X
Cuando Tolstoi llegó a la clínica el doctor Moore estaba recién desinfectado y lavado. Su cara sólo mostraba un tinte verdoso muy ligero, casi imperceptible, y una profunda preocupación lógica. Le habían acostado en la sala de contagiosos y era vigilado por permanentes enfermeras de turno aisladas con trajes estancos de plástico. Tolstoi fue obligado a vestir uno de ellos y entonces se le autorizó a visitar a Moore.
—Moore, ¿cómo está? —le preguntó, nada más entrar en su habitación.
Moore frunció el entrecejo, extrañado, e incorporándose en la cama lanzó varias miradas escrutadoras.
—¿Quién es usted? No le reconozco dentro de esa bolsa.
—Soy Tolstoi.
—¡Ah! —volvió a tumbarse, lanzando un suspiro de alivio—. Creí que le ocurría algo... No pudimos llamarle esta mañana...
—Sí, ya lo sé.
—Siéntese.
—Gracias.
—¿Y Taw?
—¿Sabe usted que le ha ocurrido?
—Sí, lo mismo que a mí, supongo.
—En efecto. Probablemente le traerán aquí dentro de poco. Ahora debe estar con el doctor Anuil.
—¡Hum! —Moore se removió inquieto entre las sábanas. Vaciló antes de hablar. Y luego, temeroso de recibir una mala respuesta, preguntó con voz insegura—: Tolstoi, ¿cree usted que es epidémico y grave?
—Escuche, Moore... En este informe que tengo entre las manos se indica la naturaleza de ese...: moho... Se trata de una masa integrada por bacterias infradiminutas. Usted, que es tan aficionado a leer ciencia-ficción, identificará este polvillo con alguna novela... Se reproduce muy de prisa. Son hasta el momento indestructibles. No sabemos qué efectos causan.
—Esperemos que no sean mortales —opinó lúgubremente Moore.
Una enfermera enfundada en el traje protector entró en la habitación.
—Señor Tolstoi.
—¿Diga?... Soy yo, el que está sentado...
—Le llaman por el teléfono exterior directo.
—¿Qué pasará ahora?... Disculpe, Moore... Se tratará de algo relacionado con Taw... Volveré pronto...