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El bar del Hotel Four Seasons de Manhattan, con el frío mármol, los techos altos y la iluminación sutil, estaba empezando a llenarse lentamente de los habituales de un lunes por la noche.

Los camareros guiaban hasta las mesas a los hombres de Wall Street con trajes de Armani, y a sus preciosas y jóvenes acompañantes. Tenían unos minutos para tomar una copa antes de subir a un taxi con dirección al Village, donde tenían reservada mesa para cenar.

En la parte delantera del bar, un pianista amenizaba la velada con piezas de jazz. Cerca de él, en una mesa de la esquina, había una pareja que destacaba por encima de las demás. También era una pareja de edades distintas, aunque en este caso los papeles estaban cambiados; estaba formada por un hombre joven y atractivo y una mujer de mediana edad.

La mujer era Katherine Van Bender y el hombre era Jay Strauss, el Chico.

Estaban mirándose a los ojos y sonriendo. Él alargó el brazo y la cogió de la mano. En silencio, se la apretó.

Se les acercó una camarera con una bandeja y dos copas. Dejó un Cosmopolitan delante de Katherine.

—Un Cosmopolitan para la señora. —Dejó otra copa delante de Jay—. Y, para el señor, un Dalmore solo. ¿Puedo traerles algo más?

El Chico meneó la cabeza. La joven sonrió y se marchó. Katherine levantó su copa.

—Por nosotros.

Él levantó su vaso:

—Por el señor Dalmore, de veintiún años.

Brindaron por eso.