Día 31…

—¿Estás rompiendo conmigo? ¿En nuestra primera cita?

—El caso, Rosemary, es que he conocido a otra persona.

—¿Cómo? Si me conociste hace solo cinco días.

Fionn se encogió de hombros. ¿Cómo podía describir lo que sentía por Katie? Con ella, a diferencia de la primera vez que vio a Rosie, no había habido espirales y colores. Con ella había tenido la sensación de entrar en un puerto seguro. De fondear. De que todo —todo— encajaba. Era una sensación que no podía evitar y su breve coqueteo con Rosie enseguida le pareció un capricho infantil.

—Lo siento —dijo, confiando en poder largarse ya. Tardaría un montón en regresar a la calle Star, junto a Katie.

Rosie había elegido para su primera cita un lugar en la otra punta de la ciudad. Un pub de Greystones con vistas a un pequeño puerto. Muy pintoresco y —sospechaba Fionn— lo bastante alejado para que las posibilidades de que Rosie se encontrara con algún conocido fueran remotas.

Fionn no quería ir. ¿Qué sentido tenía, ahora que había conocido a Katie? Pero el único número que tenía de Rosie era el del hospital (criatura cauta, no le había dado el del móvil) y ese día no trabajaba. Le había sido imposible cancelar la cita y no podía dejarla abandonada en una mesa con vistas al puerto, con su bonito vestido amarillo limón, bebiendo sola un West Coast Cooler y levantando esperanzada la vista cada vez que la puerta del pub se abría. La había querido en su momento.

Deseaba una cosa rapidita —gracias por venir, lo siento, la vida continúa— pero perdió un tiempo valiosísimo al subirse a un Dart que circulaba en dirección opuesta y llegó a la cita veinticinco minutos tarde.

—Esto es inaceptable —dijo Rosie, temblando por semejante afrenta a su dignidad—. Un caballero no deja a una señorita esperando en un local público. Siempre debería llegar quince minutos antes.

—Eh… lo siento. —De repente, a Fionn le dio miedo confesar su error con el Dart—. Se me alargó el trabajo, ya sabes cómo es la televisión…

—Sí, sí, todo eso de la televisión me parece muy bien. Lo que no me parece bien es la mala educación.

Fionn soportó un breve sermón sobre protocolo y luego se descubrió intentando quitarle el enfado a Rosie. El problema era que no sabía muy bien cómo romper con ella porque nunca había tenido que hacerlo antes. Siempre eran sus novias las que rompían. Cuando se negaba a aceptar el proyecto de la pequeña furgoneta con su número de móvil en los costados, se producían lágrimas, gritos y puede que lanzamiento de objetos. Luego la chica se marchaba y él pasaba una temporada solo con sus patatas y calabacines, hasta que aparecía la siguiente.

—Rosie, eres una chica adorable —dijo, tanteando el terreno.

Ella asintió con la cabeza. Lo sabía.

—Estoy seguro de que eres una novia fantástica.

—Un regalo del cielo, Fionn.

—Y lamento mucho haberte engañado…

—¿Engañado?

—… pero creo que lo nuestro no funciona.

Fue entonces cuando Rosie comprendió lo que estaba pasando.

—¿Estás rompiendo conmigo? ¿En nuestra primera cita?

Pero en lugar de marcharse humillada, envuelta en un mar de lágrimas, se sentó aún más tiesa, hirviendo de indignación.

—No puedes hacerme esto. No soy la clase de chica con la que se juega.

Fionn se alarmó. ¿Iba a insistir en tener una relación? ¿Iba a obligarle?

—¿Crees que tengo la costumbre de dar mi teléfono a los hombres? ¿Y de citarme con ellos en Wicklow? Me he arriesgado mucho esta noche viniendo aquí. ¡Tengo novio!

—¿Todavía?

Rosie asintió con renuencia. Demasiado astuta para dejar a uno antes de tener asegurado el otro, comprendió Fionn. Afortunadamente.

—Vuelve con tu novio, Rosie. Olvídame. —Fionn recordó una frase que le habían gritado en alguna ocasión a modo de despedida—. Soy un capullo, no valgo la pena.

Tenían que tomar el mismo Dart desde Greystones para regresar al centro; los Dart de Greystones eran bestias que se dejaban ver poco, no podías dejarlas escapar. Como es lógico, se sentaron en vagones diferentes. Cuando Fionn se bajó en la calle Pearse, Rosie siguió viaje y cuando el tren arrancó con su habitual gemido y su vagón pasó junto a él, alzó su blanco mentón y se volvió bruscamente en una exagerada muestra de desprecio. Todo muy desagradable.

Fionn subió corriendo hasta el ático del 66 de la calle Star pero cuando llamó a la puerta no obtuvo respuesta. ¿Estaba Katie durmiendo? ¿O ignorándolo?

Tenía que verla como fuera. Ella tenía que saber que él no era un irresponsable. O un… Trató de recordar otros insultos de sus rupturas anteriores. ¿Qué más cosas le habían gritado las chicas antes de desaparecer para siempre? Que era un superficial. Un oportunista. Un liante. Un tarado inmaduro. Y, el más popular de todos, un capullo.

Pero él ya no era nada de eso; él era un hombre, un hombre con intenciones serias, y era de vital importancia que Katie lo supiera. Pero no le abría.

Una nota. Le escribiría una nota para explicárselo todo. En sus bolsillos encontró un bolígrafo que perdía tinta y unas hojas con el horario de grabación del día anterior.

Querida Katie:

Siento no haber llegado hasta ahora.

No tenía reloj, de modo no sabía qué hora era en ese momento.

Me gustaría verte. Volveré a llamarte. Cuento con ello.

Atentamente,

FIONN

Pero las palabras no bastaban. Tenía que demostrar que lo lamentaba. Hurgó en sus bolsillos y sacó una espiga de salvia. No, no servía. Tampoco unas piedrecillas grises. Ni un envoltorio de Orbit. Hurgó un poco más y desenterró una mustia ramita de color verde oscuro. ¿Qué era? Entonces la identificó. ¡Perfecto! Era ruda. La ruda era una hierba con mensaje —por Dios, estaba empezando a pensar como los guiones de Grainne Butcher— porque era amarga y venenosa. En otros tiempos la gente la lanzaba en las bodas cuando la persona amada se casaba con otra.

Por favor, acepta este regalo como muestra de mi arrepentimiento.

No estaba seguro de que fuera gramaticalmente correcto, pero le salía del corazón, y Grainne siempre decía que lo que salía del corazón funcionaba. Dobló la ramita, la colocó dentro de la nota e intentó meterla por debajo de la puerta, pero no cabía. La puerta de Katie tenía un cepillo encajado en la parte inferior. (Para frenar las corrientes de aire, pero él, siendo el animal sin domesticar que era, lo ignoraba.)

Dejó la nota en el felpudo y bajó intranquilo hasta el piso de Jemima donde Rencor llevaba varias horas esperando para morderle y fingir que había sido un error.

Fionn estaba bastante asustado. Esa noche había aprendido que no todas las mujeres eran como las de Pokey, que ahora veía como criaturas dulces y maleables que se lo aguantaban todo pese a la sarta de insultos que solía marcar el final de su relación. Tal vez Katie fuera tan dura e implacable como esa Rosie.

Puede que Katie no volviera a dirigirle la palabra.

Tienes razón, Fionn, puede.

La estrella más brillante
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