Día 25…

—Buenas noches —dijo Jemima—. Línea de Videncia Celta.

—¿Mística Maureen?

—Yo misma, querida.

—¡Ajá, por fin doy contigo! Reconozco esa voz de pija. He hablado con doce malditas Maureen tratando de dar contigo.

Sí, Jemima tenía que reconocer que a la empresa le gustaba dar la impresión de que había una sola clarividente empleada en la Línea de Videncia Celta en lugar de un montón de mujeres mal remuneradas haciendo turnos desde sus hogares.

—He llamado un millón de veces intentando dar contigo y solo me salían esas embusteras que no tienen ni idea de nada. Tenía miedo de no volver a encontrarte. Pensaba que a lo mejor te habías muerto.

Jemima había reducido drásticamente su número de turnos. Por Fionn. Entre acompañarlo a los rodajes, intentar sofocar su descontrolada obsesión por las mujeres y mantener a raya la enemistad entre él y Rencor, no daba abasto.

—Hace un mes hablé contigo y todo lo que predijiste se ha cumplido.

—Si lo que predije fueron acontecimientos felices, entonces lo celebro. Pero, como no me cabe duda de que te dije en su momento, no poseo poderes psíquicos. Los poderes psíquicos no existen.

—Me llamo Sissy. ¿Se acuerda de mí? Me dijo que conocería a un hombre en la cola de billetes de BusAras.

—Me temo que eso es imposible. Nunca concreto tanto. Si no recuerdo mal, hicimos un rápido repaso de tu vida y te dije que te cepillaras el pelo, sonrieras a la gente y te esforzaras por ver más allá de la superficie. Que a primera vista un hombre puede parecer un… primo, recuerdo que esa fue la palabra que utilizaste, y tener pelo de, sigo con tu descripción, quinqui…

—Dijiste que debajo de su chaqueta naranja latía un buen corazón.

—Dije que debajo de su espantosa chaqueta naranja tal vez latiera un buen corazón. No te garanticé nada. Simplemente te animé a tener una actitud más abierta.

—¿Cómo sabías que llevaría puesta una espantosa chaqueta naranja?

—No lo sabía. Lo has dicho tú. Tengo ochenta y ocho años. ¿Qué puedo saber yo de chaquetas?

—Dijiste que lo conocería en BusAras.

—Reconozco que hablamos de que tomaras el autobús para ir a ver a tu familia los fines de semana. Dije, y así lo creo, que las estaciones son lugares donde suele surgir el amor, donde los viajeros están menos encorsetados en su imagen cotidiana. Es de sentido común.

—Me cepillé el pelo, sonreí, vi más allá de la superficie y ¡conocí a un hombre! Todo lo que dijiste que ocurriría ocurrió.

—Estoy encantada, querida. —Jemima quería colgar ya; estaba cansada de tanta tontería. Solo había aceptado ese trabajo para evitar que las jóvenes tiraran su bien ganado dinero. Lo último que había deseado era convencerlas de que funcionaba.

—Elige una carta por mí —dijo Sissy—. ¿Es Jesse el hombre de mis sueños?

Jemima eligió una carta. Fidelidad.

—Sí.

—¿Tendremos hijos?

Jemima cogió otra carta.

—Sí.

—¿Cuántos?

—Dos. Un niño y una niña.

—¿Cómo les llamaremos? ¡Es una broma!

—Finian y Anastasia.

Sissy soltó una exclamación ahogada. En un tenso susurro dijo:

—Dios mío, ¿cómo lo has sabido? Es imposible que alguien pueda saberlo. Eres alucinante.

—No sé nada. Simplemente he elegido dos nombres al azar.

—Pues son los nombres de mis abuelos paternos. ¡Eran mis abuelos preferidos! De niña me quedaba a dormir en su casa y nunca me obligaban a comer cosas sanas. Me daban galletas María pegadas con mantequilla para desayunar. Las apretaba y la mantequilla salía por los agujeritos y… Dios mío, estoy temblando. No son nombres corrientes, como Paddy y Mary. No son nombres que uno adivina por casualidad.

—Cuestión de suerte. —Señor, qué harta estaba.

—De suerte nada. Eres un genio. Deberías tener tu propio programa.

—Cielo, ahora tienes que colgar. Ya te han cobrado un montón de dinero. Que duermas bien.

La estrella más brillante
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