Día 36
En camino, distráelos
Katie llegaba tarde al trabajo. Bajó trotando las escaleras mientras intentaba escribirle un mensaje a Danno. De repente, probablemente porque tenía el móvil en la mano, la asaltaron los pensamientos que llevaban tres días ocupando un espacio cada vez mayor en su mente. «Conall ha aprendido la lección, te quiere, es cierto que desea un futuro contigo.» Había sido demasiado dura al insistir en que tenía que llevar encima un anillo. Fue un acto espontáneo, Conall había actuado llevado por una emoción irresistible. Y siempre llegaba a la misma conclusión: él le había propuesto matrimonio. Y le había dicho que la quería…
Estaba alcanzando el límite de su resistencia. ¿Qué sentido tenía seguir torturándose?
Telefonearía a Conall para tener una conversación con él, a ver qué salía de eso, y… ¡Un momento! ¡Conocía esa furgoneta! La que estaba estacionada delante de su casa y que había dado por supuesto que ya no volvería a ver. Era Cesar, el repartidor de la floristería.
«Oh, Conall.»
Cesar bajó del vehículo.
—Buenos días, Katie.
Conall le había enviado tantos ramos en los últimos diez meses que ella y Cesar ya se conocían.
Rodeó la furgoneta para abrir la puerta de atrás y Katie lo siguió. Sentía el corazón cada vez más ligero. El sol asomaba al fin tras los nubarrones.
Cesar buscó en el interior del vehículo y Katie se inclinó hacia delante, tratando de ver. Se preguntó qué tamaño tendría el ramo. El tamaño le indicaría cuán serias eran las intenciones de Conall.
Con un crujido de celofán, Cesar extrajo un ramo gigantesco. Pero era un ramo extraño, compuesto de extrañas flores punzantes, afiladas, casi agresivas. ¿Eso que asomaba en el centro era un… un cactus? Conall solía enviarle lirios —orientales, tigres, de agua— elegantes y fragantes. ¿Por qué le enviaba esas cosas feas y con pinchos?
Algo recelosa, alargó los brazos para aceptar el ramo pero Cesar estaba consultando su tablilla.
—¿Has cambiado de piso?
—No.
—Pues este ramo es para el tercero.
—Debe de ser un error. Yo vivo en el cuarto.
—Pues es para el tercero. Lo pone aquí. —Le enseñó la hoja.
—Tiene que ser un error, Cesar. Lo siento, pero llego tarde al trabajo. —Y más tarde que iba llegar ahora que tenía que subir las flores, así que si Cesar era tan amable de entregárselas…
Tuvo una ocurrencia.
—A menos que no sean de Conall.
—Son del señor Hathaway, sí.
—Entonces son para mí.
—Espera. —Cesar sacó su móvil—. Lo consultaré con las chicas.
Tras una breve conversación, cerró el móvil con un golpe seco.
—Es para la taxista que vive debajo de Katie Richmond.
—Oh. —A Katie no se le ocurrió otra cosa que decir, de modo que repitió—: Oh.
Se había quedado sin oxígeno. ¿Qué pretendía Conall? ¿De qué conocía a Lydia? ¿Cómo sabía que conducía un taxi?
—Yo… esto… tengo que… —Cesar le indicó que necesitaba llegar al portal a fin de entregarle las flores a la persona indicada. Parecía incómodo. No se atrevía a mirarla directamente a los ojos—. Eh… buena suerte, Katie, que tengas un buen día.
—Sí, claro, esto, tú también, Cesar.