27
Cuando salí del ascensor, Javonen vino a mi encuentro como si hubiese estado esperándome.
—Acompáñeme al bar —dijo—; quiero hablar con usted.
Fuimos al bar, que a aquella hora estaba vacío. Nos sentamos a una mesa del rincón. Javonen dijo serenamente:
—Cree que soy un bastardo, ¿verdad?
—No. Usted tiene un trabajo. Yo tengo un trabajo. El mío le molestaba. No confiaba en mí. Eso no le convierte en un bastardo.
—Yo intento proteger al hotel. ¿A quién intenta proteger usted?
—Nunca lo sé. A menudo, cuando da la casualidad de que sí lo sé, no sé cómo. Investigo al azar y me pongo pesado. En muchas ocasiones actúo de modo bastante deficiente.
—Es lo que el capitán Alessandro me había dicho. No es que me interese demasiado, pero ¿cuánto gana por un trabajo como éste?
—Bueno, éste se sale un poco de lo corriente, mayor. La verdad es que no he ganado ni un centavo.
—El hotel le pagará cinco mil dólares… por proteger sus intereses.
—El hotel es lo mismo que decir el señor Clark Brandon, ¿verdad?
—Supongo que sí. Él es el jefe.
—Suena bastante bien… cinco mil dólares. Bastante bien. Lo iré repitiendo durante el camino hacia Los Ángeles.
Me levanté.
—¿Adónde le envío el cheque, Marlowe?
—El Fondo de Ayuda a la Policía se alegraría de recibirlo. Los policías no ganan mucho dinero. Cuando están en un apuro, el Fondo les presta un poco. Sí, creo que el Fondo de Ayuda a la Policía se lo agradecería.
—¿Y usted no?
—Usted fue mayor en la CIC. Estoy seguro de que tuvo muchas oportunidades para dejarse sobornar. Sin embargo, sigue teniendo que trabajar. Bueno, ya es hora de que me vaya.
—Escuche, Marlowe; no sea tonto. Quiero decirle que…
—Dígaselo a sí mismo, Javonen. Así tendrá alguien obligado a escucharle. Buena suerte.
Salí del bar y me metí en el coche. Llegué a El Rancho Descansado, hice la maleta y me detuve en la recepción para pagar la cuenta. Jack y Lucille estaban en su puesto habitual. Lucille me sonrió.
Jack dijo:
—No hay cuenta, señor Marlowe. Hemos recibido instrucciones. También le pedimos disculpas por lo sucedido anoche; no sirven de mucho, ¿verdad?
—¿A cuánto cree que ascendería la cuenta?
—No demasiado. Unos doce cincuenta.
Dejé el dinero encima del mostrador. Jack lo miró y frunció el ceño.
—Le he dicho que no había cuenta, señor Marlowe.
—¿Por qué no? He ocupado la habitación.
—El señor Brandon…
—Hay gente que nunca aprende, ¿eh? He tenido mucho gusto en conocerles a los dos. Tendrá que hacerme un recibo. Es para deducirlo de mis impuestos.