EL ENCLAVE
En cuanto entró en el restaurante automático notó que la atmósfera, sutilmente, había cambiado. El aire parecía haberse cargado de una leve tensión, de una espera silenciosa.
Sentados en las mesas de plástico multicolor o acodados en el largo mostrador, los clientes no parecían hostiles. Algunos incluso le sonreían, pero con una reserva y una reticencia que revelaban más temeroso respeto que verdadera amistad.
"La cosa marcha" —pensó el agente F.57—. “Marcha perfectamente."
Sonrió, mostrando sus dientes puntiagudos, se inclinó graciosamente, como hacían todos los extranjeros cuando entraban en un lugar público, y pronunció a media voz la frase ritual de conciliación: "Nosotros amamos al Hombre"
Uno de los cinco robots-camareros se deslizó hacia él sobre su riel conductor. Dos clientes se habían apartado con deferencia para dejarle sitio en el mostrador.
—Un filete a la parrilla —encargó, de cara al registro vuelto hacia él.
—¿Y para beber?
—Vino.
Hacer hablar a los robots-camareros resultaba siempre una extraña experiencia. Desde luego, todo el mundo fingía encontrarlo natural, y el que se hubiera extasiado públicamente del hecho habría sido considerado un provinciano. En cuanto a los Extranjeros, era notorio que no se asombraban de nada, y mucho menos de los inventos terrestres.
De todos modos, el agente F.57 contempló con aire divertido a la ligera máquina cromada mientras desaparecía en su túnel para volver a surgir de el con su bandeja.
—Cinco flourds —anunció la voz impersonal.
El agente F.57 introdujo cinco monedas en la ranura. La bandeja se deslizó hasta quedar delante de él.
—Otro filete para mí. Con agua mineral.
El robot-camarero se retiró sobre su aceitado riel y el agente F.57 volvió la cabeza.
—¿A usted también le gusta el filete?
—No creo que tenga nada de original...
La joven sonreía para atenuar lo brusco de su respuesta, pero él había captado su crispación cuando le dirigió la palabra.
Sonrió a su vez:
—Desde luego que no, pero al menos es una cosa que tenemos en común.
La sonrisa del agente, lejos de relajarla, apagó la suya. Cuando la joven tuvo conciencia de que miraba los dientes de su interlocutor, su turbación se hizo casi insoportable. Acogió el regreso del robot-camarero con tanto alivio que el agente F.57 se compadeció de ella. Al ver que cogía su bandeja con la evidente intención de llevársela a una de las mesas más alejadas, posó suavemente su mano en la muñeca de la joven:
—No se asuste. Soy un amigo. Somos sus amigos.
La joven trató de mostrarse jovial:
—Ya lo sé, Extranjero. Sabemos todo lo que les debemos. No... no estoy asustada, créame.
Miraba los dedos del agente posados sobre su delgada muñeca. Naturalmente, no estaba asustada. De todos modos, ¿no era terrible aquella larga mano azul sobre el blanco brazo? El agente vio erizarse el vello sobre la piel satinada.
Apartó su mano.
—Vaya a almorzar —dijo amablemente. Luego, recordando la fórmula—: "Que el apetito la sostenga".
—Que los manjares le sean provechosos —susurró ella, inclinando los ojos.
El agente F.57 atacó su filete.
—Bueno —murmuró—, la cosa no empieza mal.
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Extractos de un sondeo efectuado por los Servicios Comunes de Información (SCI)
Gabriel J., 40 años, conductor de helitaxi
Pregunta: ¿Qué opina usted de los Extranjeros?
Respuesta: ¿Por qué me pregunta eso? ¿Quién es usted?
P: Estamos efectuando una encuesta.
R: ¿Para publicarla en los periódicos?
P: No. Es un sondeo oficioso.
R: Mire, yo no tengo nada contra los Extranjeros...
P: ¿Qué opina usted de ellos?
R: Bueno, lo único que sé es que desde que están aquí, hace seis años, todo va mejor.
P: ¿Desde qué punto de vista?
R: Lo sabe usted perfectamente, ¿no?
P: Quisiéramos que lo dijera usted.
R: Bueno, sabemos que no habrá más guerras. Mientras ellos estén aquí, no será posible.
P: ¿Por qué?
R: Porque han ordenado el desarme total.
P: ¿Cree usted en él?
R: Estoy obligado a creerlo. Creo lo que veo.
P: Entonces, ¿cree usted en la buena voluntad de los Extranjeros?
P: ¡Conteste!
R: Quiere que le diga que los detesto, ¿verdad?
P: Queremos simplemente su opinión.
R: Pues yo no estoy dispuesto a dársela a unos bocazas que se apresurarían a comunicárselo a los Azules...
Jean-Pierre F., 35 años, ingeniero
P: ¿Qué opina usted de los Extranjeros?
R: ¿Objetiva, o subjetivamente?
P: Veamos la primera opción.
R: Pues bien, es indudable que nos han impuesto la paz. Desde hace seis años, no ha sido disparado un solo cañonazo en todo el globo terráqueo. La mayoría considera que es una cosa buena, y yo estoy con la mayoría.
P: ¿Y subjetivamente?
R: ¿Permanecerán realmente en secreto las respuestas?
P: Desde luego.
R: Para el hombre, hubiese sido más noble que él mismo se impusiera la paz.
P: Estamos de acuerdo, pero no ha contestado aún nuestra pregunta. ¿Qué opina de los Extranjeros?
R: Bueno... No me gustan.
P: ¿Es un sentimiento de despecho? ¿De inferioridad?
R: ¿Porque nos han dado una lección de humanidad? ¡Oh, no! Tengo un espíritu algo mezquino, pero no es por eso. No, se trata de otra cosa. Me preocupan.
P: ¿Por qué motivo?
R: ¿Por qué han hecho eso? Quiero decir, ¿por qué desembarcaron hace seis años de no sé qué planeta...?
P: Un planeta que gira alrededor de la estrella que nosotros llamamos Altair.
R: Eso dicen ellos. En todo caso, ¿por qué han recorrido una distancia tan larga sólo para impedir que nos matemos entre nosotros? Desde luego, puede replicar usted que se manifiesta mi espíritu mezquino... Puede objetar que la causa que defienden se basta a sí misma y que su desinterés demuestra una cosa, al menos: son mejores que nosotros. Pero yo no puedo evitar el preguntarme: ¿qué es lo que quieren?
Marie-Thérése B., 25 años, mecanógrafa
P: ¿Qué es lo que no le gusta en los Extranjeros?
R: Los dientes.
P: ¿Sólo los dientes?
R: ¡Oh! ¿Se refiere a ese color azul? Desde luego, resulta sorprendente. Pero a fin de cuentas no es realmente feo. No más que algunos negros, que a veces tienen hermosos reflejos, ¿no le parece? O algunos orientales... Naturalmente, no quiero decir que pudiera sentirme atraída por un hombre de esa clase...
P: ¿Por qué?
R: Bueno, son personas de color, ¿no?
P: Entonces, ¿sólo los dientes?
R: ¿Acaso a usted no le impresionan esos dientes puntiagudos? Desde luego, he leído en una revista que eran dientes como los nuestros, y que lo único que ocurre es que tienen más caninos que incisivos. De todos modos, su sonrisa resulta un poco rara, ¿no le parece?
P: ¿De veras es lo único que le desagrada en ellos?
R: Sí. (Una breve vacilación) No, hay otra cosa...
P: Dígala.
R: No me atrevo.
P: ¿Por qué?
R: Hay que respetarles. Al menos, eso es lo que dicen, ¿no es cierto? Hay que estarles agradecidos.
P: De todos modos, díganos lo que piensa.
R: Bueno, después de todo, soy como la mayoría de la gente. ¿No se ha encontrado nunca en una tienda, o simplemente en la calle, cuando aparece un Azul? Todo el mundo tiene miedo. Nadie lo demuestra, evidentemente, pero tienen miedo.
P: ¿Miedo de qué, en su opinión?
R: Son tan... extraños, tan distintos... Se muestran muy corteses, pero inspiran una sensación de malestar. Además, circulan tantos rumores...
P: ¿Qué clase de rumores?
R: ¿Acaso no lo sabe? Se habla de desapariciones, de raptos... Se dice que desde hace seis años las desapariciones en el mundo se han quintuplicado. Y esas historias de deportaciones, de las personas que han sido llevadas como esclavas al mundo de los Azules... Claro que se trata de simples habladurías...
P: ¿No cree usted en ellas?
R: N... No.
P: Pero, a pesar de todo, tiene usted miedo...
R: Sí.
Maurice N., 17 años, sin profesión, internado en el Centro de...
P: ¿Por qué ha matado usted a un Extranjero?
R: En primer lugar, no estaba solo. Iba con Jean P., Fernand C. y Francas A.
P: Les están buscando. En cuanto a usted, los policías le cogieron junto al cadáver con la barra de hierro en las manos.
R: Se lo había buscado. ¡Se lo había buscado, aquel asqueroso Azul!
P: ¿Por qué le mató?
R: ¡Habría que matarles a todos! Si se limitaran a permanecer en sus enclaves... Después de todo, fueron ellos los que crearon los enclaves, ¿no? ¿Por qué no se quedan allí? Pues no señor, aquel tipo tuvo que ir al "Double Scotch..."
P: ¿El "Double Scotch"?
R: Está en mi declaración. ¿No la ha leído? Es el bar donde nos reuníamos... Me refiero al equipo de Jean P. Pues bien, aquel cerdo entró pronunciando su estúpida frase... Ya sabe: "Nosotros amamos al Hombre". Luego, pidió de beber al robot-camarero... Y después nos insultó.
P: Los testigos afirman que ustedes le provocaron.
R: Bueno, le tomamos un poco el pelo, es cierto. Ya sabe, las bromas de costumbre: "Estoy azul", "Lo veo todo azul"...
P: Los testigos no dicen que él les insultara.
R: ¡Es lo único que hubiera faltado! En primer lugar, no le dirigimos la palabra. Bromeábamos entre nosotros.
P: Tampoco él les dirigió la palabra.
R: No cesaba de mirar a Etienette, que escuchaba unas bandas magnéticas en el Automusical. ¿Qué hubiera hecho usted?
P: Etienette se mostró muy provocativa, según los testigos.
R: no es culpa nuestra que esté de moda la falda corta. En todo caso, un Azul no tiene que mirar a una chica como él lo hizo. Se lo dijimos. Y entonces nos insultó.
P: Parece ser que, por el contrario, se mostró muy conciliador. Sin embargo, ustedes le arrastraron hasta la calle y la emprendieron a golpes con él. ¿Por qué le odiaban hasta ese punto?
R: ¡Era un Azul, un asqueroso Azul! ¡Que se marchen de una vez por donde han venido!
Laurence M., 26 años, manicura
P: ¿Ha alternado usted con Extranjeros?
R: (Turbada) Sí.
P: ¿Ha tenido un... ejem... idilio con uno de ellos?
P: Conteste sin temor. Ya sabe que le hemos garantizado el secreto...
R: Pues bien, después de todo soy libre (Risa). Por otra parte, no tengo prejuicios (Risa). Milko era realmente simpático. Al menos los primeros días.
P: ¿Milko?
R: Yo le llamaba así. Su nombre era impronunciable.
P: ¿Cómo le conoció?
R: Buscaba su embajada. Se equivocó de edificio y llamó a mi casa. Le informé amablemente y luego volvió.
P: Por lo tanto, no sentía usted ninguna hostilidad hacia los Extranjeros.
R: No. En aquella época, no.
P: ¿Y ahora?
R: Ahora, sí.
P: ¿Por qué motivo?
R: No podría decirlo, exactamente. Milko me abrió los ojos, sin duda. Antes, detestaba a las personas que detestaban a los Extranjeros. Opinaba que debíamos estarles agradecidos por lo que habían hecho por la humanidad. Salí con Milko a propósito, para demostrarles que estaban en un error. En realidad, la que estaba en un error era yo.
P: ¿Qué fue lo que le decidió a separarse de él?
R: La idea que me formé de Milko.
P: ¿Cómo llegó a formarse esa idea?
R: Verá, al principio salí con él por jactancia. O, si quiere usted, por idealismo. Para convencer a la gente. Y luego (sonrisa confusa), verá, aparte de que tienen la piel azul, los Extranjeros son como cualquier hombre... No sé cómo decírselo...
P: ¿Acaso usted...? ¿Acaso Milko y usted...?
R: ¿Quiere usted saber si tuve... ejem... relaciones con Milko? Pues bien, sí. Pero, precisamente a partir de entonces, todo cambió.
P: ¿Quiere usted decir por qué?
R: ¿De veras le son útiles estas informaciones? Bueno, siendo por la ciencia... Como le decía, fue después cuando la cosa cambió. Milko se mostró menos amable. Ya sabe, una mujer acaba por conocer al hombre con el cual... con el cual...
P: Comprendo. ¿Quiere usted decir que aquella intimidad le permitió ver al Extranjero bajo otra luz?
R: ¡Exactamente! Poco a poco, vi dibujarse un personaje nuevo que no tenía nada en común con el Milko de los primeros días. Él trataba de disimular, naturalmente, y a veces casi conseguía engañarme. Pero, en mi fuero íntimo, yo sabía lo que era en realidad: un hombre de otro mundo, un verdadero Extranjero, duro y helado.
P: ¿Podría clasificar lo que les separaba a ustedes como incompatibilidades de carácter?
R: Era mucho peor. Yo diría más bien: incompatibilidad de especie. Llegó un momento en que me avergoncé de mí misma y me pregunté cómo había podido... Acabé por convencerme de que no era para él más que un... objeto de estudio, un sujeto que analizar. Un experimento. Y lo que más me trastornó no fue aquella dureza, aquel desprecio que, en ocasiones, y a pesar de su capacidad de disimulo, asomaba a la superficie. Ni siquiera el profundo desagrado que sorprendí un día en su rostro. No, lo que de veras me asustó fue su profunda, su absoluta, su inhumana indiferencia.
El agente F.57 cerró la carpeta.
"No saben prácticamente nada. Sólo unas impresiones, unos prejuicios, una desconfianza... Reflejo de autodefensa de la raza. No saben nada, pero sienten. Es casi como un sexto sentido."
El helitaxi empezaba a perder altura. Deslizándose entre los otros cuatro o cinco aparatos que sobrevolaban aquella parte de la ciudad, se dirigió hacia el macizo inmueble Altair cuya terraza, a medida que parecía ascender hacia ellos, reasumía sus enormes proporciones.
El agente F.57 golpeó el interfono con la uña:
—Sobre la plataforma.
—No puedo hacerlo, señor. Tengo que dejarle en el suelo.
—No se preocupe. ¡Haga lo que le digo!
El conductor se volvió hacia él y, por un brevísimo instante, el odio asomó a sus ojos. Luego aminoró la velocidad:
—¡Entendido, Extranjero!
Cuando el helitaxi entró en el campo de fuerza, el agente sólo tuvo que maniobrar el identificador fijado a su muñeca. El pequeño aparato se posó en la terraza donde dos altarianos esperaban, con un vibrador colgado al cinto.
—¡Bien venido, Mensajero! —dijo uno de ellos, llevándose la mano a la frente según el gesto ritual.
El pasajero del helitaxi pareció vacilar y luego, ágilmente, saltó al suelo. El piloto tendió el oído, pero los Extranjeros se habían puesto a hablar en aquel idioma áspero que muy pocos terráqueos podían comprender.
Vio que su pasajero y los que le habían acogido penetraban en el ascensor neumático. Una lámpara se encendió.
—¡Márchese inmediatamente!
Un Azul, con la mano sobre su vibrador, hacía gestos autoritarios en dirección al helitaxi. El piloto abrió el contacto.
—¡Otro de esos asquerosos Mensajeros! ¿Qué estarán tramando?
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Ref. Archivos F(m) 631
Muy secreto
Registro magnetofónico del informe del agente F.57
Tal como estaba convenido, abandoné el Centro de Investigaciones después de la caída de la noche y la camioneta me dejó en uno de los pasillos cubiertos del bloque de inmuebles Saint Denis, desde donde pude alcanzar sin dificultad las avenidas.
Me dirigí inmediatamente al hotel Lutelia, donde había sido reservada la habitación para el Mensajero. No se presentó ninguna dificultad, debido al poco tiempo transcurrido entre la intercepción del Mensajero y mi entrada en circuito.
Pasé el día siguiente efectuando pruebas. Debo decir que fueron muy concluyentes. En todos los lugares donde me presenté, las reacciones fueron exactamente las que habíamos previsto.
Desde luego, la experiencia seguiría teniendo un alcance limitado hasta que no me presentara a los propios altarianos. Un incidente callejero me facilitó la ocasión de hacerlo: a la salida de la estación del Metro Henberg, un vendedor de periódicos afirmó que yo le había entregado una moneda de cinco flourds falsa y se negó a devolverme el cambio. La clásica provocación. Al cabo de unos instantes, cincuenta mirones hostiles nos rodeaban, y puedo afirmar que nadie parecía poner en duda el hecho de que yo fuese realmente un Extranjero. Entonces intervino un altariano. Debo decir que lo hizo con una gran diplomacia, sin cometer un solo error psicológico, y me sacó del mal paso sin lastimar a uno solo de mis antagonistas.
A continuación nos encontramos solos. Mis reacciones emotivas no tienen que ser desarrolladas en esta primera parte del informe, de modo que me limitaré a decir que pasé felizmente la prueba del primer contacto. Mi interlocutor no tuvo la menor sospecha en ningún momento. Es cierto que las insignias de Mensajero le impulsaban a una respetuosa reserva, prohibiéndole todo interrogatorio indiscreto. Pero toda su actitud revelaba su confianza y su abandono, hasta el punto de que se permitió darme algunos consejos acerca del mejor modo de coexistir con los terráqueos.
Me molestó indeciblemente el tono con que los altarianos hablan entre ellos de la raza humana. Lo hacen con una altanera condescendencia, y al mismo tiempo con un absoluto despego en lo que respecta a nuestros semejantes.
He experimentado las mismas impresiones cerca de todos los altarianos con los cuales he hablado, pero debo confesar que ésa es la única información positiva que he podido extraer de mis primeros contactos con ellos. El propio Embajador, con el cual sostuve una breve entrevista protocolaria, no me ha dicho nada que no supiéramos ya.
Teniendo en cuenta el hecho de que mi misión no tiene carácter informativo, he evitado formular preguntas intempestivas. Me he limitado, de acuerdo con las consignas, a hacerme identificar como el Mensajero llegado de la ciudad de Altair. Como estaba previsto, sus servicios han adaptado una nueva frecuencia a mi identificador a fin de que pudiera penetrar libremente en el enclave.
El autoanálisis del comportamiento afectivo en el curso de esta misión, así como los detalles de mi entrevista con el Embajador, figuran en los registros magnetofónicos F(m) 632 y F(m) 633.
El jefe de la Sección F. de los SCI pulsó el interruptor del magnetófono.
—¡Buen trabajo, Hermantier!
Lo había dicho sin levantar la cabeza, con los ojos clavados en un punto huidizo en alguna parte de su escritorio.
—¿Qué sucede, patrón? ¿No se atreve a mirarme?
El jefe de Sección rió suavemente y encogió sus pesados hombros.
—Me gustaría saber...
—Le impresiono, ¿eh? ¡Perfecto! ¡Es lo que hace falta, exactamente!
El patrón le miró mordiéndose el pulgar con aire pensativo.
—¡Es extraordinario! Hay que admitir que el Centro de Investigaciones sabe lo que se pesca.
—¿De veras? ¡Doce veces seguidas en tres semanas, patrón! Doce veces seguidas en la bañera, antes que ese maldito producto consintiera en teñirme la piel. Me acordé de mi madre, cuando trataba de teñir sus vestidos viejos.
Sus largos dedos azules cogieron un cigarrillo del cofre de madera veteada, bajo la nariz del fascinado jefe de Sección.
—¿Y los trabajos para la comprobación? Agua tibia, agua helada, agua hirviendo... Jabón, agua de Javel, detergentes... Ducha, chorro a presión, inmersión total... En cuanto el agua se teñía de una sospecha de azul, ¡zas! ¡De nuevo a la bañera! Y eso no es lo peor...
Miró a su patrón sin sonreír:
—No saben si podrán quitarme esto más tarde.
El jefe de Sección hizo un gesto con la mano:
—Eso quedará resuelto a su debido tiempo.
Hermantier se cogió el azulado labio entre el pulgar y el índice y lo levantó sobre sus dientes acerados:
—¿Y esto? ¿También quedará resuelto? Los golpes de lima resuenan aún en mi cerebro.
—Le harán una prótesis.
—¡Desde luego! Tiene usted respuesta para todo, ¿no es cierto?
El patrón cruzó las manos debajo de su barbilla y miró gravemente al hombre sentado delante de él.
—¡Cuatro años, Hermantier! ¡Cuatro años que se prepara usted para esto! Todo lo que ha podido saberse sobre Altair y los altarianos ha pasado por sus manos. Quintales de documentos: estudios, encuestas, sondeos, mapas, fotografías. Decenas de kilómetros de bandas magnéticas y de microfilms. En este momento no hay en el globo terráqueo más que un hombre que habla el altariano de un modo tan perfecto como para engañar a los Extranjeros: usted. No hay más que un hombre capaz de entrar en el enclave: usted, también.
Sacó de un cajón un objeto mate, color bronce, que depositó sobre el escritorio. Hermantier acercó su sillón:
—¿Qué es eso? ¿Un tostador de pan, un reloj de arena o un molinillo de café?
—Es una de sus famosas "bobinas de palabras", la que el Mensajero trajo de Altair. La que usted llevará al enclave. Hemos podido hacerla funcionar, pero no nos ha servido de mucho.
—¿Está en clave?
El jefe de Sección inclinó afirmativamente la cabeza.
—De todos modos, no es eso lo que nos interesa. Viene un Mensajero una vez al año. Por lo tanto, las bobinas deben contener consignas de carácter general. Lo que nos interesa es lo que ocurre en el enclave.
El agente F.57 aplastó su cigarrillo en el cenicero. Su mano temblaba ligeramente.
—Patrón, creo que tengo posibilidades.
El coloso de cabellos grises le miró en silencio.
—El Mensajero que hemos interceptado —continuó Hermantier— hubiera podido dirigirse al enclave de Baviera, o al de Ulster, o al de Liguria...
—Pero da la casualidad que se dirigía al enclave vendeano.
—¿También a usted se le ha ocurrido la idea?
El jefe de Sección se encogió furiosamente de hombros:
—¡En mi profesión no puede omitirse ningún detalle! —exclamó.
Se retrepó en su sillón, con aire fatigado, y apretó sus dedos contra sus párpados.
—Ella desapareció un 7 de julio, hace dos meses, en los alrededores de Gilles-sur-Vie, donde pasaba sus vacaciones. Era una pelirroja muy guapa, ¿verdad?
—Verdad.
La voz de Hermantier era insegura.
—Teníamos que habernos casado hace un mes, patrón. ¿Cree usted que está en el enclave?
—¿Cómo quiere que lo sepa?
El jefe de Sección hizo girar su sillón y subió la persiana metálica de un archivador, dejando al descubierto un montón de expedientes.
—¿Ve usted eso? ¡Desapariciones, desapariciones! ¡Centenares y centenares! Y ni un solo rastro, ni un indicio, ni siquiera la sombra de una sospecha. Sí, un detalle: la frecuencia de las desapariciones es claramente superior en los alrededores de los enclaves.
Apoyó los codos en su escritorio.
—Hace cuatro años que espera usted este momento. No necesito recordarle que tiene una posibilidad contra treinta de salir con bien.
Hermantier rió sin alegría:
—Me repito desde hace cuatro años que es la operación más insensata emprendida nunca por los SCI.
—Pase lo que pase, no haga nada que pueda precipitar el descubrimiento de su identidad. No nos interesa tanto que entre en el enclave como verle salir de él. Tiene que regresar aquí a toda costa. De modo que le conjuro para que se atenga a su papel. Vea lo que vea, manténgase en su sitio. Cállese, mire, escuche, vuelva. Es una orden categórica...
Miró de soslayo a su agente y terminó, en voz baja:
—...encuentre lo que encuentre allí.
Hermantier se puso en pie con cierta rigidez:
—Eso es exactamente lo que pienso hacer.
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Sección Informes
Extractos de una entrevista radio-televisada del Presidente del Consejo General de...
—Señor Presidente, es usted una de las pocas personalidades, mejor dicho, uno de los pocos terráqueos que han entrado en un enclave altariano.
—Debo ese honor a la amable invitación que tuvo a bien dirigirme Su Excelencia el Embajador de Altair.
Según se nos ha informado, los altarianos invitaron a un centenar de personalidades a visitar los enclaves, para cortar de raíz ciertos desagradables rumores.
—¿Qué quiere dar a entender con eso? Por desgracia, es cierto que han circulado rumores fantásticos, contra los cuales estoy obligado a pronunciarme enérgicamente. Sólo pueden ser obra de irresponsables, o tal vez el despreciable resultado de maquinaciones subterráneas destinadas a conmover los cimientos de nuestras pacíficas instituciones. De hecho, aquella visita tenía por objeto festejar el aniversario del advenimiento de la paz planetaria.
—¿Puede usted describir a nuestros oyentes y telespectadores lo que vio en el enclave?
—Un solo calificativo: ¡idílico! Imagine unas amplias viviendas en medio de árboles y parterres; unos patios donde cantan los surtidores de agua; los altarianos entregados a sus tareas con una suave negligencia. Después de haber visto el marco donde se complacen en vivir, comprendo perfectamente que nuestros juiciosos aliados, con una discreción que les honra, hayan insistido en no mezclarse continuamente con nosotros.
—¿Ha visto usted huellas de los anteriores ocupantes? Me refiero a los terráqueos que vivían allí antes de la implantación del enclave.
—No ignora usted que, de acuerdo con el convenio estipulado con los altarianos, los anteriores habitantes han sido reagrupados en otras partes y debidamente indemnizados. En consecuencia, sólo quedan unos cuantos edificios en ruinas de aquella época, ya que los altarianos han construido sus propias viviendas.
—Aparte de sus compañeros de viaje, ¿no vio usted a ningún terráqueo?
—No. Por otra parte, los acuerdos son muy explícitos a ese respecto.
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Secreto — Difusión muy restringida
Resumen de los conocimientos adquiridos acerca del enclave llamado vendeano
Situación: Al igual que los otros 54 enclaves altarianos repartidos por el globo terráqueo, el enclave llamado vendeano ha sido inscrito en un perímetro restringido que no engloba ninguna población importante.
Situado en la región de la marisma de Poitevin, el enclave se extiende sobre unos 500 kilómetros cuadrados en el interior del perímetro delimitado por los pueblos de Niort, Fontenay-le-Compté, Marans y Mauzé, todos ellos ubicados en el borde exterior de aquel límite, es decir, fuera del enclave.
Las poblaciones absorbidas por el enclave son las de Courcon, Saint-Hilaire-la-Pallud, así como un centenar de pueblecitos y aldeas.
Organización: Los informes sobre la organización en el interior de los enclaves son sumamente reducidos. Los escasos terráqueos que han sido autorizados a penetrar en ellos lo han hecho siempre bajo escolta y sólo han visto lo que sus guías han querido enseñarles.
Los altarianos viven en el enclave en número de unos cinco mil, aproximadamente. No utilizan ninguna de las localidades ocupadas por los anteriores habitantes. Algunas, como Saint-Hilaire-la-Pallud o Damvix, han sido arrasadas para permitir la edificación de amplias moradas altarianas. Las otras van desmoronándose lentamente.
Ha sido prácticamente imposible conocer los actividades de los Extranjeros. Según los invitados bajo escolta, se trata de una existencia paradisíaca servida por una técnica prodigiosamente avanzada.
Protección: El enclave está completamente rodeado por un campo de fuerza absolutamente infranqueable. Los habitantes de las zonas limítrofes hablan con temor de esa especie de no man’s land, por el cual han tratado de aventurarse algunos de ellos.
Documentos anexos:
a) Declaración de M. Seraphin M., de la aldea de Sainte-Gemme: "Sabía que estaba cerca de la frontera, pero a pesar de ello experimenté el deseo de visitar mis antiguos campos de la Joubretiére. Sé perfectamente que ya no son míos, puesto que me los expropiaron. Pero quise visitarlos... En cuanto hube sobrepasado los postes indicadores, noté una rara sensación, como si el aire se hiciera más espeso. Mi respiración se hizo difícil. A pesar da todo, continué avanzando. Pero, finalmente, me resultó imposible dar un paso, como si tuviera plomo en las piernas Veía perfectamente el bosque de la Jouforetiére, enfrente de mí, pero entre él y yo parecía existir un muro, a la vez elástico y duro... Invisible, pero infranqueable. Volví sobre mis pasos. A medida que me alejaba de la Joubretiére, el aire se hacía menos denso, mis movimientos volvían a ser ágiles..."
b) Declaración de M. Julien G, de la Megisserie, cerca de Oulmes: "Había estado trabajando en el campo hasta muy tarde, y quise regresar a casa por el atajo de Bois Poté. Al cabo de un momento me sentí oprimido, sufrí una especie de desvanecimiento. Al mismo tiempo, el motor del tractor se paró en seco, sin que yo tocara nada. Comprendí que había penetrado en la zona prohibida. Tuve que regresar al día siguiente con unos caballos para sacar el tractor de allí..."
La invulnerabilidad de aquella barrera ha sido comprobada en el curso de numerosas tentativas de penetración llevadas a cabo sin éxito por nuestros agentes. Trece de ellos han desaparecido en el curso de aquellas misiones.
Resulta igualmente imposible sobrevolar el enclave.
Se ha comprobado que los propios altarianos no pueden franquear el campo de fuerza si no van provistos de un "identificador" adaptado a una determinada frecuencia. La frecuencia en cuestión es modificada a intervalos variables e imprevisibles.
Ignorando la naturaleza y la fuente del campo de fuerza, no ha sido posible, desde luego, construir un identificador.
Relaciones: Los ocupantes del enclave viven en régimen cerrado, pero algunos de sus representantes efectúan frecuentes viajes a la capital, donde tienen contactos con su embajada y con nuestras propias instituciones.
Los únicos lazos entre los Extranjeros y su planeta de origen parecen ser los Mensajeros, los cuales realizan el viaje de Altair a la Tierra una vez al año, aproximadamente. Dejando su nave espacial en órbita, descienden a bordo de cohetes-taxi que les depositan sobre el perímetro reservado de Villecoublay. No parece que el enclave posea un campo de aterrizaje.
Los Mensajeros, tratados como altos dignatarios, no parecen depender de ninguna autoridad superior a la suya. Se hospedan en la capital sin ser controlados por la Embajada, y viajan hasta el enclave por sus propios medios.
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Sección F
Secreto absoluto
Operación Substitución.
Mensajero interceptado. Agente F.57 actualmente en el enclave.
—¿Es la primera vez que viene usted a la Tierra, Mensajero Burg Agabal? Entonces, desconfíe de los terráqueos. No son realmente malvados, pero sí muy hipócritas. Personalmente, no les maltrato nunca, de acuerdo con las instrucciones del Plan, pero no olvido el proverbio, que por otra parte tiene un origen terráqueo, a propósito del que muerde la mano de su bienhechor.
El Delegado Jaker Logr hablaba, con las manos en la espalda, sin apartar la vista del recinto rodeado por una verja electrificada. Un poco apartado, el Mensajero no decía nada. Desde lo alto de la pequeña eminencia, se distinguían las espléndidas villas altarianas, multicolores en medio de la vegetación, y, más lejos, el lujuriante verdor de las marismas.
"Vea lo que vea, manténgase en su sitio. Cállese, mire, escuche."
El Mensajero concedió una mirada aparentemente impasible a los terráqueos que se encontraban detrás de la barrera electrificada.
—¿Cuántos terráqueos tienen ahí, Delegado?
—Nunca más de un centenar —respondió el Delegado, sonriendo—. Para nuestras necesidades personales. Los otros son expedidos lo más rápidamente posible. Siempre de noche, desde luego.
—No creo que tengan ustedes dificultades por ese lado...
—¿Cómo podríamos tenerlas? Los terráqueos no sospechan siquiera que nuestras astronaves puedan posarse en el enclave. Y a propósito de eso, la idea de hacer transitar a nuestros Mensajeros por la capital es excelente. ¿Por qué tan altos personajes se tomarían la molestia de todos esos transbordos si pudieran aterrizar directamente aquí?
—¿No cree usted que los terráqueos desconfían?
—Desconfían, pero eso es lo único que pueden hacer. Verá, les hemos traído la paz, y nos lo agradecen.
El Delegado Jaker Logr volvió los ojos hacia el Mensajero:
—Naturalmente, les extrañan las desapariciones. Pero todas esas desapariciones, por numerosas que sean, no tienen comparación posible con los exterminios que en otras épocas producían sus guerras.
Sacudió tristemente la cabeza:
—¡Qué horrible despilfarro, aquellas guerras! ¿Sabe usted lo que dice la bobina de palabras que me ha entregado?
—Desde luego que no, Delegado.
—Pues bien, es la decisión de modificar el Plan. Las exportaciones tienen que aumentar. En realidad, tienen que duplicarse en los próximos meses, y haberse triplicado antes de que termine el año terráqueo.
En aquel momento, el Mensajero no pudo evitar el dar un paso adelante: pero la silueta fugazmente entrevista había desaparecido ya en el interior de una de las antiguas casas de piedra.
—No se acerque demasiado, Mensajero Burg Agabal. Son unos seres perversos.
Desde el otro lado de la barrera, el hombre les miraba mientras se acercaba. Tenía muy buen aspecto, tal vez demasiado gordo. Se irguió ligeramente, con un aire de agresivo orgullo, y el Mensajero notó que su garganta se contraía.
—¿Puedo hablar con él, Delegado? Conozco un poco su idioma.
—Pruebe, si quiere. Esa experiencia resulta divertida, a veces.
El hombre, enfrente de ellos, se esforzaba por no inclinar los ojos.
—Terráqueo... —dijo el Mensajero.
Vaciló.
—Terráqueo, ¿quién es esa mujer que acaba de entrar en la casa? Esa joven con una larga cabellera pelirroja...
El prisionero volvió la cabeza.
—No lo sé, Extranjero.
—Tienes que conocerla, puesto que todos vivís juntos. ¿No sabes quién es?
—No lo sé, Extranjero.
—¿Desde cuándo está con vosotros?
El hombre le volvió la espalda y, andando pesadamente, se alejó de la barrera.
"Pase lo que pase, no haga nada que pueda precipitar el descubrimiento de su identidad."
El Mensajero contuvo su deseo de aferrar con las dos manos la verja electrificada. Cerró un instante los ojos para que se apaciguara el tumulto de sus emociones.
—¿Le ha gustado esa terráquea, Mensajero Burg Agabal?
—No, no, se equivoca usted, Delegado.
—He visto que le interesaba. Será para usted.
—Delegado, ¿quiere usted decir...?
El Delegado le cogió del brazo:
—Esta noche, la tendrá usted en la mesa.
Desde un lugar oculto, una bobina de música desgranaba una sorprendente melodía, a la vez estridente y suave, bella y triste como un sueño.
Más allá de la aldea en ruinas, el sol poniente inflamaba los verdores de las marismas.
—Excelente para la caza —decía Azirir, esposa del Delegado Jaker Logr—. ¿Sabe usted que esas marismas constituyen un verdadero laberinto de vías de agua? Un terráqueo, soltado allí con una barca, puede mantener en jaque a cincuenta cazadores durante varios días.
"Vea lo que vea, manténgase en su sitio."
—¿No es eso, noble Dama, lo que el Plan llama despilfarro?
Azirir rió. Era muy hermosa, aunque no humana.
—En el enclave somos libres de utilizar a nuestro antojo el ganado que nos ha sido atribuido.
Azirir acompañó al Mensajero hasta la mesa magníficamente puesta, cargada de vajilla finísima y de resplandeciente cristalería, rodeada de divanes y de almohadones. Los dignatarios se pusieron en pie y se inclinaron ante el Mensajero, con la mano en la frente. Sus insignias brillaron a la suave claridad de las lámparas.
—La Tierra es un paraje encantador —continuó Azirir, haciéndole tomar asiento entre ella y el Delegado—. Nunca, en el curso de sus exploraciones, las flotas de Altair descubrieron tan magníficas reservas. Salvo, quizás, en el planeta Procina, donde la caza era tan abundante, que los centros de suministro pudieron aprovisionar Altair durante varios siglos, según dicen.
Un oficial se inclinó hacia ella:
—Pero la caza de Procina tenía una carne insípida, noble Dama...
—Mientras que la Tierra... ¡Ah, la Tierra!
Azirir echó la cabeza hacia atrás y aspiró profundamente:
—Nobles huéspedes, ¿qué me dicen de ese divino aroma?
Precedidos del maestro-trinchador, los cuatro criados portaban sobre sus hombros la inmensa bandeja de plata envuelta en aromas a canela y a clavo, a pimpinela y a hierbabuena.
A hierbabuena...
"Pase lo que pase... Pase lo que pase..."
El Mensajero se irguió tan bruscamente que un plato bellamente decorado se estrelló contra el suelo.
—Apuesto a que ha imaginado usted lo que vamos a servirle ahora, Mensajero Burg Agabal —dijo el Delegado, en tono jovial—. Le prometí que esta noche la tendría usted en su mesa, y siempre cumplo lo que prometo.
Sonrió a los comensales, sus labios azules levantados sobre sus ocho caninos:
—¡Que el apetito os sostenga, nobles huéspedes, y que los manjares os sean provechosos!