V
Muy despacio ascendieron por la polvorienta falda hasta alcanzar la cima. Algunos niños asustadizos se habían quedado rezagados, a medio camino. Desde arriba don José les indicó por señas que se estuvieran quietos, y con el resto caminó hacia el borde de la caldera.
—¡Agachaos!... A ver, Luis, ¿dónde?
—Ahí..., en esa dirección.
Asomaron poco a poco las cabezas sobre las rojas piedras de toba... En efecto, abajo, desplazándose con sus zancudas patas y manipulando con los tentáculos, iba de un lado a otro el gran artefacto visto y descrito por el niño.
—¡Vámonos, chicos!... ¡Vámonos!... Tenemos que decírselo a las autoridades. Pero tranquilos..., no pasa nada...
Regresaron con prisa. Por el camino don José intuyó que no debería dejar irse a los niños a sus casas si quería evitar la divulgación de un hecho quizá secreto militar o de origen no terrestre, en cuyo caso podría cundir el pánico. Concluyó yéndose con todos a la comisaría...