ADOLFO SUÁREZ, PRIMER PRESIDENTE DE LA TRANSICIÓN

PERO trasladémonos por un túnel del tiempo imaginario un poco más atrás. ¿Dónde estaba Amparo Illana cuando su marido fue nombrado presidente del Gobierno? En su momento, sobre este hecho los mentideros de la villa no dejaron de especular. La crónica oficial explicaba que la esposa de Suárez se encontraba en Ibiza, descansando, con los hijos más pequeños y con la familia Alcón, amigos de toda la vida, cuando su marido recibió la, por otra parte, ansiada noticia. La noche anterior a la partida de Amparo habían cenado con Luis Ángel De la Viuda y su esposa, María Jesús Villanueva, también pertenecientes al círculo de los más íntimos y, desde luego, nadie sabía una palabra sobre el nombramiento, incluido el propio Suárez. Es más, Amparo se había mostrado preocupada por el porvenir económico de la familia ante un Suárez absolutamente volcado en la política. «Convence a Adolfo de que se preocupe de nuestro patrimonio, que no tenemos nada», pedía Amparo suplicante a De la Viuda. Y Adolfo Suárez explicaba a María Jesús, esposa de aquel: «Villanueva, yo voy a ser presidente del Gobierno de este país». A lo que esta replicaba: «Sí, y el día que te nombren presidente, no volverás a hablarnos». Fue bastante premonitorio. Además, no había que ser un lince para darse cuenta de que las prioridades de Suárez eran la política y el poder. Era donde se crecía. El dinero no le preocupaba demasiado.

Hablamos de un sábado del mes de julio de 1976 y Adolfo Suárez se encontraba de «rodríguez» en su casa de San Martín de Porres. Le acompañaba exclusivamente su hija Mariam, que aún tenía exámenes pendientes. Durante aquellas horas —solo habían pasado dos días desde el cese de Carlos Arias Navarro— todos los medios de comunicación estaban en sus puestos y los ciudadanos esperábamos el desenlace de la sustitución del presidente del Gobierno con auténtica expectación. Se hacían quinielas sobre los candidatos. La cosa pintaba así: si Su Majestad el Rey nombraba a José María de Areilza, sería señal de que el Régimen se ablandaba, pero si el elegido era Manuel Fraga, el Régimen se endurecía. Desde luego, nadie había apostado por el designado, así que el nombramiento acaparó toda la atención de los poderes fácticos del país, desde el desconcierto, pasando por la desconfianza y acabando por la concesión benevolente de la cuota de crédito que, al menos a corto plazo, implicaba el aval de la Monarquía. «Jamás te perdonaré que me hayas jubilado doce años antes», espetó Fraga a Suárez en los baños del Congreso. Y la leyenda dice que, en aquellos días, alguien que llamó por teléfono al domicilio de Areilza recibió la siguiente respuesta: «El presidente está descansando». La clase política española nunca le tomó en serio: un chisgarabís de provincias sin formación ni pedigrí. Para la izquierda era un falangista arribista, y para los adeptos al Régimen, un traidor.

Pero Adolfo Suárez era inasequible al desaliento y esperó paciente hasta que se produjo la llamada del Rey. «Adolfo, ¿vas a hacer algo esta tarde?», le preguntó. «No, nada de particular, señor». ¿Por qué no te vienes y tomamos café juntos?». Suárez se dirigió al Palacio de la Zarzuela, conduciendo él mismo el coche de Amparo, un Seat 127 azul claro.

En cualquier caso, imagino que para el futuro presidente fue duro no poder compartir la buena nueva con su esposa desde el primer momento. A preguntas de los periodistas, Amparo declaró: «Hacía tiempo que no me encontraba bien. Tenía dolores de espalda debido a la artrosis. He pasado una mala temporada. Este invierno ha muerto mi madre y estaba muy cansada. Por ello, a mi marido se le ocurrió, hablando con unos íntimos amigos nuestros, que me fuera diez días de vacaciones para descansar y reponerme un poco». Tardó tres días en regresar a Madrid. Para entonces su marido ya había concluido todos los trámites del nombramiento. «Es que en lugar de volver en avión, que no me agrada, he hecho el viaje de regreso en barco. Los viajes por mar me descansan mucho. Me encantan los barcos. Además, se lo pregunté a mi marido: si es imprescindible salgo ahora mismo en avión», declaró Amparo. «Mujer, conviene que estés aquí cuanto antes, pero completamente imprescindible no es», contestó Suárez.

Las damas de La Moncloa
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