III

La doctora Gertrude Vickers no era seductora, desde luego. Podía haberlo sido, ya que no estaba mal equipada físicamente. Pero era una belleza rubia y fría, vestida con un traje chaqueta de color gris y una blusa muy poco femenina.

Buchan la "presentó" a los Otros. La relación quedó establecida rápidamente. Se reunieron alrededor de ella con algo semejante al entusiasmo.

Mientras los segundos se convertían en minutos, Buchan y Sykes empezaban a sentirse incómodos, tan fuera de lugar como dos diabéticos en una pastelería. Miss Vickers, desde algún rincón de su conciencia, les oyó rezongar. Se volvió un segundo:

—Gracias, caballeros, puedo cuidar de mí misma.

Duchan y Sykes se miraron el uno al otro, se encogieron de hombros y se marcharon hacia el puesto de guardia.

—¡Oh! Quería preguntarle una cosa —dijo Sykes—. ¿Ha visto los periódicos de la mañana?

—No. ¿Por qué?

Sykes sacó un ejemplar de un periódico local de su cartera de mano y se lo tendió a Buchan. Éste vio los grandes titulares: 0+7 — TODAVÍA SIN RESPUESTA.

Buchan sonrió.

—Bueno, a este periódico le ha dado por ahí. Lo ha estado haciendo a partir de 0 más dos. Llama Día 0 a la fecha en que aterrizaron los Otros.

—No me refiero a eso —dijo Sykes, y señaló un recuadro, en el centro de la primera plana.

Llevaba el encabezamiento ¿TIENE LA LLAVE EL AMOR?, y decía:

Ayer fueron admitidas dos mujeres en la Nave, la segunda de ellas por el propio Jeff Buchan. ¿Se trata acaso de una nueva tentativa de acercamiento? Nuestro enviado especial interrogó a la segunda, Mrs. Robson, una jovial matrona. Mrs. Robson se limitó a sonreír enigmáticamente ante la sugerencia. Admitió que había sido presentada a los Otros, pero se negó a dar más detalles, afirmando que era una empleada del Gobierno.

—¡Santo cielo! —exclamó Buchan—. No se me ocurrió advertirla. Y menos mal que ha mantenido la boca cerrada. No me gustaría que Myers leyera la noticia en los periódicos antes de que le informara yo personalmente. Anoche le di un informe preliminar. Y creo que se alegrará de poder facilitar a la prensa alguna información concreta. Están empezando a pedir nuestras cabezas.

Se sentaron a esperar. Al cabo de media hora enviaron a un centinela a la nave para que comprobara que todo iba bien. El centinela regresó muy intrigado, diciendo se limitaban a permanecer sentados, mirándose mutuamente.

Exactamente dos horas después de haber entrado en la nave, la doctora Vickers descendió por la rampa. Andaba como en éxtasis, con el semblante iluminado por una especie de luz interior. Pero, cuando le dirigieron la palabra, volvió a la normalidad rápida y fácilmente.

—Asombroso —dijo la doctora Vickers—. Realmente asombroso.

No pudieron sacarle nada más hasta que estuvieron en la oficina.

Allí, abrió el tarro de las confidencias.

—Ha sido una experiencia muy interesante, Mr. Buchan. El hecho de que las ideas puedan ser comunicadas sin necesidad de asociarlas a la palabra resulta sorprendente.

—Desde luego —dijo Buchan, tratando de disimular su impaciencia—. Pero, ¿le han dicho de dónde han venido... y por qué?

Miss Vickers le miró fríamente.

—Mr. Buchan, hay ciertas cosas que debe usted comprender. Sin duda le resultará difícil apreciarlo, dado que está excluido de la experiencia, pero existen determinadas leyes de urbanidad, por así decirlo, en la comunicación telepática, que no pueden saltarse a la torera. Una de ellas estipula que no deben formularse preguntas que la otra persona no desea contestar.

Buchan tragó saliva.

—Pero, ¿cómo puede saberse que la otra persona no desea contestar una pregunta sin habérsela formulado?

Miss Vickers sonrió desdeñosamente.

—Lo que yo decía, Mr. Buchan. Tratar de explicárselo sería como explicar el carácter de la música a un sordo.

—¡Oh! ¿De veras?

Buchan empezaba a sentirse irritado por el tono condescendiente de la doctora Vickers.

—No tiene por qué enojarse, Mr. Buchan. Comprendo que se sienta decepcionado, pero no hay modo de evitarlo. Es preferible que acepte las cosas como son.

—De acuerdo, doctora Vickers. ¿Qué averiguó usted, si puede saberse?

Se odió a sí mismo por el tono suplicante que se había deslizado en su voz. Pero aquello pareció ablandar a la rubia amazona.

—No soy astrónoma. Pero es evidente que proceden de otro sistema solar. En cuanto al motivo de su venida, cae de lleno en lo que antes le dije acerca de la urbanidad. La cuestión va asociada a una especie de malestar, de modo que es un tema que no puede ser tocado.

—Pero, ¿no le explicaron por qué escogieron este planeta y por qué, una vez llegados aquí, parecen tan desinteresados por él?

—Mr. Buchan, usted se acerca a ellos desde un punto de vista demasiado materialista, es decir, desde el punto de vista del hombre. —Pronunció la palabra hombre de un modo que hizo estremecer a Buchan—. He llegado a la conclusión de que su aterrizaje fue completamente arbitrario. No sienten curiosidad por nuestra civilización, porque significa muy poco para ellos. No tienen una mentalidad materialista.

—¡Diablo! ¿Con una nave como ésa?

Buchan no pudo evitar que en su voz se reflejara la incredulidad.

—Sí, con una nave como ésa. No puede usted comprenderlo, ¿verdad? Ellos se limitan a utilizar aparatos mecánicos, del mismo modo que... bueno, del mismo modo que un gran compositor puede volar en un aeroplano.

—Pero el compositor no ha construido el avión en el cual vuela —objetó Buchan.

Por un instante, la rubia doctora perdió su impasibilidad, con gran regocijo por parte de Buchan. Pero no tardó en recobrarse.

—¿Por qué no podría hacer ambas cosas una mente superior? Si existe una gran debilidad en nuestra civilización, es porque nos dejamos gobernar por nuestras máquinas. Pero esa gente ha progresado más. Su mayor alegría de vivir, casi su constante ocupación, es una especie de ensueño colectivo, un compartir las infinitas variaciones de los sutiles pensamientos de cada uno de ellos.

—Pero no creo que necesiten aislarse hasta ese punto. ¿O acaso somos demasiado toscos?

—Exactamente. Por lo menos, eso fue lo que pensaron mientras su contacto se limitó a los hombres. Verá, ellos asocian en sus mentes la palabra hablada con la falta de refinamiento y de delicadeza. Ahora están muy interesados en quedarse. Cuando me marché, manifestaron su deseo de que se les facilitara compañía. Femenina, desde luego.

—¿Qué más, Miss Vickers?

—¿Qué más? Nada más. Les he proporcionado toda la información que conseguí reunir.

—Pero, usted estuvo allí dos horas...

—¡Oh! El tiempo no significa nada, Mr. Buchan. Desde luego, hubo mucho más de lo que le he contado, pero usted no podría comprenderlo. Es como una sinfonía. Sí, la analogía con la música es muy adecuada. Una sinfonía puede tardar media hora en ser interpretada, pero el tema consiste solamente en unas cuantas notas. Le he dado a usted el tema. ¿Comprende, ahora?

—Sí, Miss Vickers, comprendo —dijo Buchan secamente—. Comprendo que esos Otros son un grupo antisocial. Parecen desear el tráfico en una sola dirección. Ahora, permítame aclarar una cosa: les proporcionaremos toda la compañía femenina que deseen. Pero, a cambio, tendrán que cambiar de actitud, aunque opinen que el lenguaje hablado es poco fino. La mente masculina puede ser tosca, pero al menos es honrada.

- ¡Honrada! -La doctora Gertrude Vickers se puso en pie bruscamente, temblando de indignación. Era un espectáculo imponente—. ¿Utilizando a las mujeres para sus cambalaches?

—Mire, doctora Vickers, la llamaron a usted para que cumpliera una tarea. Usted se mostró de acuerdo. En caso contrario, hubiéramos tomado las medidas necesarias para obligarla a colaborar. Este es un asunto de interés nacional.

—Lo es, pero no en el sentido que usted parece creer. Buenos días.

Y la doctora Gertrude Vickers salió de la oficina como una gran tigresa rubia.

—¡Qué mujer! —exclamó Sykes, en tono maravillado—. Espléndida, ¿eh?

Duchan suspiró.

—Magnífica, sí —admitió—. Pero no ha hecho más que complicar las cosas.

—¿Usted cree? Le encargaron que descubriera el medio que utilizan los Otros para comunicarse con los demás.

—¿Olvida al general Myers y a sus alegres colegas? Lo que ellos quieren saber es cómo funciona la nave, para mí, eso es sólo un símbolo, un símbolo de algo concreto. Me sentiría dichoso si pudiera arrancarles a los Otros un comentario sobre las condiciones meteorológicas del planeta del cual proceden.

Sykes se frotó la barbilla.

—Comprendo sus sentimientos. Pero no creo que le proporcionen ese comentario. Y ahora que pueden comunicarse directamente con las mujeres, opino que se sentirán todavía menos inclinados a hablar.

—Eso es algo que está por ver —dijo Buchan, con el ceño fruncido—. Hasta ahora he sido demasiado tolerante con esos individuos. He tratado de despertar su interés del mismo modo que una maestra de escuela se esfuerza por que sus clases resulten atractivas a una pandilla de delincuentes juveniles. Pero ahora voy a ser duro.

—Ése es el sistema —aprobó Sykes con entusiasmo. Luego, su aire se hizo dubitativo—. Pero, ¿cómo...?

—Conocemos el modo de acercarnos a ellos. Vamos a proporcionarles la compañía que desean. Pero será la compañía que les proporcione yo. Voy a reunir el peor grupo de individuas del Estado. Y les sacarán la información que necesitamos a esos pájaros, del mismo modo que les sacan los diamantes a otros varones.