13

Timothy se despertó y se afeitó. Se puso unos pantalones de algodón y una camisa azul de punto, y bajó a la cocina. El sol brillaba con fuerza en el jardín trasero; se hizo una idea de cómo sería el día: cálido y húmedo, de auténtico verano, despiadado.

Volvió a intentar hacer café. Esta vez trato de ajustar mejor la cantidad de agua y probó una cucharada sopera de café por cada taza de agua. Encendió la cafetera.

Llamaron a la puerta. Era el detective Neiderhoffer.

—Ninguna noticia —dijo, de entrada.

Timothy lo acompañó hasta la cocina.

—Estoy preparando café.

—Perfecto. —Neiderhoffer se sentó en la mesa de la cocina, sacó un bloc de notas del bolsillo de la chaqueta y empezó a pasar páginas.

Timothy se sentó delante de él.

Neiderhoffer dijo:

—He hablado con el doctor Charles de la Palo Alto Medical Foundation esta mañana. Tenía razón. Era el médico de su mujer.

Timothy asintió.

—Cuando su mujer le llamó ayer por la mañana, le dijo que estaba muy enferma, ¿verdad?

—Sí.

—Según el doctor Charles, su mujer no ha acudido a su consulta en el último año. Su última visita fue, veamos… —pasó páginas del bloc—, en junio de 1998. Y entonces gozaba de buena salud —miró a Timothy—. Y es extraño, si es cierto que estaba tan enferma.

—Sí —dijo Timothy. Intentó recordar la última vez que Katherine le había dicho algo sobre una cita con el médico, sobre su salud. No recordaba casi nada, sólo algunas visitas al ginecólogo y una revisión en el optometrista. Nunca dijo nada acerca de estar gravemente enferma.

—Aunque, por supuesto, eso no significa nada —dijo Neiderhoffer—. Puede que hubiera cambiado de médico y no le hubiera dicho nada. Bueno, los dos tendrían sus secretos, ¿no?

Timothy miró al detective, que lo estaba mirando con benevolencia. Neiderhoffer se acarició el bigote. ¿Acaso lo estaba poniendo a prueba? ¿A dónde quería llegar?

Y entonces, en el bolsillo del detective empezó a sonar una melodía electrónica: la Obertura 1812 de Chaikovski. Neiderhoffer sacó el móvil. Miró quién era y levantó el dedo índice, como para indicarle a Timothy: «Es la llamada que estábamos esperando».

Abrió el teléfono y dijo:

—Neiderhoffer.

El detective asintió. Escuchó la voz de la persona que llamaba. Timothy vio cómo al detective se le tensaban las comisuras de los labios y cómo cerraba los ojos. Sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

—Muy bien —dijo Neiderhoffer—. Ahora estoy con él —asintió—. Muy bien. Perfecto.

Cerró el móvil y lo dejó en la mesa con suavidad.

—Era el sargento Billings, de la policía de Big Sur. Tengo malas noticias, señor Van Bender. Han encontrado el Lexus. Estaba en Mule Canyon Road, cerca de Wells. Estaba aparcado junto a unas rocas. Justo donde usted nos pidió que miráramos, cerca del océano —se acarició el bigote—. Han encontrado ropa de mujer, doblada, en el precipicio. Coincide con la descripción que nos dio de lo que llevaba. Debió de desnudarse antes de… mmm… —se calló.

—¿Antes de qué?

Neiderhoffer respondió otra pregunta.

—Han encontrado rastros de sangre en las rocas de la base del precipicio. Tenemos que hacer las pruebas pertinentes, claro. Asegurarnos de que es suya.

Timothy se quedó mirando el jardín, el césped sin cortar y los retorcidos albaricoqueros. El sol brillaba y el cielo estaba despejado y azul, sin nubes.

—Señor Van Bender, todavía no han encontrado el cuerpo. Puede que nunca lo encuentren. Si su mujer saltó desde el acantilado y la marea estaba baja, puede que el agua la haya arrastrado mar adentro. Seguiremos buscándola; ya hemos llamado al servicio de guardacostas… —esperó alguna reacción por parte de Timothy. En vano. Luego añadió—: ¿Señor Van Bender?

Timothy cerró los ojos.

—¿Sí? —dijo.

—Hasta que no encontremos el cuerpo, no podemos determinar que ha sido un suicidio. En términos legales, sigue siendo un caso de desaparición. Sin embargo, quiero ser franco con usted. Hay muy pocas posibilidades de que su esposa esté viva.

Timothy cruzó los brazos y apoyó la cabeza en la mesa. Intentó quedarse quieto, perderse en la oscuridad de las mangas de la camisa y el silencio del momento. ¿Qué había hecho?, se repitió. Lo había echado todo a perder. Y entonces, con una extraña y repentina lucidez, se le ocurrió algo: «Qué extraño que sienta lástima por mí mismo en lugar de tristeza. ¿Qué me pasa? Soy la persona más terrible que conozco».