Día 46…
A Katie le faltó tiempo para dar la noticia de la ruptura de su relación con Conall —cuanta más gente lo supiera, más real le parecería—, y teniendo en cuenta que todos pensaban que apuntaba demasiado alto con él, se mostraron inexplicablemente conmocionados. Y cuando descubrían que Katie era la que había asestado el golpe de gracia, se quedaban de una pieza.
—¿Tú? —aulló Naomi—. Pensaba que últimamente Conall había mejorado. Que apagaba el móvil cuando estaba contigo y esas cosas.
—Es cierto.
—Entonces, ¿qué demonios…?
—No sé muy bien cómo explicarlo, Naomi. Estaba harta. Conall tiene una manera de funcionar que nunca entenderé. En una ocasión me dijo que el trabajo era su motivación en la vida. Por lo visto, todos tenemos una.
—Chorradas. Yo, desde luego, no. ¿Tú?
—Lo único que se me ocurre es comida-ropa-ejercicio. La santa trinidad. ¿Cuánto puedo comer sin que la ropa me siente mal? ¿Cuánto ejercicio tengo que hacer para poder comer todo lo que quiera? Está claro que somos muy diferentes.
—Pero estaba empezando a portarse bien. ¡Con la de esfuerzo y paciencia que invertiste en él!
«No vayas por ahí.»
—Eso que tendrá ganado la próxima mujer.
Naomi casi no podía soportarlo.
—¡Pero no es justo! ¿No lo echarás de menos?
—No puedo echar de menos a un hombre al que nunca veía.
—¡Sí que lo veías!
—Caray, sí que has cambiado tu discurso.
—Sé que crees que todos lo detestábamos…
—¡Porque así era!
—… y sí, en parte es verdad. Pero si lo detestábamos era porque daba la impresión de que para él lo vuestro no era algo serio. No parecía lo bastante comprometido contigo.
—Y por jactancioso.
—Solo papá. Y solo porque le tenía envidia.
—No estoy diciendo que Conall sea un mal hombre, porque no lo es. Pero ¿sabes una cosa, Naomi? Si no fuera un adicto al trabajo, si fuera de fiar y… y… normal, no se habría fijado en mí. Estaría casado con alguien como Carla Bruni.
—Te has vuelto muy filosófica. A ver si lo entiendo, ¿no lo echas de menos ni un poquito? Claro que solo ha pasado una noche. Volveré a preguntártelo dentro de una semana.
—Naomi, te lo ruego… Estoy esforzándome mucho por no pensar en ello. La sola idea de que salga con otra chica…
—No tardará en encontrarla.
—¿Quieres parar? Ya lo sé, no hace falta que lo digas.
—Pero si tanto te duele, ¿por qué…?
¿Cómo describirlo? ¿La certeza de que era menos doloroso estar sin Conall que con él? ¿Que la soledad era preferible a la decepción crónica?
—Porque… —¡Es verdad, es eso! Dilo, adelante, dilo—… creo que me merezco algo mejor.
Naomi soltó un chillido extraño. Intentó reprimir las terribles palabras, pero llevaban demasiada fuerza.
—¿Merecer? ¡Tienes cuarenta años, Katie! No eres ninguna jovencita. Reconozco que hoy día vivimos más años, comemos mejor y todo eso, pero aun así probablemente te halles en la mitad de tu vida. No has de pensar en lo que te mereces. Has de agarrar lo que te dan y sentirte agradecida.
—A lo mejor quien debería sentirse agradecido es Conall. ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que en realidad el afortunado es él? Le hice muy feliz. Más que él a mí.
En la línea zumbó un silencio hueco: Naomi estaba anonadada. Tras una larga pausa, preguntó:
—¿Has hecho otro curso? ¿Se te apareció otra vez la abuela Spade y te envió a uno de esos lugares para chiflados?
—No, pero es cierto que hablo de manera extraña. No parezco yo.
Naomi suspiró.
—Es una tragedia.
—Pensaba que te alegrarías de que lo dejara.
—No ahora que empezaba a comportarse. —Naomi parecía al borde de las lágrimas.
—Naomi, que piense que me merezco algo mejor no significa que vaya a conseguirlo. De hecho, estoy segura de que no lo conseguiré.
—¿No? —Naomi sonó algo más calmada.
—No.
Entonces, todo bien.