UNA MUJER DE LA ALTA BURGUESÍA
¿CÓMO es Pilar Ibáñez-Martín? Un buen amigo de la familia la definió como «una mezcla de mujer culta, brillante, inteligente y muy discreta. Es muy difícil encontrar una característica relevante o algo muy destacable de su personalidad. Es como un buen cuadro, pero un cuadro pintado en grises; un magnífico cuadro porque tiene mucha calidad, pero, sin embargo, los colores son grises, discretos».
Y es cierto, no posee nada que destaque especialmente. Pero todo en ella es reseñable, por eso es una mujer tan especial. Por mi parte, mencionaré su envidiable cutis y lo madrileña que es, de aquella burguesía ilustrada de Madrid que tanto apreciamos los madrileños en nuestros paisanos más destacados. Y, además, Pilar y yo compartimos, por encima de todas las cosas, el amor por la ciudad. Se considera a sí misma una mujer sociable y de buen carácter, y una y otra vez reconoce lo orgullosa que siempre estuvo de su marido, con el que dice no haber sentido nunca ni miedo ni inseguridad. Próximas a convocarse las elecciones generales de 1982, le preguntaron sobre la posibilidad de que su esposo se presentara de nuevo como candidato: «Como tengo confianza en él —dijo—, el hecho de que Leopoldo sea presidente me tranquiliza más que me preocupa, esa es la verdad».
A Pilar siempre la vistió Pertegaz, que le había hecho su traje de novia, aunque también vestía los diseños de Elio Berhanyer y compraba en otras tiendas de moda. Podemos calificar su estilo de elegante, pero discreto. En La Moncloa tenía una especie de gabinete particular, mezcla de vestidor y despacho personal. Ocupaba justo la antecámara del dormitorio matrimonial y se trataba de un saloncito luminoso con las paredes tapizadas en amarillo y presidido por un gran óleo de la reina doña Sofía. En un lateral también colgaba un espléndido retrato de la infanta Carlota Joaquina, firmado por el pintor húngaro Mengs. Y una mesa, una mesa atestada de cartas, a las que Pilar daba respuesta cada día.
Las esposas de todos los presidentes del Gobierno reciben cartas, muchas cartas. De alguna manera se convierten en vehículo para llegar a sus maridos. A muchas personas, sobre todo a otras mujeres, les es más fácil confiar sus problemas y pedir ayuda para una eventual solución a la esposa del presidente, porque también es mujer y madre, y piensan que van a ser mejor entendidas. Pilar, como las demás, dedicaba un par de horas todos los días a atender su correspondencia y a intentar resolver problemas o paliar en lo posible las necesidades que la gente le exponía. Ella misma lo recuerda:
Las personas que escriben, en general, tienen problemas, de vivienda, de trabajo... A algunas de ellas ha sido un placer poder ayudarlas, incluso por vía privada. Recuerdo a una mujer de Córdoba, que tenía un hijo muy listo y había estudiado la carrera muy bien, pero era algo rebelde y no conseguía colocarse. Ella quería que trabajara en un banco, y yo se lo dije a un amigo que pudo colocarlo... Y te puedes figurar que fue algo maravilloso. Esa mujer además tenía una pluma bárbara y me escribía unas cartas preciosas dándome las gracias. Sobre su relación con doña Sofía, ella asegura que siempre fue muy buena: «Es muy fácil tener buena relación con la Reina —dice—. Es muy simpática, y yo creo que ella sí que de verdad se ha planteado que toda su vida debe mantenerse al pie del cañón».
Además, Pilar siempre mantuvo buena relación con su antecesora y muy buena opinión de sus sucesoras:
Con Amparo he tenido más relación, porque cuando las dos éramos mujeres de ministros, nos veíamos mucho. Amparo era una mujer encantadora, pero no le interesaba nada la política. Leopoldo y yo tuvimos mucha relación con Amparo y Adolfo, porque todos quisimos mucho a Adolfo. A Carmen la he visto poco. Pero ella y Felipe vinieron a comer a nuestra casa, yo creo que en 1998, cuando se hicieron la casa en Somosaguas y se convirtieron en vecinos nuestros. Le expliqué dónde podía comprar y cosas por el estilo. Mucho antes habíamos estado en La Moncloa, al principio de llegar ellos allí. Felipe, que es muy jardinero, nos enseñó sus bonsáis. A Ana Botella también la vi alguna vez antes de ser presidenta. Cuando ya estaban en La Moncloa, nos invitaron a comer con todos los chicos. Entonces mi hija Pili me llamó preguntándome si podría ir también su hija Isabel, que tendría unos doce años. Llamé a Ana para preguntárselo y le pareció estupendo: «Muy bien, que se venga; así le digo al pequeñajo mío que se siente también». Y estuvieron los dos con nosotros. Fue muy agradable. Mis hijos se divirtieron mucho... y subieron a las habitaciones para hacer un poco de remember.