Día 30

El móvil de Lydia sonó. Lo abrió y dijo:

—Hola, Poppy.

—Recibí tu mensaje. ¿Quién es ese hombre?

—Nadie. Un viejo ricachón que me tiene martirizada.

—¿Y piensa pagarlo todo? ¿Todo el champán rosado que queramos?

—Todo el que champán rosado que queramos.

—Lydia, no está bien.

—Conoce las condiciones y se niega a dejarme en paz.

—Pero es como si… como si te estuviera comprando.

—¡No me está comprando! No estoy en venta.

—¿No te da miedo?

—No es esa clase de hombres. En realidad me da pena. No sabe lo que quiere.

—Pero lo de las flores estuvo bien. Gracioso.

—Sí, estuvo bien.

—No sé, Lydia, todo esto me parece un poco ruin.

—¿Quieres ir a Float o no?

Tal como Lydia había imaginado, Conall no tenía puñetera idea de limpiar. Había volcado casi una botella entera de lavavajillas en el fregadero y Ellen, Lydia y él estuvieron a punto de ser arrastrados por un alud de espuma. La cocina parecía una fiesta de fin de curso.

Pero aparte de eso, tenía que reconocer que se había comportado. A Ellen le había caído bien.

—¿Eres el novio de Lydia? —le preguntó mientras Conall hundía sus manazas en la espuma, tratando de encontrar el fregadero.

—Todavía no, pero estoy tratando de serlo.

—¿Un hombre mayor?

—Eso parece.

—Lydia siempre ha gustado a los chicos.

—No me extraña, Ellen.

Lydia, Ellen y Conall se volvieron al oír la puerta de la calle. Era Ronnie, con los labios muy rojos bajo su satánica barba negra. Lydia no podía recordar cuándo lo había visto por última vez.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Ronnie en un tono bajo y amenazador.

—Lo de siempre —dijo Lydia—. Limpiando una casa asquerosa, cuidando de nuestra madre porque…

Ronnie la ignoró y se concentró en Conall.

—¿Quién eres tú?

—Conall Hathaway. —Se limpió el jabón en los tejanos, se irguió cuan alto era y estrechó la mano de Ronnie lo bastante fuerte para hacerle daño. Ninguno de los dos habló, pero fue tal la hostilidad que intercambiaron que Ellen miró nerviosa a Lydia.

El pulso se rompió cuando un ruido fuera de la casa hizo que Ellen mirara por la ventana.

—¡Ha venido Murdy!

—Parece una serie de la tele —comentó Conall.

Ellen rió encantada.

—Deberías venir más por aquí. Normalmente los chicos evitan a Lydia como a la peste.

Hubo un silencio de asombro por la astuta observación. Hasta Ronnie parecía sorprendido.

—Si te quedas un rato más —los ojos de Ellen titilaron— puede que Raymond llegue en avión desde Stuttgart.

Murdy entró corriendo y clavó los ojos en Lydia.

—Flan Ramble me ha contado lo del coche de lujo con matrícula de Dublín. —Contrajo la frente y casi chilló—: ¿Estás pensando en comprarte un Lexus?

—No, es de mi amigo.

Murdy retrocedió cuando Conall descendió sobre él.

—Conall Hathaway —dijo con una sonrisa gélida.

—Encantado, encantado. —Murdy era todo sonrisas y entusiasmo. Siempre se le iba un poco la olla cuando olfateaba dinero—. Los amigos de mi hermana son mis amigos. ¿Trabajáis juntos o es una relación personal?

Bombardeó a Conall con preguntas sagaces y empalagosos cumplidos. («¿Cuánto mides? ¿Uno ochenta y siete? ¿Ochenta y nueve? ¿Solo uno ochenta y dos? Pareces más alto.» «¿Tienes más coches aparte del Lexus?» «¿Qué conduce tu mujer? ¿No estás casado? ¡Caramba!» «¿Tienes intención de casarte con mi hermana?» «¿Qué coche le comprarías si pasarais por la vicaría?» «Las inversiones en negocios básicos es lo mejor en los tiempos que corren.») Murdy estaba ansioso por hacerse una idea completa: ¿Cuánto valía Conall? ¿Cuánto poder tenía Lydia sobre él? ¿Qué podía él, Murdy Duffy, sacar de eso?

—¿Cómo es el hermano número tres? —le preguntó Conall a Lydia delante de Ronnie y Murdy.

—¿Raymond? Muy gracioso. Lleno de anécdotas divertidas.

—Ya me cae mal —murmuró Conall.

La estrella más brillante
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