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Se levantó y se duchó.

Cuando bajó a la cocina, la luz del contestador estaba parpadeando. Debían haber llamado mientras estaba en la ducha.

Apretó el botón. La voz del doctor Ho, puntillosa y amanerada, llenó la cocina, desde las baldosas de cerámica de la encimera, e hizo vibrar las puertas de cristal que daban al patio. Estaba demasiado alto. Timothy bajó el volumen.

«Señor Van Bender, soy el doctor Ho. Le llamo para pedirle disculpas por lo sucedido anoche. Entiendo que se molestara tanto. Es la primera vez que he tenido que lidiar con… con los sentimientos de miembros de la familia de mis pacientes, y no estaba preparado. Sinceramente, jamás me había parado a pensar en cómo podría llegar a verlo usted».

Timothy sonrió satisfecho al comprobar que el doctor arrastraba las palabras. Se lo imaginaba con la varilla de las gafas pegada a la montura con celo y con una mano en la mandíbula hinchada mientras hablaba.

Ho continuó.

«Le llamo para disculparme, pero también por otro motivo. Es vital que no se ponga en contacto con las autoridades. Podría ser la ruina para mi trabajo y, sinceramente, podría suponer un peligro para su esposa. Le prometo, señor, que no me interesa su dinero. No intento robarle. No intento engañarle. Sólo trato de cumplir con el trabajo que se me encargó. No quiero tener más problemas, señor Van Bender».

«Seguro que no —pensó Timothy—, puesto que dejaste un rastro ancho como una autopista de los ciento cincuenta mil dólares que desaparecieron de mi cuenta y fueron a parar a la tuya».

«No volveré a llamarlo —dijo la voz de Ho—. Tiene mi palabra. No lo molestaré más. Si quiere ponerse en contacto conmigo, puede hacerlo cuando quiera. Aquí tiene mi número de teléfono —le dio un número de la península, y luego añadió—: Le repito, señor Van Bender, que lo lamento mucho. Sólo intentaba ayudar».

El mensaje terminaba ahí, y la máquina emitió un pitido.

Timothy cruzó la cocina y se acercó a la cafetera. Puso el café en el filtro, llenó la jarra de agua y la vertió en la máquina. Ya se había dado por vencido con las medidas. Le salía bien o le salía mal. Normalmente, le salía mal.

Llamaron a la puerta. Fue al recibidor y miró por la mirilla. Una mujer negra muy guapa, sonriente, que llevaba bermudas beige y una chaqueta rosa, le sonrió. Timothy le abrió.

—¿Señor Van Bender? —preguntó la chica.

—Sí —dijo él—. ¿Puedo ayudarla?

De detrás de la espalda, se sacó un fajo de hojas y se las estampó contra el pecho. Él las cogió.

—Acaba de hacerlo —dijo ella sin dejar de sonreír—. Que tenga un buen día —se giró y se alejó por el camino de pizarra.

Timothy miró los papeles. La primera hoja decía: «CITACIÓN JUDICIAL. Notificación al demandado: Timothy Van Bender; y Osiris LP. De parte del demandante: Peter Dewer; Fondo de la familia Dewer I», y procedía a listar, en doce páginas, la naturaleza exacta de la demanda, en la que Pinky reclamaba la devolución de su dinero y daños y perjuicios por la cantidad de veinte millones de dólares.