ELVIRA
Desde el primer momento, sentí que aquella mujer
tan guapa y con una personalidad muy marcada,
a la vez que discreta e inteligente,
no me iba a dejar indiferente de por vida.
MARIANO RAJOY, 1992
«España tiene ya la cabeza fuera del agua», aseguraba Mariano Rajoy, en febrero de 2013, al final del discurso de su primer Debate sobre el Estado de la Nación como presidente del Gobierno. Pues así, respirando al menos por la nariz, terminó el repaso de los catorce meses que llevaba al frente del Ejecutivo, en medio de una crisis económica como no recuerdan los más viejos del lugar, unas cifras de paro que parecen ciencia ficción y unos escándalos de corrupción que bien podrían calificarse como los más sangrantes de la historia democrática de España. La mañana empezaba con la expectación de las grandes ocasiones. Docenas de cámaras y más de un centenar de periodistas acreditados, ansiosos por contar a la opinión pública cuanto ocurriera en la Cámara Baja. La sola presencia de Rajoy y la perspectiva de escucharle durante la hora y media que duró su discurso ya constituía en sí misma, y con la que está cayendo, una sensacional novedad. En honor a la verdad y con un panorama de este tenor, con salir vivo y sin apenas rasguños del debate bien se podía hablar de triunfo.
El Congreso hirviendo de gente. Todos encantados de conocerse, de formar parte de la élite del poder y de demostrárselo al resto del mundo con saludos efusivos, aparatosos abrazos, riadas de besos y palmadas en la espalda. Como si hiciera siglos que no se veían. Algunos mirando suplicantes a los reporteros, porque ya nadie les pone delante un micrófono. Fueron algo, pero ya no son nadie, solo diputados rasos de la leal oposición.
Discreta, de blanco impoluto, encaramada en el gallinero de los visitantes y arropada por un corrillo de presidentas autonómicas, Elvira Fernández, la esposa del presidente del Gobierno escuchaba a su marido conteniendo la respiración y compartiendo confidencias con su cuñado y vecino de asiento, mientras las risas y los aplausos se daban la alternativa en el hemiciclo. El presidente fue ovacionado hasta veinte veces por la bancada popular, mientras el líder de la oposición, Alfredo Pérez-Rubalcaba, en actitud relajada, tomaba notas en un cuaderno de gran formato. Elvira, sin pestañear, inclinada hacia delante y sin apenas tocar el respaldo del asiento, percibía al igual que todos los presentes cómo la temperatura se elevaba por minutos, mientras el presidente bombardeaba al respetable con una batería de medidas contra la corrupción y la portavoz socialista alzaba las manos al cielo, como si reclamara justicia divina.