UNA PRIMERA DAMA DISCRETA Y EFICAZ
DESDE luego, a Pilar Ibáñez-Martín nunca le costó asumir el papel de esposa del presidente del Gobierno, de primera dama. Jamás se deprimió, ni antes, ni durante ni después de esa etapa efímera de su vida, porque, como hemos visto, desde niña vivió en un ambiente político intenso. Para Pilar la política es la vida, aunque nunca pensó en dedicarse a ella en primera persona. «Esto no es Estados Unidos, aquí las cosas no se hacen así», comenta al respecto. Desde luego que no. No, en aquellos años.
Cuando llegaron a la Presidencia del Gobierno, los Calvo-Sotelo llevaban veintiséis años casados. Toda una vida. Y quizá porque ella conocía tan bien el mundo de la política fue capaz de ser una primera dama discreta pero eficaz. Como tendremos ocasión de comprobar a través de los perfiles de sus sucesoras, es la única que se sintió bien en La Moncloa. Con esta premisa, ya estaba ayudando a su esposo en la ardua tarea que el pueblo español, a través de sus representantes soberanos, le había encomendado. Y no solo eso, sino que nunca se cansó de elogiar el palacio, la casa, al personal, y enfatizó, siempre que pudo, todo lo positivo de las circunstancias que les habían llevado hasta allí.
Cuando, veintidós meses después, Leopoldo Calvo-Sotelo dejó La Moncloa para dar paso al siguiente presidente, Pilar Ibáñez-Martín lució para ese día especial una imagen diferente: un nuevo peinado y un vestido que las revistas del momento calificaron de inspiración florentina. Sonriente y diplomática, confesó sentirse triste: «Se llega a coger cariño a los sitios donde uno vive —dijo—. Aquí se quedan trozos de nuestra vida, ratos buenos y malos. Pero no siento nostalgia; tarde o temprano teníamos que volver a vivir en nuestro ambiente normal».
Sinceramente, creo que esa es la mejor actitud...