Día 5…
A Matt le pitó el móvil. Un mensaje de texto.
Cabrón
Era de Russ. Todavía no le había enviado el talón para pagarle el vuelo a Las Vegas que le había reservado. Matt le había jurado por su madre que se lo enviaría ese mismo día, pero no podía hacerlo. Maeve se daría cuenta de que el dinero faltaba en la cuenta conjunta y entonces se descubriría todo el pastel porque lo cierto era que Matt no podía ir a Las Vegas para la despedida de soltero de su hermano. Imposible. ¿Ausentarse una semana entera? Maeve no podía quedarse sola en el piso y no disponía de un plan B. Todos sus amigos estaban fuera de la ciudad. Solo quedaban los padres de Maeve, pero vivían en Galway, demasiado lejos.
Matt se sentía fatal por Russ, por dejarlo financieramente en la estacada, por todas las veces que le había fallado, por la única vez que fue capaz de reunirse con él para hablar de lo que podrían organizarle a Alex en Las Vegas, porque no propuso nada.
Un mes más tarde llegaría el momento en que todos tendrían que subirse al avión y Matt no tenía ni idea de lo que iba a hacer.
Pero antes tenía que enfrentarse a algo aún peor: el trabajo. El día de su primera cita con un banco de Shanghái se acercaba como un meteorito y era incapaz de apartarse de su trayectoria.
Estaba atrapado en una situación terrible, sin espacio para maniobrar. Se sentía como el prisionero de guerra de uno de esos libros Boys Own que había leído en otros tiempos: al tipo le partían las piernas y lo metían en una jaula donde no podía estar de pie ni sentado. Matt sentía que, hiciera lo que hiciese, estaba jodido.
Los márgenes de su vida se estaban oscureciendo. Tenía la impresión de estar avanzando por un túnel cada vez más negro y estrecho, más asfixiante, y de que pronto ya no le quedaría aire para respirar ni espacio para moverse.