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Como si estuvieran hablando de que Timothy se pasara por el laboratorio de Ho para dejarle la trucha de más que había pescado, acordaron que Timothy encontraría un «recipiente» adecuado y llamaría al doctor al móvil para avisarlo. Después se encontrarían en el laboratorio.
Timothy volvió al coche. Atravesó el parking, pasó junto a las amas de casa que iban hacia sus coches abrazadas a bolsas de papel marrón de la compra con cara de asco, junto a los críos que hacían cola frente a la tienda de los helados, junto al puesto de burritos con las mesas en la calle, donde los hombres de negocios se metían la corbata dentro de la camisa para no mancharse. Viéndolos a todos, se sintió incómodo. Podía recuperar a Katherine, pero tendría que escoger a alguien, a un recipiente, para poner a su mujer dentro. ¿A quién iba a elegir? ¿A una de las amas de casa del centro comercial? ¿A una de las jóvenes camareras del Starbucks? ¿A la guapa dependienta de la librería?
Condujo despacio, como un autómata, poniendo el intermitente, parándose ante el semáforo en rojo, frenando para dejar pasar a los peatones. Cuando levantó la vista, había conducido más de un kilómetro en dirección a su casa, pero el tiempo había desaparecido. Se sentía vacío, seco, como una cisterna de plastilina llena de polvo.
Y sabía por qué se sentía tan vacío. Porque iba a hacer algo horrible. Incluso sin conocer muy bien los detalles, lo sabía. Iba a escoger a alguien. Iba a escoger a una víctima.
Y se preguntó: «¿Acaso cualquier hombre no haría lo mismo? ¿Un hombre que quisiera a su mujer, o a su familia, haría algo distinto? Esto es lo que lleva a los buenos hombres a la guerra, a quemar chozas de paja, a bombardear catedrales, a hablar de niveles aceptables de “daños colaterales”. A veces, quieres a alguien tanto que tienes que olvidarte del resto del mundo. Lo único que importa es esa persona».
Su mujer iba a volver. La quería más que a nada en el mundo, más que a nadie. Había hecho falta que se muriera para que Timothy descubriera, por fin, lo que Katherine significaba para él. Lo era todo. Era la única mujer a la que había querido. Era la única persona en la que había confiado.
Sin ella, su vida estaría vacía: noches solitarias en una casa oscura, sin poder dormir y recordando los momentos felices.
En cierto modo, Timothy comprendía que había elegido un camino que lo llevaría a la destrucción. Sin embargo, igual que esa misma tarde había reconocido que repetiría la apuesta contra el yen otra vez, también sabía que, si pudiera revivir este momento cien veces, las cien escogería lo mismo. Recuperaría a Katherine, independientemente de lo que costara y del resultado.
«Sí, la quiero tanto —se dijo—. La echo tanto de menos. Haría cualquier cosa». Asintió decidido. Cualquier cosa.
Cuando llegó a la calle Webster, a poco más de un kilómetro de su casa, Timothy ya había decidido poner en marcha su plan.
La primera pregunta que necesitaba responder era: ¿a quién iba a escoger?
Con una mano en el volante, marcó un número de teléfono en el móvil y se lo pegó a la oreja.
Fue una sorpresa comprobar que quien contestó fue el Chico.
—Osiris.
—¿Chico? Soy yo. ¿Dónde está Tricia?
—Ha salido un momento. Me alegro de hablar contigo. Hemos recibido tres llamadas de inversores que quieren retirar su dinero: Sharpe, Johnson y Hendrick.
—¿Qué les has dicho?
—Que les llamarías cuando volvieras. ¿Dónde estás?
—Ah —dijo Timothy en tono ausente—. Saliendo del centro comercial.
—¿El centro comercial? Timothy…
—Podemos retener su dinero noventa días. Diles que empiezan a contar desde ya y que, dentro de tres meses, podrán retirarlo.
—Muy bien.
—Bueno… —Timothy hizo una pausa, para evitar sonar demasiado emocionado—. ¿Ha vuelto Tricia ya?
El Chico suspiró. Primero su jefe se iba de compras mientras el negocio se desmoronaba y ahora quería flirtear con la secretaria.
—Espera —el Chico dijo algo en voz baja.
Timothy escuchó la voz de Tricia al teléfono.
—¿Diga?
—Hola, Tricia.
Parecía contenta.
—Hola, Timothy.
—¿Sabes que dijimos de ir a tomar algo?
—Sí.
—Bueno, pues ha llegado el momento. ¿Qué haces hoy después del trabajo?
—Nada. Bueno, a menos que…
—Pues vayamos a tomar algo. ¿Conoces el Dutch Goose?
—¡Genial!
—Genial —asintió Timothy—. Nos vemos allí a las siete y media.
—Genial.
Timothy dijo:
—No traigas al Chico.
—No lo haré.
—Vale. Hasta luego —cerró el teléfono. Sí, supo desde el principio a quién iba a escoger. ¿Acaso había alguna duda?