II

El cielo estaba intensamente azul y su luz le hería en los ojos, obligándole a entornar los párpados. Así, cuando la mota cruzó su campo visual, Luis creyó que se trataba de una mosca o de un efecto óptico, y con los puños cerrados se frotó los ojos para hacerla desaparecer. Volvió a mirar al mismo punto. La mancha ya no estaba allí. Se había desplazado de lugar y avanzaba hacia el cráter.

"Puede ser un helicóptero —pensó—. A lo peor el de don Antonio, de la finca El Rosalito. Si me ve se lo dirá al maestro. Tengo que ocultarme."

Asustado, se introdujo en un hueco de techo bajo de apenas dos metros de fondo que estaba situado a su derecha. Al rato, como no escuchaba ningún ruido, se asomó. El presunto helicóptero estaba casi a tiro de piedra desde el suelo. Luis, boquiabierto, comprobó que era algo así como un globo aplastado, una chinche... no supo definirlo.

Lo volante se detuvo un rato vigilando el terreno. El niño recordó a los milanos cuando, vibrando inquietos, están a punto de caer sobre su víctima. Pero aquel objeto, con el volumen de un automóvil y la ligereza de una vejiga llena de aire, inició un moderado descenso hasta posarse sin brusquedad, y lo mismo que un globo cuando cae, o una asombrosa lenteja móvil, ocupó un claro entre las plantas espinosas.