RIBADEO
PILAR nunca fue una mujer deportista. Siempre dijo que eso lo dejaba para su marido, porque era él quien solía ir a esquiar con los hijos o a hacer vela a Ribadeo. A Leopoldo Calvo-Sotelo lo que más le gustaba en la vida era el mar. Decía que él era un marinero desinteresado, porque lo que no hacía nunca era pescar. Solo le complacía recorrer la ría de Ribadeo en el Juanín, su bote de madera blanco de vela latina, característico de la zona. A veces se inclinaba por otro diminuto velero de colores, el Leticia, y cuando el viento se resistía a soplar, recurría al Poldito, un bote de remos aún más humilde. «Hoy sopla un nordeste flojo», le decía Calvo-Sotelo a su esposa, ataviado con el atuendo propio de la ocasión: pantalón azul mahón que blanqueaba por las rodillas, camisa y jersey del mismo color. «Me divierte marchar tranquilamente sobre el agua, sin más», explicaba a los veraneantes que se acercaban para saludarle. Hablamos de agosto de 1982, aunque las vacaciones del presidente del Gobierno fueron aquel año del mismo tenor que los anteriores y, desde luego, que los venideros. Pero precisamente por su cargo, el presidente se encontraba más que nunca en el punto de mira y Pilar Ibáñez se mostraba muy molesta con los comentarios aparecidos en la prensa acerca de los bañadores de su marido:
Primero dijeron que el traje de baño que llevaba el último año estaba pasado de moda, cuando eran unas bermudas último grito que le había comprado recientemente. Hace unos días, ¡es el colmo!, aparecieron esas célebres fotos con el traje de windsurf y también lo calificaron como un modelo de principios de siglo. Y el propio presidente tomaba el relevo de las declaraciones: «Quien hace esos comentarios demuestra no tener ni idea del mar, porque es una indumentaria normal, que resguarda del frío cuando se hace tabla». Podemos imaginarles en el pantalán, desde donde escucharíamos claramente las órdenes: «Pili —le diría Calvo-Sotelo a su esposa—, no te pases a babor, que esto se desequilibra». Y Pili se mantendría firme en su asiento, contribuyendo con su escaso peso a una travesía sin incidentes.
Ribadeo siempre fue un lugar muy especial para Leopoldo Calvo-Sotelo, pero también para su mujer. Desde que se casaron, pasaron allí todos los veranos. Él siempre confesó que, aunque nació en Madrid, Ribadeo era el lugar donde mejor se sentía. Allí fue feliz y tenía muchos amigos. Ribadeo siempre estuvo asociado a la idea del relajo, de la paz y del descanso del estrés de la política. Madrid suponía el trabajo, el desasosiego. Por ese motivo Su Majestad el Rey concedió al expresidente el título nobiliario de marqués de la Ría de Ribadeo, con Grandeza de España, que ahora ostenta su hijo mayor. Y allí, donde está enterrado, en su querido refugio, se alza hoy un bajorrelieve de bronce que evoca su figura singlando las aguas de la ría.