MODERNA Y MINIMALISTA
Y hablando de señoras, debo hacer un inciso sobre la denominación de las esposas de los presidentes entre el personal de La Moncloa, cuestión que siempre llamó poderosamente mi atención por inexplicable. A las tres primeras damas siempre nos referimos por sus nombres de pila: doña Amparo, doña Pilar y doña Carmen. Al llegar Ana Botella, la cosa cambió y pasó a ser «la señora», epíteto muy de telenovela, que han ido heredando sucesivamente las siguientes y cuyo formato parece haberse instalado en la Presidencia del Gobierno para siempre. Tal vez se trata de evitar cualquier error de denominación que pudiera resultar enojoso para el personal. Desde luego, de esta manera la probabilidad de equívoco es nula. Por eso a los presidentes todo el mundo les llama «presidente», incluso cuando dejan de serlo. Así uno no se equivoca nunca.
Sonsoles Espinosa sintió siempre especial preocupación por los temas culturales y se involucró en algunos proyectos que ella consideraba especiales, pero de modo discreto. Entre ellos, su respaldo a la Fundación Barenboim-Said, que financia la Junta de Andalucía para el entendimiento entre árabes e israelíes a través de la música. De igual manera consiguió que el Ministerio de Cultura aportase el treinta por ciento de los trescientos millones que costó el nuevo órgano de la catedral de León, adonde consiguió llevar además las Cantatas de Bach. Pero de dedicarse a la política, ni en sueños. Tampoco se le conocen abiertamente actividades de tipo altruista ni colaboración expresa con ONG o instituciones sin ánimo de lucro.
Otra de las transformaciones que se plasmaron de la mano de la esposa del presidente, como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta la decoración barroca heredada de Ana Botella y los gustos sencillos y minimalistas de la nueva primera dama, fue la reconversión de los edificios emblemáticos de la Presidencia del Gobierno, es decir, el Palacio y el Consejo de Ministros. Sonsoles se embarcó en la aventura de recuperar, poco a poco, el primitivo aspecto de ambos recintos. La opinión de los arquitectos e interioristas consultados fue unánime. Había que desterrar dorados y policromados, tapices y terciopelos, y sustituir el mobiliario antiguo, exceptuando el de valor histórico o artístico, por modernos muebles de diseño actual. El resultado conseguido en las primeras salas fue tan positivo que animó a continuar con el resto, según lo fueran permitiendo las disponibilidades financieras, que en aquellos momentos no daban para muchas alegrías. En honor a la verdad, y en lo que a mí respecta, he de decir que sentí un gran alivio al comprobar cómo las estancias remodeladas recuperaban su tono ecléctico, conseguido a través de la conjugación de ambientes originales que combinan a la perfección el matiz institucional imprescindible con una decoración moderna, en tonos ocres y verdes, grises y blancos; en definitiva, un toque internacional que les va como anillo al dedo a estos palacetes neoclásicos. El conjunto se completó con cuadros y obras escultóricas de autores contemporáneos cedidos, por supuesto, por el Patrimonio Nacional y el Centro de Arte Reina Sofía. Un aire limpio y fresco se empezaba a respirar, no solo en lo político, sino también en lo estético.
El color favorito de Sonsoles Espinosa es el negro y hay que reconocer que le sienta de maravilla. Pues así, de negro, de arriba a abajo, vestida por su diseñadora y amiga Helena Benarroch y con un solo toque dorado, el de la joya diseñada por su también amigo Adolfo Barnatán, escultor y artista de reconocido talento, llegó Sonsoles Espinosa a la inauguración de la exposición de joyería de este último en una galería del barrio de Salamanca. Barnatán es el exmarido argentino de la Benarroch, así que todo queda en la familia. Con un aire gótico muy elegante y algo arisca, Sonsoles se mostró especialmente hermética. Desde siempre, el matrimonio de diseñadores ha estado muy ligado al Partido Socialista, y como prueba de que los Gobiernos pasan y el tándem Benarroch-Barnatán permanece, se dieron cita para la ocasión dos exministros, Solchaga y Barrionuevo, y en una de las vitrinas del establecimiento se exponía un colgante de ámbar firmado por Felipe González, joyero aficionado que adorna a lo más granado de la izquierda española, desde Carmen Calvo a la propia Sonsoles Espinosa, que tampoco se perdió la convocatoria.
Benarroch era un clásico de la Bodeguilla progre de La Moncloa y, ahora, como responsable de la imagen de la esposa del presidente del Gobierno, nunca estuvo más en el candelero. En cualquier caso, los comentarios de los periodistas que cubrían la información del glamouroso acontecimiento iban por otro camino, porque una cosa es que la primera dama española no haya concedido jamás una entrevista, que se haya ido de La Moncloa sin haber abierto las puertas de su casa a ninguna revista del corazón y que mantenga el mayor de los secretos respecto de su vida privada y la de sus hijas, y otra muy distinta que pase por delante de los profesionales de la información con la cabeza baja, mirando al suelo y sin decir ni buenas tardes... Francamente, raya en la paranoia o en la mala educación.
En la edición de ARCO de 2008, Benarroch y Espinosa acudieron juntas a la Feria en un día dedicado a los profesionales del sector artístico y no en los destinados al resto de los visitantes. Su asistencia se limitó a recibir flashes y a hacer declaraciones escuetas, del tipo «muy bonito», al pasar junto a cada lienzo colgado. Las dos mujeres recorrieron los diferentes pasillos de la exposición, entre las miradas de los asistentes, como si fueran visitando el Centro de Arte Reina Sofía. Huelgan los comentarios.
Cuando Zapatero fue elegido secretario general de su partido en su XXXV Congreso, en 2000, se trasladó con su familia de León a Madrid, siendo su paisano Javier de Paz y su esposa Ana quienes ayudaron al matrimonio a buscar una casa en Las Rozas, donde ellos residían. El 25 de mayo de 2004, dos meses después de la victoria electoral, el flamante presidente nombró a su amigo presidente de MERCASA, empresa pública de fácil gestión para De Paz, y como los dos matrimonios eran uña y carne, y ya se sabe que el roce es directamente proporcional al cariño, pues la esposa de De Paz, Ana Pérez Santamaría, funcionaria del INEM, se incorporó a bombo y platillo a los servicios de la Presidencia para dirigir la Secretaría de Sonsoles Espinosa, que se componía de tres personas. Ana Pérez de Paz fue siempre una de las mejores amigas de Sonsoles. Sin temor a equivocarme, al menos era la que más horas compartía con ella. Así como su marido, a quien en el partido se conocía como «el amigo», lo hacía con el presidente.