I
Entró en su oficina exterior, con aspecto de fatiga. Miss Cass levantó la mirada.
—¡Oh, Mr. Buchan! ¿Cómo ha ido la cosa?
Jeff Buchan hizo una mueca que quería ser una sonrisa.
—Les he tranquilizado. Aunque tal vez debí dejar que se enervaran un poco más. Así hubieran enviado a otro para hacer el trabajo.
—Está usted cansado, Mr. Buchan —dijo Miss Cass—. ¿Quiere una taza de café?
—No, gracias. En estos últimos días he tomado tanto café que no me produce ya ningún efecto.
Buchan se preguntó si la solicitud de Miss Cass no era debida a la atracción que sobre ella ejercía la publicidad. Si él renunciaba ahora al trabajo, tendrían que volver a la antigua rutina. Y era mucho más interesante ser la secretaria del Hombre Contacto, como le llamaban los periódicos.
¡Contacto! Buchan suspiró y sus hombros se hundieron todavía más. De todos modos, en su cansancio, su criterio no era muy ecuánime. Miss Cass era una buena chica. ¿Y acaso no había estado él mismo tan excitado como un colegial, los dos primeros días?
—¿Algún mensaje? —inquirió Buchan.
Miss Cass consultó la lista que había preparado.
—Otras nueve compañías desean que patrocine usted sus productos. Treinta y cuatro ofertas de ayuda de diversas instituciones de investigación psíquica, etcétera. El Dr. Dalton trajo su informe médico sobre los Otros. Negativo, desde luego. ¡Oh! Y Mrs. Buchan llamó por teléfono, preguntando si iría usted a casa.
—¿No la llamó usted? —Buchan agitó una mano—. No, está bien. Se me olvidó pedírselo. Dígale que intentaré ir esta noche, pero antes he de arreglar unas cuantas cosas.
Miss Cass vaciló.
—¿No quiere hablar con ella?
—Es mejor que lo haga usted. He roto ya demasiadas promesas. ¿Alguna noticia del Profesor Sykes?
La secretaria sacudió la cabeza.
—Bueno, hable con él y dígale que me gustaría verle, si no está demasiado ocupado.
Buchan entró en su despacho y se dejó caer en él sillón de su escritorio, ahogando un bostezo. Abrió uno de los cajones, sacó una botella de whisky y se sirvió un trago. En realidad, no tenía nada que arreglar, excepto que le gustaría ver a Sykes. El tipo llevaba allí dos días, pero él mismo había tenido suficiente trabajo tratando de aplacar al general Myers y al resto de ellos, descubriendo nuevas acepciones de la palabra negativo para hacer un informe que no resultara demasiado desalentador.
Mientras esperaba al profesor, Buchan reflexionó. Era lo único que podía hacer. Pensar en el problema, repasar todas las tentativas que habían realizado, y encontrar la respuesta... si existía alguna.
Vio el informe médico de Dalton y lo hojeó. Era un informe más diplomático que médico... negativo, naturalmente. Los Otros habían sonreído cortésmente y se habían negado a ser examinados. La falta de resultados estaba convirtiéndoles a todos en circunlocutorios, pensó Buchan, incluido el Dr. Dalton. Detrás de las palabras podía imaginar la escena: los Otros encogiéndose de hombros de un modo desarmante a cada pregunta, el doctor tratando inútilmente de despertar su interés. Su única reacción había sido la de señalar al doctor y luego a sí mismos, y extender sus manos como para indicar que no eran diferentes de los humanos.
Aquél era el aspecto más desconcertante del caso. Si hubiesen sido realmente distintos, podía aceptarse que fuesen incomprensibles. Pero eran hombres, y el hecho de no poder comunicar con ellos resultaba fantástico. Los periódicos empezaban a impacientarse. Buchan soltó el informe con un vehemente suspiro.
Sykes llegó al cabo de unos minutos.
—¡Hola, Profesor! —le saludó Buchan—. ¿Cómo van las cosas?
—¿Cómo quiere que vayan? —inquirió a su vez Sykes, dejándose caer en una silla.
Buchan sonrió comprensivamente.
—¿Un trago?
—Gracias. Creo que me sentará bien. Le aseguro que me alegro de haberme podido alejar de ellos por unas horas. Cuando penetra usted en su nave ¿no tiene la sensación de que se ha colado en una reunión a la que no estaba invitado y cuyos componentes son demasiado corteses para pedirle que se marche?
—Desde luego. Pero, en este caso, los anfitriones somos nosotros. Y ellos tendrían que darse cuenta de ese hecho. Su cortesía actúa como una muralla.
—Una alta muralla —suspiró Sykes, y cambió rápidamente de dirección—: El primer día debió de ser un verdadero drama, ¿verdad?
—Sería mejor calificarlo de comedia —dijo Buchan—. Y ya sabe usted que no hay nada peor que una broma que se prolonga demasiado.
—¡Oh! —exclamó Sykes, en tono decepcionado, como si hubiese esperado que el relato de la excitación de los primeros momentos le distrajera de su actual frustración.
Se animó un poco cuando, después de servir otro par de whiskys, Buchan dijo:
—Sí, la comedia no apareció en los periódicos. Estaban demasiado ocupados componiendo frases pomposas, tales como "contacto interplanetario", "el mayor acontecimiento histórico" y otras por el estilo. ¿No se ha preguntado usted por qué motivo me han cargado a mí el mochuelo?
—No —dijo Sykes—. Suponía... bueno, tal vez un consejo militar... pero la elección me parecía lógica.
Buchan sonrió tristemente.
—Lo mismo ha opinado mi departamento. Después de todo, el hecho de que los primeros visitantes interplanetarios aterrizaran aquí, en la propia sede del Gobierno, era un reto. Ningún burócrata que se respetara a sí mismo podía ignorarlo. El Ejército fue el primero en entrar en acción. Estableció un cordón de seguridad alrededor de la nave. Pero todos los otros departamentos empezaron a moverse. Fueron alertados los bomberos y la Defensa pasiva. El departamento de Sanidad acudió con sus tanques de germicidas. Inspectores de Aduanas, oficiales de la Brigada Antinarcóticos... todo el mundo acudió allí. El Departamento de Agricultura tardó un poco más en reaccionar, pero finalmente decidió intervenir, diciendo que los visitantes podían ser portadores de gérmenes nocivos para las cosechas, o incluso de vegetales andantes...
"Todo eso ocurrió a las siete de la mañana, dos horas después de que un agente de policía observara la presencia de la nave en el centro mismo del Washington Park. Pero cuando se trató de establecer el primer contacto, la cosa cambió de aspecto. Todos los departamentos que se habían apresurado a afirmar que el asunto era de su competencia, hicieron marcha atrás, por temor a cometer una torpeza y quedar en mal lugar.
Sykes rió.
—Y su departamento no pudo eludir el encarguito...
—No por falta de ganas, puede creerlo. Pero tuvo que apechugar con él. Después de todo, los ocupantes de la nave habían aterrizado sin permiso. Por lo tanto, el asunto correspondía automáticamente a Inmigración.
"Tratamos de descargarnos el muerto, desde luego. Sugerimos incluso la posibilidad de que los ocupantes de la nave fueran máquinas, en cuyo caso la tarea correspondería al Departamento de Proyectiles Dirigidos. Pero todo fue inútil —Buchan extendió las manos—. Me encargaron el trabajo. Nada extraordinario, a fin de cuentas. Ni siquiera tuve que llamar a la portezuela de la nave. La abrieron antes de que yo llegara a ella y salieron a recibirme. Pero los periódicos exageraron el papel que yo había representado, describiéndome como a un héroe, o poco menos...
—Sí, yo también he pasado por eso, hasta cierto punto —dijo Sykes—. El Profesor Sykes, alto, delgado, fumando pensativamente su pipa... ¡Y en mi vida he fumado en pipa! De todos modos, después del primer fracaso insistió usted en sus esfuerzos.
—¿Qué otra cosa podía hacer? Me habían ensalzado tanto, que el problema se convirtió para mí en una cuestión personal.
—Bueno, ha hecho usted todo lo humanamente posible. En sus informes sólo encuentro a faltar una tentativa.
—¿Cuál?
—La telepatía.
—¡Oh! ¿Lo ha mencionado usted en sus notas?
—Todavía no.
—Tampoco yo lo he hecho. Sin embargo, efectué una prueba con un individuo poseedor de un factor E. P., o como diablos se llame.
—Facultad ESP —murmuró Sykes—. Sí, ya estoy enterado de eso. ¿Qué resultado dio?
—Negativo, como de costumbre.
—Pero, desde luego, tiene que ser telepatía, ¿no es cierto?
—¿Sin ningún lenguaje vocal? Si fueran telépatas, el individuo que utilicé en la prueba debió de haber captado algo...
—A menos que no estuvieran... transmitiendo, por así decirlo, en aquel momento.
—Pero, ¿por qué no iban a hacerlo? —Buchan notó que todo su resentimiento contra los Otros ascendía a la superficie—. La cosa no tiene sentido. No se explica que un grupo de veinte seres crucen el espacio y luego muestren tan poca curiosidad por el planeta en el cual han aterrizado. No parecen querer comunicarse con nosotros.
—Tal vez no necesitan hacerlo. Después de todo, es posible que les juzguemos erróneamente, guiándonos por nuestras propias normas.
—¿Qué otras normas podríamos aplicarles? Son hombres. Sus gestos son gestos humanos, lo mismo que su cortesía y su modo de sonreír. Tendrían que alegrarse de vernos. Pero, no, se han presentado aquí, tranquilamente, y aquí están, sin decir una sola palabra.
"Les hemos tocado discos, les hemos proyectado películas, les hemos enseñado libros, instrumentos científicos... ¡Tendrían que haberse interesado por algo! Todo ha sido inútil. Lo más próximo a una comunicación que hemos establecido fue cuando le dieron a entender cortésmente a uno de nuestros técnicos que tocar la planta de energía podía resultar peligroso.
—Sí, he visto el informe del técnico. Demuestra que las intenciones de los Otros no son hostiles, lo cual no deja de ser un consuelo.
—Que no resuelve nuestro problema —añadió Buchan, en tono huraño—. Bueno, vamos a terminar con este whisky y me marcharé a casa. Hace tres días que no he visto a mi esposa.
—Afortunadamente, me veo libre de ese problema —dijo Sykes—. Mi esposa está en Cambridge, probablemente pensando que soy un héroe, Dios la bendiga.
—También mi esposa lo pensaba... al principio —dijo Buchan, suspirando.