Día 9…
Demencia. Ahí estaba, en blanco y negro y varios tonos de gris, una foto digital del cerebro de Ellen Duffy que mostraba claramente que tenía demencia por infarto múltiple.
—Entonces, ¿no tiene Alzheimer? —preguntó Murdy.
—No. —Buddy Scutt se aferraba a la única buena noticia que tenía.
—Podría tenerlo. —Lydia lo sabía todo sobre el Alzheimer por las horas que había pasado navegando por la red—. A veces la demencia por infarto múltiple puede coexistir con el Alzheimer, e incluso desencadenarlo.
—Si no tiene Alzheimer, entonces genial —dijo animadamente Murdy.
—¡No es genial! Mamá tiene otra clase de demencia que es igual de terrible, y además podría tener Alzheimer.
—¿Y qué es eso del infarto múltiple? —le preguntó Ronnie a Buddy Scutt.
—Mamá ha sufrido un montón de miniderrames cerebrales —dijo Lydia.
—Mamá no ha tenido ningún derrame —espetó Murdy—. Nos habríamos enterado.
—¡Miniderrames, miniderrames! Son muy pequeños, el mismo nombre lo dice, pero ha dañado el riego sanguíneo en algunas partes de su cerebro.
—¿Es eso cierto? —Ronnie se volvió hacia Buddy Scutt, que estaba sentado al otro lado de la mesa. Parecía intimidado y avergonzado. «Es lo mínimo», pensó Lydia.
Buddy se aclaró la garganta.
—La demencia por infarto múltiple es el resultado de una serie de pequeños derrames que dañan el riego sanguíneo en algunas partes del cerebro.
—Es lo que acaba de decir mi hermana.
—Pues será mejor que arregle eso. —Era Ronnie. Que hablara en un tono bajo no lo hacía menos amenazador.
—Podemos asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. Empezaremos a administrarle de inmediato una medicación para diluir la sangre y poner fin a los derrames.
—¿Y le reparará el daño hecho, doctor? —insistió Ronnie.
—Me temo que… —Buddy Scutt se retorció en su silla—… el daño ya causado es irreversible.
—¿Irreversible? —dijo Ronnie, bajando aún más la voz—. Dios mío, eso no puede ser.
—Créeme, Ronnie, si pudiera curar a tu madre lo haría.
—Mi hermana vino a verle hace casi un año pidiendo una resonancia y usted la envió a paseo. Un año entero que mi madre pasó sufriendo múltiples cosas que le fueron dañando cada vez más el cerebro.
—¡Vamos a denunciarle! —declaró Murdy—. Le sacaremos hasta el último céntimo.
—Empezaremos por el BMW. —Murdy ya estaba haciendo una lista de los bienes de Buddy Scutt en el aparcamiento—. Y no tiene esposa, por lo que no podrá poner sus propiedades a nombre de ella. Lo hacen mucho, los de su profesión, para que cuando gente honrada como nosotros gana el juicio no pueda llevarse nada.
—Cierra el pico, imbécil —dijo, harta, Lydia—. No vamos a denunciarle.
—Deberían prohibirle ejercer como médico.
—No lo conseguirías. Los médicos y las personas que deben expulsarlos de la profesión forman una piña. La gente como nosotros no tenemos nada que hacer.
—En cualquier caso, podríamos aplicarle un castigo extrajudicial —dijo Ronnie casi hablando para sí.
—Cierra el pico tú también. Olvida la idea de vengarte.
Los hermanos estaban ahora tan de acuerdo que casi daban ganas de vomitar. Toda la panda unida: Operación Madre Chiflada. Solo Raymond, protegido de los problemas en Stuttgart, seguía manteniéndose al margen.
—¿Qué vamos a hacer para cuidar de mamá?
—Eeehhh…
—¿Qué opina Hathaway de todo esto? —preguntó Ronnie.
—Debería venir para dar su opinión —dijo Murdy—. Así podríamos elaborar un plan. ¿Cuándo vuelve de Vietnam?
—Todavía tiene que ir a Camboya —espetó Lydia. ¡Por el amor de Dios! ¿Hathaway? No tenía nada que ver con mamá, nada, y sin embargo ese par se comportaba como si fuera su salvador.
—¿Camboya? —Murdy sonrió con aprobación—. Ese tío es la leche.
—¿Por qué no intentamos elaborar un plan nosotros solos? —propuso dulcemente Lydia—. Se lo explicaremos a Hathaway cuando regrese.
—Vale.
«Ya está», pensó Lydia mientras regresaba a Dublín, al fin sola para asimilar la noticia. Desde el principio supo que algo terrible le ocurría a su madre. Hacía tiempo que había dejado de esperar que fueran imaginaciones suyas, pero ahora que era oficial…
Ella tenía razón y los demás estaban equivocados, y aunque eso no iba a hacer que su madre mejorara, sentaba bien tener razón.
Pero qué pérdida de tiempo, qué tremenda pérdida de tiempo. Un año entero de constante deterioro interno. «Pobre mamá.»
Y pobre Lydia, pensó de repente. Abrió la boca y se descubrió aullando, llorando como una niña pequeña, sintiendo que se le rompía el corazón. Retiró una mano del volante y se tapó la boca para ahogar el sorprendente ruido de su propio dolor. Las lágrimas le cubrían el rostro y le empañaban la vista, pero siguió conduciendo porque ¿qué otra cosa podía hacer?