«LA POLÍTICA NOS INCUMBE A TODOS»

PILAR Ibáñez-Martín es hoy una abuela feliz. Tiene veintiún nietos, que son su alegría. Su comida favorita es la paella valenciana, y su bebida, el vino tinto. Su mayor placer, leer un buen libro; se le ilumina la mirada cuando habla de Machado y no duda cuando dice que su lugar predilecto es Roma. Dice admirar profundamente a los escritores, a todos. Le sigue gustando viajar, por España y por otros países, tanto que en un momento dado comenta: «¡Qué pena no tener más vida, para conocer más cosas!».

Confiesa que, a veces, le habría gustado que sus hijos, los que se dedican a la política, se hubieran dedicado a otra cosa, porque la política es muy dura y la gente agradece muy poco. Pero enseguida le da la vuelta al razonamiento para concluir que el servicio público es muy importante.

Considera que la Historia ha sido justa con su marido, porque, finalmente, se han recuperado las figuras que hicieron posible la Transición, aunque bien es verdad que los tiempos de crisis que vivimos han sido determinantes para valorar la titánica obra que el pueblo español, dirigido con maestría e ilusión, fue capaz de llevar a cabo en un tiempo récord.

Habla de las nuevas tecnologías como un ente con el que no se lleva bien, pero le encanta ver las fotografías de sus nietos y de sus viajes en el ordenador. Opina que la mujer tiene un papel clave en el mundo de hoy, que ha de estar preparada para todo, porque no solo es importante formar una familia, sino también el trabajo fuera del hogar, lo mismo despachar en una tienda o trabajar en una oficina. «¡Las mujeres de hoy son muy valientes!», exclama.

Calla durante unos segundos, porque es una mujer muy reflexiva, que mezcla sabiduría y eterna curiosidad, y, finalmente, reitera sin complejos que la política es un mundo apasionante y, además, es para todos, tanto para hombres como para mujeres: «La política nos incumbe a todos», dice. Nada más cierto.

* * *

Bueno, pues se acabó la Transición. Con el permiso de historiadores y académicos, en mi humilde opinión la Transición democrática finalizó con la desintegración de la UCD, formación política que nació para esta misión y murió con ella, y la llegada histórica al Gobierno del Partido Socialista, ganador por goleada en las elecciones generales de 1982, tal y como vaticinó Leopoldo Calvo-Sotelo. La Transición no es una idea, ni es un proyecto propiedad de un partido político, no tiene un protagonista ni un destinatario, no es un lapso de tiempo delimitado entre fechas definidas ni, por supuesto, el eslogan de una campaña electoral. Es la suma de todo esto y mucho más. La Transición supuso un salto cualitativo en la naturaleza intrínseca de España, que avanzaba imparable hacia la libertad y la democracia, pero sin renunciar a la paz, porque sobrevolaba inefable y recurrente a cada paso el recuerdo de una guerra civil demasiado cercana en el tiempo.

A partir de aquí nuestro país se hace más complejo, diverso, plural. La Transición democrática es la travesía de nuestro pueblo hacia la reconciliación y el entendimiento, la historia del viaje común de los españoles hacia la soberanía y la modernidad. Es un proceso en el que no hubo perdedores, porque la Transición fue una apuesta a caballo ganador.

De nuevo, antes de pasar la página de la historia y adentrarnos en la siguiente etapa de esta crónica y en las vidas de sus protagonistas, me impongo un nuevo regreso al jardín más sereno y silencioso que conozco. Uno de los rincones más hermosos, a la caída de la tarde, se encuentra dando la vuelta al edificio del palacio, por su cara norte, desde donde se contempla una magnífica vista de la Casa de Campo. Se trata de la zona más privada y bella de este vergel que un día fue testigo de los turbulentos y secretos amores entre la decimotercera duquesa de Alba y Francisco de Goya. Puede que esta historia no sea más que una leyenda, pero recorriendo las veredas, entre los cedros y los cipreses, escuchando el canto de los pájaros y el rumor de las fuentes, es fácil imaginar escenas de arrebatadora pasión entre enamorados, porque el lugar es puro romanticismo. ¡Hay historias que si no son verdad, merecerían serlo!

¡¡¡Proseguimos!!!...

Las damas de La Moncloa
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