataques y las conquistas de los sarracenos; en el norte y en el sur, los normandos; y al este, los húngaros. Las ciudades eran saqueadas e incendiadas; los templos, destruidos; y el comercio y la agricultura se paralizaron. Eran tiempos de hambre e incivilidad. De la obra de Carlomagno ya solo quedaba el recuerdo. En el siglo X, la situación se estabilizó en cierta manera y, poco a poco, se consiguió restablecer el orden. Comenzó a tomar forma una casta de caballeros y, junto a ella, el derecho feudal, sin lugar a dudas, infinitamente mejor que la anarquía anterior. Y justamente entonces comenzó a propagarse el rumor sobre el inminente fin del mundo anunciado por el Apocalipsis. El año mil debía estar precedido de ominosos signos a los que to. Como resultado, el viejo mundo llegaría a su fin y, con el advenimiento de Cristo en toda su gloria, se erigiría en su lugar el nuevo. Así que la gente comenzó a buscar con insistencia esos signos. Y claro, siempre hay terremotos, se suceden eclipses de Sol y de Luna regularmente, y siempre nace algún que otro ternero con dos cabezas en el establo de alguien. Sin embargo, estos hechos eran ahora signos que anunciaban el fin de todo. Del mismo modo, cualquier hereje o sectario (también entonces muy abundantes), ascendía ahora hasta el rango de mensajero directo del Anticristo. Por tanto, el año mil debió de transcurrir en medio de un terror espantoso y una espera interminable, un ambiente de extrema penitencia y numerosos estallidos de pánico. Así lo indica la tradición posterior. Porque los analistas de aquel tiempo (aunque había pocos, por cierto) no hacen referencia alguna a ese año, por más que anotaran sucesos acaecidos en años anteriores o posteriores, lo cual resulta un tanto extraño. El autor, un eminente medievalista francés, explica esta omisión de un modo bastante convincente: como la profecía no se había cumplido, resultaba un tanto embarazoso escribir que no había pasado nada... El libro aparece en un buen momento. Se acerca el año dos mil y, de nuevo, las inquietudes escatológicas vuelven a colmar los pensamientos de las gentes. No me siento capaz de realizar comparaciones ni hacer análisis. Solo sé una cosa: la sociedad actual aún conserva esa arcaica predilección por las fechas. Creen que es entonces cuando correo he encontrado tres cartas que me informan de ello. La primera me anunciaba, de un modo completamente desinteresado, que el fin del mundo está cerca y pondrá punto final a todos esos insensatos juegos a los que, según dice, he dedicado toda mi vida. La segunda carta (en realidad es un paquete bastante grueso) contiene una descripción de las revelaciones que el remitente ha experimentado durante los últimos tiempos. Se me presenta como un hombre sencillo, consciente de lo mucho que le cuesta escribir, por lo que encarecidamente me insta a que corrija todos sus errores ortográficos y de estilo, e inmediatamente después de ello, le envíe de vuelta su texto. La tercera carta me recuerda que el fin del mundo supone un gran desembolso. Así que el autor, ocupado como está anunciando esta desagradable noticia, me indica su número de cuenta corriente aquí en la Tierra, y me hace saber la suma que le hace falta. Otras cartas ya están en camino.
El año mil, Georges Duby, traducción del francés de Małgorzata Malewicz. Varsovia: Oficyna Wydawnicza Volumen, 1997.