40

Degarmo se apartó de la pared y se enderezó con una sonrisa vaga. Su mano derecha hizo un movimiento rápido. En ella apareció un revólver. Lo mantuvo alzado sin fuerza, de modo que el cañón apuntara al suelo a poca distancia de él. Se dirigió a mí sin mirarme.

—Creo que usted no va armado —dijo—. Patton sí lleva revólver, pero no creo que pueda sacarlo con la velocidad suficiente como para que le sirva de algo. Espero que tenga usted alguna prueba en que apoyar su última suposición. ¿O no le parece un detalle lo bastante importante como para perder el tiempo con él?

—Tengo una prueba —le dije—. No es todavía gran cosa, pero crecerá. Alguien estuvo escondido detrás de la cortina verde del apartamento del Granada durante más de media hora. Alguien que pudo esperar con un silencio del que sólo es capaz un policía acostumbrado a vigilar. Alguien que llevaba una porra. Alguien que sabía que me habían golpeado con ella y que lo supo sin necesidad de mirarme la cabeza. Se lo dijo a Shorty, ¿recuerda? Alguien que sabía que a la mujer a quien acababan de matar le habían pegado también con una porra, aunque las consecuencias no fueran muy visibles y aunque no hubiera tenido tiempo de examinar el cadáver. Alguien que la desnudó y que le destrozó el cuerpo con unos arañazos salvajes llevado de ese odio sádico que un hombre como usted es muy capaz de sentir por una mujer que ha convertido su vida en un infierno. Alguien que bajo las uñas tiene, en este momento, la sangre y la piel suficientes como para darle a un químico trabajo de sobra. Le apuesto lo que quiera, Degarmo, a que no le permite a Patton que le examine las uñas de la mano derecha.

Degarmo alzó un poco la pistola y sonrió con una sonrisa amplia y blanca.

—¿Y cómo supe dónde encontrarla? —preguntó.

—Almore la vio entrar o salir de casa de Lavery. Eso es lo que le puso nervioso y por eso le llamó a usted cuando me vio rondando por allí. En cuanto a cómo la siguió usted hasta el apartamento en que vivía, no lo sé. Pero no creo que le resultara muy difícil. Pudo ocultarse en casa del doctor Almore y seguirla al verla salir, o pudo seguir a Lavery. Simple trabajo de rutina para un policía.

Degarmo asintió y permaneció en silencio un momento meditando. Tenía una expresión sombría, pero en sus ojos azul metálico había una chispa casidiría que de regocijo. En la habitación reinaba ese ambiente caliente y pesado del desastre ya imposible de evitar. Pero, al parecer, él era quien menos lo sentía.

—Quiero salir de aquí —dijo al fin—. Puede que no llegue muy lejos, pero no permitiré que me detenga un palurdo. ¿Alguna objeción?

—No puede ser, hijo —dijo Paton con mucha calma—. Sabe que tengo que detenerle. No se ha demostrado nada, pero no puedo dejarle que se vaya.

—Tiene usted una buena tripa, Patton. Y yo tengo buena puntería. ¿Cómo cree que va a poder detenerme?

—Eso me he estado preguntando —dijo Patton. Se rascó el cabello bajo el sombrero que llevaba echado para atrás—, pero hasta ahora no se me ha ocurrido nada. No quiero que me llene la tripa de agujeros, la verdad, pero tampoco puedo dejar que nadie me tome el pelo dentro de mi jurisdicción.

—Déjele que se vaya —le dije—. No puede escapar de estas montañas. Por eso le traje aquí.

—Pero puede herir a cualquiera que intente detenerle —dijo Patton gravemente—, y eso no estaría bien. Si alguien sale mal parado, lo mejor es que sea yo. Degarmo sonrió.

—Es usted un buen chico, Patton —dijo—. Mire, voy a enfundar el revólver y partiremos los dos de cero. Soy lo bastante rápido como para poder darle esa ventaja.

Enfundó el arma y se quedó con los brazos colgando a ambos lados del cuerpo y la barbilla un poco hacia delante, a la expectativa. Patton mascaba lentamente con sus ojos pálidos clavados en los mirada intensa de Degarmo.

—Pero yo estoy sentado —se quejó—. Además, no soy tan rápido como usted. Lo que pasa es que tampoco me gusta pasar por cobarde. —Me miró tristemente—. ¿Por qué me lo ha tenido que traer aquí? Éste no es problema mío. Mire en el lío en que me ha metido.

Parecía dolido, confuso y bastante débil.

Degarmo echó hacia atrás la cabeza y dejó escapar una carcajada. Mientras reía, su mano voló otra vez hacia la funda del revólver.

No vi moverse a Patton, pero la habitación tembló con el rugido de su Colt.

Degarmo extendió el brazo derecho con la velocidad del rayo. Su pesado Smith Wesson saltó en el aire y fue a chocar contra la pared de pino nudoso a sus espaldas. Sacudió la mano derecha y la miró con ojos llenos de asombro.

Patton se levantó lentamente. Cruzó muy despacio la habitación y, de una patada, lanzó el revólver debajo de una silla. Miró tristemente a Degarmo, que se chupaba la sangre de los nudillos.

—Me dio la oportunidad —dijo Patton sombrío—. Nunca debe dar una oportunidad a un hombre como yo. Llevo disparando más años de los que usted tiene, hijo.

Degarmo asintió, se enderezó y se dirigió a la puerta.

—No haga eso —le dijo Patton con calma.

Degarmo siguió avanzando. Llegó al umbral y empujó la puerta de tela metálica. Se volvió a mirar a Patton. Su rostro estaba ahora muy pálido.

—Voy a salir de aquí —dijo—, y sólo tiene una manera de detenerme. Adiós, gordinflón.

Patton no movió un solo músculo.

Degarmo salió. Se oyeron sus pisadas primero en el porche y luego en los escalones de la entrada. Me acerqué a la ventana y miré al exterior. Patton seguía inmóvil. Degarmo acabó de bajar los escalones y comenzó a cruzar el dique.

—Está cruzando el dique —dije—. ¿Y Andy? ¿Lleva algún arma?

—Aunque la llevara, no creo que la usara —dijo Patton pausadamente—. No sabe que haya motivo para hacerlo.

—¡Maldita sea! —exclamé.

Patton suspiró.

—No debió darme una oportunidad —dijo—. Me tenía bien cogido. Ahora no he tenido más remedio que darle una oportunidad a él. Pero es inútil. No va a servirle de nada.

—Es un asesino —dije.

—No de esa clase, hijo. ¿Dejó cerrado su coche?

Asentí.

—Andy va hacia el otro extremo del dique —dije—. Degarmo le detiene. Está hablando con él.

—A lo mejor se va en el coche de Andy —dijo Patton tristemente.

—¡Maldita sea! —exclamé, y miré a Kingsley.

Tenía la cabeza entre las manos y miraba fijamente al suelo. Me volví hacia la ventana. Degarmo había desaparecido de mi vista. Andy cruzaba el dique y venía hacia nosotros lentamente, parándose de vez en cuando para volver la cabeza. A lo lejos sonó el ruido de un motor. Andy miró hacia la casa, se dio media vuelta y echó a correr por donde había venido.

El sonido del motor se apagó en la distancia. Cuando se extinguió del todo, habló Patton:

—Bueno, será mejor que volvamos a mi oficina y hagamos unas cuantas llamadas.

Kingsley se levantó de pronto, fue a la cocina y volvió con una botella de whisky. Se sirvió un buen trago y se lo bebió de pie. Señaló la botella con la mano y salió pesadamente de la habitación. Después oímos gemir los muelles de su cama.

Patton y yo salimos sin hacer ruido de la casa.

Todo Marlowe
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