LAS ELECCIONES DE 1982

Y llegó 1982. Felipe González se convertía en presidente del Gobierno con una mayoría de diez millones de votos, doscientos dos diputados y una ciudadanía entregada y dispuesta a seguirle como en ningún otro momento de la historia lo había conseguido un dirigente socialista. Su eslogan de campaña, «POR EL CAMBIO», no pudo ser más acertado, porque eso era lo que queríamos los españoles de los primeros años ochenta, CAMBIAR, avanzar y colocarnos al mismo nivel que los europeos de nuestro entorno.

El 28 de octubre de 1982 Felipe González y Carmen Romero votaban en el colegio electoral más cercano a su domicilio de la calle Pez Volador. Desde allí se trasladaron al chalé de Julio Feo, su jefe de campaña, cercano a la calle Arturo Soria, donde les esperaban algunos de los históricos: Feo y su mujer, Ángela; Ana Navarro, que fue la jefa de la Secretaría del presidente durante más o menos la mitad de su mandato; el inseparable Juan Alarcón y su esposa Mercedes; el fotógrafo Pablo Juliá y el periodista Martín Prieto. Hacia las ocho de la tarde Alfonso Guerra llamó por teléfono desde la sede del PSOE preguntando por el presidente del Gobierno. No había posibilidad de error. La victoria era aplastante, pero en casa de Julio Feo la alegría se contenía y, según algunos de los asistentes, a Carmen Romero parecía que el mundo se le venía encima. No hubo champán, ni brindis, ni explosiones de júbilo. Felipe González estaba contento, pero sereno. Se tomó dos whiskys y se fumó un par de puros. En cambio, Carmen, hasta la llamada de Guerra, se había mostrado nerviosa, preguntando continuamente por los resultados. No acababa de creerse que, por fin, el Partido Socialista iba a gobernar España, y en solitario. De hecho, tanta insistencia llegó a crispar a su marido que, fruto de la tensión del momento, le pidió encarecidamente que dejara de preguntar obviedades, porque estaba claro que el partido superaría los doscientos diputados.

A partir de ahí es cuando Carmen procesa de verdad cuanto ha sucedido y coloca la última pieza en el puzzle del panorama que tiene por delante. La primera conclusión es que no le atrae lo más mínimo ser la siguiente inquilina de La Moncloa, pues teme que la victoria signifique un vuelco en su vida personal. Su marido está preparado para el éxito, ansiaba la victoria, deseaba ser el presidente del Gobierno, pero Carmen atravesaba una coyuntura realmente complicada. De repente, se da cuenta de que no sabe qué va a ser de ella como mujer y, como profesional, ¿podrá seguir ejerciendo la docencia?...

A Carmen le costaba manifestar alegría y euforia. Después, los González y el pequeño grupo que les acompañaba se fueron al Hotel Palace, donde el presidente electo pronunció un pequeño discurso tras el cual, cogido de la mano de Alfonso Guerra, se asomó al balcón para recibir el cariño y el apoyo de la gente, que esperaba enfervorizada en la calle. Aquel momento se inmortalizó en una fotografía que ya forma parte de la historia gráfica de España. Cerca estaba Carmen, detrás, mirando por otra ventana, temerosa y distante, aunque, desde luego, contenta, muy contenta.

El 3 de diciembre de 1982, el primer Gobierno de Felipe González juraba lealtad a la Corona y a la Constitución ante Su Majestad el Rey, pero dos días antes, a punto de terminar el debate de investidura como presidente del Gobierno, González le susurraba, no sin cierto vértigo, a Gregorio Peces-Barba, recién elegido presidente del Congreso de los Diputados: «¿Qué he hecho? ¿Dónde me he metido?».

Las damas de La Moncloa
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