38
Al día siguiente, Timothy se reunió con Frank Arnheim en Buck’s, una cafetería en Woodside, para desayunar.
—La situación es la siguiente —le explicó Frank—. Podrías ir a la cárcel.
Timothy se estaba comiendo una tortilla de claras de huevo con queso cheddar. Dejó el tenedor en el plato. No era lo que esperaba escuchar. Se había reunido con Frank para repasar su testimonio ante la CFTC sobre la quiebra de Osiris. Se suponía que tenía que volar a Chicago en menos de dos semanas.
—Por doscientos cincuenta dólares la hora, ¿es todo lo que sabes hacer?
—Un montón de gente importante perdió mucho dinero en Osiris. Desde el punto de vista de la CFTC, alguien tiene que pagar.
—No me importa que alguien pague —dijo Timothy—, siempre que no sea yo —jamás se le había ocurrido que pudiera acabar en la cárcel.
—Bueno, a eso me refiero. Ayer, mientras te daban una buena paliza en el aparcamiento, estuve charlando un rato con tu ayudante, Jay Strauss.
—Es un buen chico ese Jay —dijo Timothy.
—No —respondió Frank—. Yo creo que no.
—¿En serio? —Timothy se quedó muy sorprendido.
—Sí —dijo Frank—. Muy en serio. Cuando testifique en Chicago, irá a por ti.
—¿El Chico? Quiero decir, ¿Jay? ¿Estás seguro?
—Has debido hacer alguna cosa que lo ha cabreado mucho. Deja que te pregunte algo: ¿qué sabe? ¿Le pediste alguna vez que mintiera? ¿Le pediste alguna vez que les dijera a los inversores algo que no era cierto?
—No —Timothy se lo pensó. Le había dicho al Chico que le mintiera a Pinky—. Sí —luego añadió—: Puede. No lo sé.
—Ponte en la piel de Jay. Es un chaval de veinticuatro años asustado. Está preocupado por su futuro. Y, en cambio, al gobierno no le importa en lo más mínimo. No es nadie. Te quieren a ti. Querrán dar ejemplo contigo. Darle a todo el mundo una pequeña lección sobre lo poderosa y omnipresente que es la CFTC. ¿Ves a dónde quiero llegar?
—Van a proponerle un trato al Chico.
—Por lo que sabemos, quizás ya lo han hecho. Le han debido de decir: «Danos a Van Bender y sales limpio de todo esto. Puedes seguir trabajando en este negocio, no habrá censura pública ni nada en tu expediente». En realidad, apuesto cinco a uno a que se inventa cosas sobre ti, que exagera tus palabras, que te pinta como una persona peor de lo que eres.
—Pues le va a costar.
—Lo sé —Frank dio un bocado a la tostada y la partió por la mitad con los dientes—. Lo que intento decirte es que tienes que esperarte lo peor.
—¿Qué puedo hacer?
—Siempre podrías matarlo —Frank se rió—. Es broma, claro.
—Claro.
—Creo que tienes que hablar con él. Ver de qué pie cojea. Cuando lo tengas calado, hablaremos.
Antes de poder calar al Chico, antes de comprobar si iba a traicionarlo, Timothy tenía otra traición en mente. Volvió al despacho y llamó a su mujer.
—¿Qué haces? —le preguntó tranquilamente.
—Estaba limpiando un poco.
—¿Tienes planes para comer?
—Había quedado con Ann Beatty al mediodía, pero puedo cancelarlo.
—No —dijo él—. Deberías ir. Es importante que Tricia empiece a conocer a la gente del barrio. Yo me quedaré por aquí.
—¿Seguro?
—Sí —dijo él.
Cuando colgó, sabía perfectamente qué iba a hacer. A mediodía, cuando Tricia se marchó a comer, Timothy fue a casa.
Ya no la creía. Y no era sólo por el episodio de la noche anterior, cuando se la había encontrando leyendo los diarios de Katherine a las dos de la madrugada. Era por una serie de extraños incidentes: que hubiera utilizado la palabra «genial», que supiera que el collar era un regalo de aniversario, que hubiera olvidado su primera experiencia de sexo oral en su habitación en casa de sus padres, que insistiera tanto en el matrimonio, pero que se negara a firmar un acuerdo prematrimonial…
Ahora, a la luz del día, sin una gota de alcohol en el cuerpo y sin el deseo sexual ofuscándole la mente, pensó que quizás había sido un estúpido. Quizá la mujer que vivía bajo su techo, la mujer que había dentro del joven cuerpo de Tricia… quizá fuera sencillamente Tricia. ¿Cuánto tiempo llevaba planeando todo ese juego? ¿Había conseguido trabajo en la empresa de Timothy sabiendo que intentaría casarse con él? ¿O se le ocurrió cuando se enteró de la muerte de Katherine?
Seguro que sabía que, como Tricia, podría seducirlo, pero que él jamás confiaría en ella por completo y que jamás conseguiría un céntimo de su fortuna. Sin embargo, como Katherine, su mujer desde hacía veinte años, la mujer que Timothy quería y añoraba, la mujer en la que confiaba, la cosa sería distinta. Por eso tenía tanta prisa por casarse, y de ahí el enfado ante el acuerdo prematrimonial.
Era brillante. La historia era convincente, pero sólo porque Timothy quería estar convencido. Quería recuperar a su mujer. Quería una segunda oportunidad. Y, al mismo tiempo, deseaba a Tricia. Y, en un movimiento maestro, ella lo había hecho posible todo: que tuviera una segunda oportunidad con su mujer mientras tenía a una preciosa chica de veintitrés años entre los brazos. En sí mismo, el plan no necesitaba demasiado: un despacho alquilado en Sand Hill, varios ordenadores baratos apelotonados en unas estanterías y un actor chino fingiendo ser un científico… y Timothy había caído en la trampa. Porque quería caer en ella. Porque era débil. Y porque echaba de menos a su mujer. Y porque Tricia era preciosa.
Lo que hizo saltar todas las alarmas fue lo de los diarios, claro. Había sido un golpe de suerte para Tricia que Katherine llevara veinte años escribiendo en sus diarios. ¿Cómo lo había sabido? Timothy debió mencionárselo algún día, igual que hacía con los demás; algún comentario burlón acerca de la extraña obsesión de su mujer por anotar los detalles de su vida. No recordaba haberle hablado a Tricia de los diarios, pero era posible que lo hubiera hecho.
Y cuando los encontró en el desván, se los leyó, los estudió como una estudiante de derecho antes de un examen importante, se aprendió las citas y memorizó los hechos importantes.
Quizá puede que incluso entrara en su casa para leerlos antes de convertirse en Katherine. Era posible. Y entonces, en cuanto tuvo la oportunidad, los empezó a estudiar cada día, descubrió más y más cosas sobre la vida de Katherine hasta que, al final, tenía suficiente información para convertirse en ella.
Sin embargo, el engaño era lo bueno que era el material con el que trabajaba. Y ahí estaba el fallo de su plan: sólo sabía lo que estaba escrito en los diarios.
El sexo era su punto débil. Katherine anotaba las tostadas que desayunaba cada día pero, en cuanto a los temas sexuales, era más bien reservada. Por eso «Tricia» recordaba determinados detalles sobre la vida de Katherine, como cuando multaron a Timothy por exceso de velocidad y éste sobornó al policía, pero no recordaba otras cosas, detalles sexuales como que la primera vez que le había hecho una felación había sido en su habitación de niña. Tricia no lo sabía porque Katherine no escribía sobre esas cosas.
Y ahora Timothy tenía que asegurarse. Tenía que leer los diarios, demostrar que su teoría era cierta, que Tricia sólo recordaba los acontecimientos que estaban escritos en esas páginas.
Llegó a casa a las doce y cinco. El coche de Tricia no estaba en la entrada. Golpeó la puerta con los nudillos y llamó al timbre, para asegurarse de que no le contestaba nadie. Quería disponer de tiempo para estudiar los diarios solo, sin interrupciones.
Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. En el recibidor, dijo:
—¿Tricia?
La casa estaba vacía.
Subió de inmediato las escaleras hasta el segundo piso y abrió la puerta del desván. El aire era cálido y húmedo. Encendió la luz y subió la escalera. Olía a humedad. Al fondo, vio los diarios, apilados donde Tricia los había dejado la noche anterior.
Miró el reloj. Tenía más o menos una hora antes de que Tricia volviera. Así que, por tercera vez en su vida, se sentó en el suelo y empezó a leer los diarios de su mujer.
Tenía razón, claro.
El incidente de la multa y el soborno estaba en los diarios, como se imaginaba:
Cuando el policía nos hizo parar en el arcén, Timothy le sonrió e intentó sobornarlo. Lo hizo con su habitual encanto, de modo que apenas podía interpretarse como un soborno. Por supuesto, es algo típico en él. ¿Por qué se cree que está por encima de todas las reglas, que puede salirse siempre con la suya, que las leyes del universo no son aplicables a su persona? Supongo que, para la gente que trabaja con él, debe ser una especie de tranquilidad ver a este hombre al mando de todo, convencido de que puede ir por el mundo sin que nadie se lo impida. Pero, sinceramente, a mí me da asco.
El párrafo le sonaba, porque ya lo había leído hacía años, la primera vez que entró a hurtadillas en casa para leer sus diarios. Ahí estaba, las palabras «da asco» subrayadas dos veces, la segunda vez más fuerte que la primera, con lo que casi había atravesado el papel.
Ahora tenía que confirmar su teoría sobre el sexo. Buscaría el episodio de la felación en casa de sus padres. Estaba seguro de que no lo encontraría.
Intentó hacer memoria: ¿cuándo había sido? Hacía años, de recién casados… en 1979. Habían ido a la costa Este para visitar a sus padres. Timothy miró la pila de diarios en el suelo, con el año escrito en la cubierta de tela: 1977, 1978… Ahí estaba, 1979.
Cogió el volumen y empezó a hojearlo. No tardó en encontrar lo que buscaba. Era noviembre. Sí, habían ido a visitar a los padres de Katherine para Acción de Gracias. Al leer la descripción de su mujer de aquellos días, a Timothy se le agolparon los recuerdos: la llegada a Logan, el señor Sutter dándole la mano y llamándolo «hijo», el viento helado que les abofeteó la cara cuando salieron del aeropuerto, Katherine enseñándole la planta de arriba de casa de sus padres en Cambridge, su vieja habitación. Sucedió la primera noche que pasaron allí:
20 de noviembre de 1979. Estoy en Cambridge, de vuelta en casa con Timothy. Le he enseñado la casa de mis padres. Se me hace extraño tener al hombre con el que me he casado en la cama donde dormía de pequeña, antes de saber de los hombres, el sexo o el matrimonio. Ahora está roncando, debajo de mi cubrecama rosa. Acabamos de hacer el amor. Qué raro.
Y ya estaba. Cinco palabras sobre sexo. Sin embargo, no lo describió detalladamente, no anotó que había sido la primera vez que le había hecho una felación, como tampoco escribió nada sobre qué le había parecido o qué había pensado.
Y por eso, se dijo Timothy, Tricia no lo sabía. No podía saberlo, porque no estaba en los diarios.
Siguió leyendo y perdió la noción del tiempo. No podía detenerse. Necesitaba continuar, seguir el hilo de su historia, desde la alegría típicamente femenina cuando él le propuso matrimonio, pasando por cuando se dio cuenta de que Timothy no era quien ella creía, hasta la máxima soledad y desesperación. Todo esto fue sucediendo a medida que iba avanzando e iba leyendo volúmenes de años sucesivos; detalles mezclados con lo que llevaba y lo que comía. Era una historia explicada con imágenes estáticas, como un libro de dibujos que, cuando pasabas las páginas muy deprisa, revelaba un ligero movimiento entre una página y otra.
Leyó hasta la depresión tras sufrir el primer aborto, luego su alegría por haber llegado a los seis meses de gestación y la gran desesperación cuando volvió a abortar, la última vez.
Leyó cómo Katherine se había dado cuenta de que su marido era un egoísta y un egocéntrico y no tenía en consideración sus sentimientos.
Sin embargo, todo aquello que leyó no tenía nada que ver con sus aventuras extramatrimoniales. Al principio, le sorprendió. Siguió leyendo, esperando la sorpresa en cualquier momento, esperando llegar al párrafo en el que ella describiera sus sospechas de que la engañaba, donde lo dejaba como un canalla infiel.
Tardó varios minutos en darse cuenta de que no leería ese párrafo. Y no lo haría por el mismo motivo que no leería sobre los detalles explícitos de sus relaciones sexuales: porque a Katherine le daba apuro escribir sobre eso. De modo que las palabras de rabia acerca de sus líos estaban misteriosamente ausentes de los diarios. Sus aventuras amorosas no quedarían registradas para la posteridad.
Y aquello lo llevó a dibujar un plan, una manera de descubrir con certeza quién era Tricia, una manera de poder estar seguro.
Miró la pila de diarios y localizó el de 1996. Aquél fue el año en el que Timothy engañó a Katherine por última vez. El año en que viajó a Palm Beach y visitó a Mack Gladwell, el productor musical y cocainómano, y se fue a casa de una camarera que después llamó a Katherine.
Por supuesto, era un incidente que ninguno de los dos había olvidado. Pero Timothy estaba seguro de que no aparecería en los diarios. Abrió el de 1996 y leyó lo que Katherine escribió los días previos al viaje a Palm Beach. Por fin lo encontró.
El 30 de abril, escribió: «Hoy Timothy se ha marchado a Palm Beach y volverá el viernes».
Luego, el viernes 3 de mayo, la entrada sólo tenía tres palabras: «Timothy vuelve hoy».
El 4 de mayo escribió: «Desayuno: tostadas y mermelada».
El 5 de mayo escribió: «Desayuno: un huevo hervido».
Las entradas siguieron en esa línea lacónica durante una semana más. Al final, el 11 de mayo, escribió: «Ha vuelto».
Era todo lo que necesitaba leer. Ninguna mención a Mack Gladwell, a la llamada de la camarera, o al hecho de que ella lo echara de casa y lo obligara a quedarse en el Hyatt. Ahora Timothy ya sabía cómo poner a prueba a Tricia una última y definitiva vez, y así saber, con certeza, si le estaba mintiendo. Cerró el diario de golpe y lo dejó en la pila. Los alineó para que quedaran igual que los había encontrado.
Abajo, escuchó el ruido de las llaves abriendo la puerta de casa. Bajó tranquilamente del desván para saludar a Tricia.