28

El doctor Ho accedió a ver a Timothy al día siguiente, a mediodía. Insistió en que se vieran en un lugar público. Al parecer, su último encuentro con Timothy le había hecho pensarse dos veces eso de reunirse con el imprevisible señor Van Bender en un desierto complejo de oficinas.

Se encontraron en el Stanford Shopping Center, un centro comercial al aire libre que estaba junto a la universidad. Ho lo estaba esperando en el pasillo de los restaurantes, en un patio cerca de las cafeterías y las panaderías. Estaba sentado en una mesa de malla metálica, con dos vasos de papel de café delante.

Timothy se le acercó. Debajo del ojo izquierdo, tenía un morado del tamaño de una bola de billar.

—Menudo ojo —dijo Timothy, que se sentó enfrente del doctor.

—Hoy no me pegará, ¿verdad, señor Van Bender?

—Supongo que depende.

—¿De qué?

—De si piensa compartir ese café.

Ho deslizó un vaso hacia delante.

—Asumo que habló con su mujer —dijo.

Timothy lo miró con escepticismo.

—Si me está mintiendo, es lo más bajo que cualquier ser humano haya hecho jamás.

—No le miento. —Ho bebió un sorbo de café y volvió a colocar la tapa de plástico—. No le pido dinero, señor Van Bender. Ya he cobrado por el proceso de realización de la copia de seguridad. No quiero nada más de usted: ni dinero, ni tiempo, ni atención —hizo una pausa—. Sólo intento hacer lo correcto. Intento mantener la promesa que le hice a su mujer.

—¿Cuál es esa promesa?

Ho se encogió de hombros.

—Esto no es ciencia ficción, señor Van Bender. No existe ninguna varita mágica. No puedo resucitar a los muertos. El cuerpo de su mujer está… muerto. Incluso si no hubiera… —intentó encontrar las palabras para decirlo con delicadeza—. Incluso si no hubiera puesto fin a su vida, habría muerto al cabo de poco tiempo debido a su enfermedad. Ése es el problema con la técnica de la copia de seguridad. Lo único que hago es mantener a su mujer en una especie de estado no-corpóreo. Pero en ese estado actual no es auténticamente humana, ni está viva en ningún sentido estricto de la palabra.

Ho continuó:

—Algún día, cuando la clonación humana sea perfecta, y creo que sólo es cuestión de tiempo, bueno, ya puede imaginarse las posibilidades. Se podrá almacenar la mente de alguien, junto a una muestra de tejido. Y entonces, si se produjera un accidente o una enfermedad, sencillamente se recuperaría la mente, se implantaría en un clon vacío y se devolvería a su cuerpo. La muerte accidental ya no existirá, ni la enfermedad repentina. Imagíneselo.

—Sería ingenioso.

—Es la visión que tengo para mi empresa. Que sea la empresa que solucione una gran necesidad del mercado: la muerte. Obviamente, abre una nueva caja de Pandora. Plantea dilemas éticos y morales. Pero podríamos superarlos. Nada podría detener a la tecnología. ¿Quién no quiere vivir para siempre?

Ho miró a Timothy, como si esperara una respuesta. Pero no obtuvo nada.

—Lo que nos lleva a su mujer —dijo—. Ahora tiene que hacer una elección muy difícil, señor Van Bender. No lo envidio.

—¿Qué tipo de elección?

—Hacer la copia de seguridad de su mujer sólo es la mitad del plan. Su mujer quería volver con usted, estar con usted… físicamente.

—Perfecto. ¿Cómo lo hacemos?

Ho meneó la cabeza como diciendo: el señor Van Bender no es muy inteligente.

—Dígamelo —dijo Timothy.

—Como le he dicho antes, esto no es ciencia ficción. No hay ninguna forma de curarle el cáncer o de hacer que su cuerpo muerto vuelva a la vida.

—¿Y entonces?

El doctor Ho se inclinó sobre la mesa como si estuviera a punto de compartir un secreto muy oscuro.

—Puedo restablecer a su esposa, pero necesito un… —se calló.

—¿Un qué?

—Un recipiente —dijo Ho—. Otra persona. Puedo rescribir a su mujer encima del hardware de otra persona.

—Rescribir… —Timothy se detuvo y se quedó pensativo—. ¿Y qué le sucede a la otra persona?

Ho se encogió de hombros.

—¿La mata?

—No, no, no —respondió inmediatamente el doctor, mientras miraba a su alrededor por si alguien los había escuchado. Una mujer obesa pasó por delante de ellos con dos niños igual de gordos. Esperó a que pasaran de largo—. No funciona así. Su cuerpo sigue con vida. Y su mente, bueno, puedo hacer una copia de seguridad, y así, cuando sea científicamente posible, en teoría podremos devolverla a la vida sin hacerle daño.

—Tiene que ser una broma.

Ho negó con la cabeza. No era ninguna broma.

—¿Quiere devolverme a Katherine en el cuerpo de otra persona?

Ho lo miró sin decir nada.

Timothy preguntó:

—¿De quién?

Ho levantó el índice.

—Eso —dijo— depende de usted. Pero, por favor, permita que le haga algunas sugerencias. La persona debería ser joven y gozar de buena salud. Sería una ironía de proporciones monumentales pasar por todo este proceso y descubrir que la persona que ha escogido tiene algún tipo de cáncer terminal. Por supuesto, debería ser una mujer; no creo que quiera vivir en su casa con un camionero barbudo de ciento cincuenta kilos. Debería ser además una mujer a quien encontrara físicamente atractiva, igual que su esposa le parecía físicamente atractiva. Y, por último, si me permite una última recomendación…

—Por favor.

—Debería ser alguien a quien conozca. Alguien con quien fuera posible que… acabara después de la muerte de su mujer. Lo que quiero evitar, y disculpe mi egoísmo, es la aparición de algo excesivamente extraño, algo que llame demasiado la atención. Todavía no estoy preparado para comercializar esta tecnología. Así que no queremos levantar sospechas.

—Entiendo —dijo Timothy.

—¿De verdad? —preguntó Ho—. ¿Está seguro de que entiende la seriedad de la decisión que tiene que tomar? Escoja el recipiente con cuidado, porque dentro va a poner a su esposa. Y pasará el resto de su vida con ella.

—Una especie de matrimonio.

Ho dijo:

—He hablado de esto con su mujer. Ella se muestra muy flexible. Entiende que no existe la elección perfecta, y por eso lo deja en sus manos. Cree que escogerá sabiamente.