Día 60…
En el piso de Jemima el perro no mostraba secuelas por el mareo sufrido la noche previa. Jemima estaba intentando atraerlo hacia la cocina pero él se estaba haciendo de rogar.
—Rencor, Rencor, mi pequeño Rencor.
De modo que la bestia se llamaba realmente Rencor. Qué… qué original.
Jemima llevaba aseada y vestida desde las seis y cuarto de la mañana. No soportaba levantarse tarde. Se agachó hasta que sus rodillas crujieron como disparos de pistola y tuvo el rostro a la altura de la cara enfurruñada de Rencor.
—Que Fionn venga no significa que a ti te quiera menos —dijo.
Entonces lo entendí: Rencor estaba enfurruñado porque había descubierto que «El Justo» se disponía a hacerles una visita.
—Ven a comer.
Segundos después Rencor estaba bailando la Danza del Desayuno. Una criatura susceptible a la que le costaba perdonar excepto cuando había comida de por medio.
Yo me mantenía alejado de Jemima. No quería asustarla salvo en caso necesario. No obstante, me llegaban sus pensamientos. Emitía unas vibraciones fuertes y regulares que se abrían paso a codazos por el abarrotado piso, reclamando atención.
Estaba rumiando afectuosamente sobre la palabra «rencor». «Qué magnífico nombre», pensó. Tan práctico, además: era imposible pronunciarlo sin retorcer la cara como una pasa amarga. «Krompir» era otra palabra que le gustaba; significaba patata en serbio y tenía un sonido crujiente. O «bizarre», probablemente su palabra favorita, un sonido festivo, alegre, que siempre traía a la mente el tintineo de panderetas.
Muchas personas consideraban Rencor un nombre extraño para un perro, pero a quienes tenían el descaro de comentarlo Jemima les contestaba que lo había elegido él. En la perrera le habían dicho que se llamaba Declan, pero aquel perro tenía tanto de Declan como ella. Jemima se dijo que debía darle la oportunidad de elegir su propio nombre, de modo que cuando llegó a casa y se hizo un ovillo en un rincón, triste y deprimido, le recitó una larga lista de nombres de perro muy populares. ¿Campeón? ¿Héroe? ¿Rebelde? ¿Príncipe? Mientras hacía eso lo observaba con detenimiento, buscando una reacción positiva, pero tras cada sugerencia Declan gruñía, «Rrrr», a lo que seguía un breve ladrido que sonaba como «cor». Al final lo oyó: Rencor.
En la perrera le advirtieron que el perro estaba muy traumatizado. Había un montón de cosas que no toleraba. Hombres con peluca. Cantantes de folk. El color amarillo. El olor a laca.
Pero lo tranquilizaba el crujido de los envoltorios de Crunchie. Las chicas pelirrojas. Los acentos de Yorkshire. La música de George Michael, aunque solo la de los comienzos (y no Wham!, detestaba Wham!).
Era una criatura excitable y voluble que habría que tratar con delicadeza, pero Jemima no se arredró. Su filosofía, que transmitió al hombre de la perrera, era que un perro estable nunca tendría problemas para encontrar un hogar, pero que eran las criaturas traumatizadas las que más lo necesitaban.
Entre nous, me pregunto si me precipité al juzgar a Jemima de vieja bruja.
Terminado el desayuno, Rencor miró a Jemima con sus enternecedores ojos Malteser y lanzó miradas de desasosiego por la estancia. «Qué maravilla de perro», pensó Jemima con orgullo. Más intuitivo que la mayoría de los humanos. Algo no demasiado difícil teniendo en cuenta que la mayor parte de la gente iba por la vida absorta en sus pensamientos.
—Yo también lo noto —le dijo Jemima—. Pero no nos dejaremos intimidar. —Hizo un raudo giro de ciento ochenta grados y plantó los pies firmemente en el suelo, con las piernas bien abiertas, como una guerrera—. ¿Me oyes? —dijo… mejor dicho exigió… echando fuego por los ojos (pero hacia el rincón equivocado, la criatura). En un tono agudo, repitió—: ¡No nos dejaremos intimidar!
Tranqui, Jemima. No todo tiene que ver contigo.