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La vida volvió a la normalidad. O al menos a la normalidad que podías conseguir después de que tu mujer saltara desde un acantilado.

Después de pasarse cinco días en casa tragando valiums y mirando la tele, Timothy volvió a la oficina. El Chico lo había hecho muy bien durante su ausencia, había tomado el mando de la oficina, les había explicado a los inversores lo que le había pasado a Timothy, los había escuchado y había contestado a sus preguntas. Sus mensajes de pésame, que sin duda eran sinceros, desprendían frialdad: ¿Una tragedia como aquella afectaría de manera negativa a Timothy y a Osiris LP? ¿Cambiaría la estrategia de la empresa? ¿Alteraría los beneficios de Osiris? Esa gente no se había hecho rica quedándose de brazos cruzados. El Chico les aseguró que la ausencia de Timothy sería breve y que, cuando retomara el timón de Osiris, seguiría haciendo lo que mejor se le daba: ganar dinero para sus clientes. Es lo que querían oír.

Lo que el Chico no les dijo fue que, con o sin Timothy, Osiris tendría que hacer frente a la quiebra en poco tiempo. El yen, que muy amablemente había empezado a bajar después de que Osiris especulara a la baja, casi el mismo día de la muerte de Katherine, empezó a subir a una velocidad alarmante.

Los tres millones de dólares de beneficios virtuales con los que Timothy ya contaba para empezar a compensar las primeras pérdidas habían ido disminuyendo lentamente. Primero fue un millón, y luego dos. El día que Timothy regresó a la oficina, la enorme operación comercial con el yen volvía a estar en números rojos y, de alguna manera, y por ridículo que parezca, las pérdidas de veinticuatro millones de dólares habían aumentado a veinticinco millones.

Fue lo que el Chico le explicó a Timothy cuando lo recibió en la puerta del ascensor el miércoles por la mañana, el primer día que volvía al trabajo. En primer lugar, que el yen había subido hasta setenta y cinco; en segundo lugar, que todos los demás fondos que habían apostado contra la divisa japonesa habían empezado a comprar para cubrir su inversión, provocando así una subida más acelerada del yen; en tercer lugar, que las pérdidas de Osiris habían alcanzado ya los veinticinco millones de dólares y, en cuarto y último lugar, que Pinky Dewer había llamado varias veces, preguntando por su dinero. Después de todo aquello, el Chico le dijo:

—Bienvenido. Tienes buen aspecto. ¿Cómo estás?

—Hecho una mierda —dijo Timothy. Abrió las puertas de cristal que daban acceso a las oficinas de Osiris. Ahí estaba Tricia, en el mostrador de recepción. Timothy no había hablado con ella desde la noche que había salido corriendo de su piso… la noche que Katherine había desaparecido.

—Hola, Timothy —dijo ella—. Bienvenido.

—Gracias, Tricia —asintió—. Me alegro de verte.

Sin embargo, el Chico estaba justo detrás de él, observándolos e intentando descifrar qué significaba todo aquello. Aunque lo cierto era que, aunque el Chico no estuviera allí, Timothy no sabía qué iba a decirle a Tricia. Parecía absurdo decirle que su aventura, aunque hubiera resultado frustrada, se había acabado. No sabía por qué pero, de repente, ser viudo hacía que las aventuras extra-matrimoniales no fueran tan divertidas.

Así que le dijo:

—Gracias por estar a mi lado en estos momentos.

Aquello pareció lo suficientemente indefinido, incluso cómplice… quizá lo que ella necesitaba.

—Sabes que estoy contigo —dijo ella.

—Estaré en mi despacho —dijo Timothy—. Chico, ¿me acompañas?

Todavía no había pasado ni una hora cuando Pinky Dewer llamó. Tricia lo anunció por el interfono y Timothy decidió contestar la llamada, con la esperanza de que la repentina muerte de su mujer suavizara a Pinky. Pero no fue así.

—Timothy, chico —dijo Pinky—. Me he enterado de la terrible noticia. Siento mucho lo de Katherine. ¿Recibiste mis flores?

—Mmm —dijo Timothy—. No lo sé. ¿Cómo eran? —había muchísimas flores y no podía recordar quién había enviado qué, pero no le extrañaría que Pinky se lo hubiera imaginado y hubiera enviado un ramo imaginario.

—No sé, un arreglo —dijo Pinky, mientras su voz resonaba en el altavoz—. Un arreglo muy bonito —se aclaró la garganta—. Timothy, el motivo de mi llamada es que todavía no he recibido la transferencia del capital a mi cuenta, como te pedí. Y ahora ya empieza a ser un asunto bastante serio.

Timothy le guiñó un ojo a Jay, que estaba sentado en silencio frente a él.

—Jay —dijo Timothy—, creía haberte dicho que te encargaras de la solicitud del señor Dewer de transferirle todo el dinero que tiene invertido en Osiris excepto cien mil dólares.

Con un tono dramático, el Chico dijo:

—Lo siento, señor Van Bender. Es culpa mía. Con todo lo que ha sucedido, la tragedia de su esposa… se me olvidó por completo. Lo siento mucho.

—Jay —continuó Timothy mientras masturbaba un pene gigantesco imaginario en el aire—, me has decepcionado. Mi vida personal no debería interferir en tus obligaciones laborales.

—Sí, señor Van Bender, lo siento —el Chico se unió a él, y empezó a masturbar su propio pene gigantesco imaginario.

—Muy bien —dijo Timothy. Se levantó de la silla y caminó hasta la puerta—. Largo de aquí —abrió y cerró de un portazo. El Chico seguía sentado en su silla, en silencio—. ¿Pinky? —dijo Timothy—. ¿Sigues ahí?

—Sí.

—Lo siento mucho, Pinky. Ese chico es gilipollas. Yo mismo haré la transferencia esta mañana. Si me doy prisa, llegaré antes del límite del mediodía —«Pero no me daré ninguna prisa», pensó.

—Te lo agradecería —dijo Pinky.

—Gracias por tu paciencia.

—De nada.

Timothy se sentó en su silla y acercó la mano al teléfono para cortar la llamada pero, antes de que pudiera hacerlo, escuchó la voz de Pinky.

—¿Timothy?

—Sí.

—Siento mucho lo de Katherine. Era una mujer encantadora. Me imagino lo mucho que debes echarla de menos. No es fácil perder a tu otra mitad, ¿verdad?

Timothy se sintió avergonzado. Hacía unos segundos, estaba fingiendo una masturbación imaginaria y ahora Pinky lo estaba consolando por la pérdida de su mujer después de veinte años de casados.

—No es fácil —asintió débilmente.

—Lo superarás —dijo Pinky—. No enseguida. Tardarás años. ¿Cuánto tiempo llevabais casados? ¿Veinte años? Recuerda esto: veinte años es más de lo que la gente solía vivir no hace tanto. Así que tardarás un tiempo, pero lo superarás. Y un buen día te despertarás y te parecerá que hace mil años. Todo el dolor y todos los recuerdos… desaparecerán. Ella desaparecerá. Ya lo verás.

—Gracias, Pinky —dijo Timothy. Y colgó.