VII
¡Volver a la normalidad! Saboreó las palabras mientras regresaba a casa, aquella misma noche. Al pasar por delante de una floristería se apeó, obedeciendo a un repentino impulso, y compró un gran ramo para Freda. Sabía cómo iba a recibirlo: con una expresión suspicaz y una velada sonrisa. Sospecharía que era una oferta de paz... y estaría en lo cierto. Pero, comprendería. Freda era una mujer razonable. Y él, por su parte, procuraría no volver a bromear acerca de los Otros ni del efecto que habían causado. ¡Volver a la normalidad! Aparcó el coche delante de la puerta y entró silbando.
La casa estaba sumida en un profundo silencio. Lástima que Freda hubiera salido... Pero el armisticio podía esperar hasta que regresara. Buchan colocó el ramo de flores en la cocina. Luego se dirigió al salón, y...
Una docena de rostros femeninos se alzaron hacia él, contemplándole fijamente. Miembros del club de Freda, a juzgar por su aspecto. Pero habían permanecido desacostumbradamente silenciosas.
—¡Oh, querido! —Era Freda, mirándole con un aire de leve enojo. Pero inmediatamente se volvió hacia sus compañeras—. Bueno, creo que hemos terminado, ¿verdad?
Hubo un murmullo de asentimiento. Mientras el grupo de mujeres empezaba a dispersarse, Buchan consideró más discreto retirarse a la cocina. Desde allí oyó que su esposa decía:
—No lo olvidéis, chicas. Mañana, a la misma hora, en casa de Olive.
Buchan suspiró. Desde luego, las cosas volvían a la normalidad. La vida del club recobraba toda su importancia.
Freda entró en la cocina.
—Lamento haberos interrumpido —dijo Buchan—. Pero, estabais tan calladas...
—Sí, querido, celebrábamos nuestra primera reunión oficial. Cuando la cosa adquiera una amplitud nacional, escogeremos el nombre.
—¿El nombre? ¿Qué nombre? —inquirió Buchan, desconcertado.
—Bueno, de momento vamos a llamarle el grupo.
—¿El grupo?
—Sí, querido. Grupo telepático. ¿No te has enterado? Todas las que establecimos contacto con los Otros somos ahora capaces de entendernos telepáticamente. Y, lo que es más, podemos enseñar a desarrollar esa facultad, latente en todas las mujeres.
Súbitamente, Buchan creyó oír una carcajada, como surgida de lo más profundo de una cueva. Oyó la voz de su esposa como en un sueño.
—Verás, no todo el mundo tiene las mismas posibilidades. Tal como decía Mrs. Hartley, nosotras...
Freda se interrumpió.
—¿Qué te pasa, querido? ¿Te encuentras bien?