Día 26…

Sentada en el retrete, Lydia contempló su móvil. Ocho llamadas perdidas. Cuatro mensajes. Todos de Flan Ramble.

Joder. Justo cuando empezaba a divertirse.

Pero no iría, esta vez no. Que se hiciera cargo Murdy. Que se hiciera cargo Ronnie. Que se hiciera cargo mamá. Después de todo, si su madre estaba bien no había necesidad de que ella abandonara Float y condujera hasta Boyne en plena noche. Además, estaba demasiado pedo para conducir.

Lógicamente, sus hermanos esperarían que reaccionara enseguida, que se subiera corriendo al coche, pero esta vez podían irse a la mierda. Había hecho ese trayecto demasiadas veces y todo para que la acusaran de intentar robarle a su madre. Que intenten arreglárselas sin ella por una vez. Que se den cuenta de que ella, Lydia, tenía razón y ellos estaban equivocados… Absorta en su discurso autocompasivo, pegó un brinco cuando le sonó el móvil.

Flan Ramble otra vez. Pero no, no era él. Era…

—¿Mamá?

—¿Lydia?

—¿Estás bien?

—… Eh… no. —Su voz sonaba débil y lastimosa—. He hecho algo pero no recuerdo haberlo hecho y los agentes están aquí. Estoy muy asustada.

—Oh, mamá. ¿No habrás matado a alguien?

—No, no. —No sonaba muy convencida—. Flan está aquí. Que te lo cuente él.

—Se trata de un asunto muy feo —dijo Flan en un tono elevado—. Tu madre regresaba a la ciudad después de dejar a un cliente en las afueras y ha debido de calcular mal una curva porque se ha salido de la carretera y ha caído al embalse, y en lugar de correr a ponerse a salvo como cualquier persona normal, se ha quedado en el coche, riendo, mientras se hundía en el lodo. Cuando la policía ha llegado no podía creer que no estuviera borracha, que estuviera completamente sobria. Te advertí que tu madre no debía conducir ese taxi —dijo con voz repelente—. Y después de esto no volverá a hacerlo. Si esta noche no la pasa en el calabozo se deberá únicamente a que es un personaje muy querido en el pueblo.

—Bien. Voy para allá.

Conall seguía en la mesa. Enviando correos electrónicos, al parecer. Caray con el juguetito.

—Tengo que irme —dijo Lydia—. Ha ocurrido algo. Gracias por todo.

—Espera. ¿Qué ha pasado?

—Mi madre se ha caído al embalse con el coche.

—¿Está bien?

—Sí, pero muy… afectada.

—No tienes por qué ir. Dos de tus hermanos están allí.

—Ya viste cómo son.

—¿No tendrás intención de conducir?

—Cogeré un taxi. Seguro que uno de los muchachos me hace el favor.

Conall se levantó.

—Yo te llevaré.

—¿Tú? ¿No estás por encima del límite?

—El champán rosado no es lo mío. ¿Quieres despedirte de tus amigas?

Lydia lo meditó. Estaban muy borrachas y, a decir verdad, no acababan de entender la historia de su madre.

—No, vámonos.

La estrella más brillante
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