UNA CHICA DE DERECHAS
SE ha contado hasta la saciedad que José María Aznar y Ana Botella se conocieron durante el viaje fin de carrera. Por cierto, ella tenía vocación de médico y hasta el último minuto estuvo deshojando la margarita sobre su elección académica. Al final se matriculó en Derecho, aunque había cursado el Bachillerato de ciencias. Ella misma cuenta que le influyó mucho una serie de televisión de la época que se llamaba Los defensores. Ana Botella se lo pasó bien en la universidad de los años setenta. Muchas estudiantes de su generación eran de izquierdas y participaban activamente en la lucha política. Ana, no. Ana era una chica de derechas, apacible, que jamás fue a una manifestación ni tomó parte en ninguna huelga. Sí sabía que había gente de izquierdas en la facultad y que se corría delante de los grises, pero ella estaba alejada de los conflictos que se vivían en aquellos años decisivos para el devenir político de España.
Dicen quienes la conocieron en su etapa universitaria que era una joven atractiva, simpática, con un montón de pretendientes. Su exuberante figura y su larga melena morena despertaban admiración entre el género masculino.
Semana Santa de 1975. Ana y José María no habían cruzado una sola palabra durante toda la carrera, pero el destino quiso unir a los dos jóvenes en el vuelo de Estambul a Atenas, en aquel viaje de estudios. Ana siempre llegaba tarde o se dejaba algo y tenía que volver. Aquel día también se retrasó, y cuando subió al avión ya estaban todos los asientos ocupados, excepto uno junto a José María. Él quedó prendado de ella desde el minuto uno, y para siempre, en lo que sería un romance que aún hoy continúa. En cuatro días se enamoraron perdidamente y tuvieron claro como el agua que se casarían. Dicen que él la conquistó con su seguridad en sí mismo y con la exposición de sus ideas y proyectos, que transmitía con una convicción sin fisuras. «Fue todo muy rápido y al regreso a Madrid ya estábamos absolutamente enamorados. Hubo un día inolvidable, fuimos al Partenón y, claro..., el Partenón, noche de luna llena..., flechazo auténtico y maravilloso», recuerda Ana con los ojos brillantes.
Ana se licenció en Derecho por la Universidad Complutense en 1975 y aprobó las oposiciones al Cuerpo de Técnicos de Información y Turismo en 1977, el mismo año de su casamiento. El noviazgo duró dos años. La boda se celebró el 28 de octubre, en la iglesia de San Agustín, en la madrileña calle de Joaquín Costa. La celebración tuvo lugar en el restaurante Pavillon del parque del Retiro y los recién casados pasaron la noche de bodas en el hotel Villamagna, regalo de los padres del novio. Ana Botella cuenta: «Al llegar a la habitación, encontramos dos copas, una botella de champán y otra de agua. No se trataba de un error: Jose (sin acento) es alérgico al champán». La luna de miel les llevó a la isla portuguesa de Madeira.
El primer destino de Ana Botella fue el Ministerio del Interior, en Madrid. Aunque José María Aznar ya era inspector de Hacienda, debía seguir estudiando en la Escuela de Inspectores para obtener destino, así que durante los primeros meses vivieron en un apartamento de treinta metros cuadrados en el paseo de La Habana que el matrimonio llamaba «el palacio de los cincuenta pasos». Vivían con el sueldo de ella y él preparaba la comida: «Ella llegaba de trabajar a las cuatro de la tarde. Cuando entraba en casa, yo ya tenía la mesa puesta con algún detalle», cuenta el propio expresidente.
Cuando salieron las plazas, Aznar fue destinado a Logroño y, a principios de 1978, Ana ya estaba embarazada, por lo que su marido se libró del servicio militar. Él logró puesto en la Delegación de Hacienda como interventor y ella, en el Gobierno Civil. A Ana entonces le costó alejarse de su entorno familiar, pero era feliz. Se sacrificaba por su esposo, como ya lo hizo en su día, cuando ella era el sostén económico de la familia mientras su marido preparaba las oposiciones.
El 30 de noviembre de 1978 nació en Logroño su primer hijo, José María. Y fue en Logroño, siendo el niño un bebé, cuando Ana se despertó sobresaltada por el sonido de un tremendo estallido. Una bomba terrorista había hecho explosión a pocas calles de su casa. La bomba hirió a un vecino. Aquello la afectó muchísimo. Por aquel entonces, José María Aznar iniciaba su carrera política y su militancia activa en Alianza Popular, partido al que su mujer se había afiliado con anterioridad. Un día, siendo su marido secretario general, la llamaron de la sede de Alianza Popular para decirle que en la fachada del edificio había aparecido una pintada de enormes dimensiones en la que se leía: «Traidores». José María Aznar estaba de viaje y ella, con dos amigas más, se plantaron allí con cubos, jabón y estropajos dispuestas a limpiar la pared hasta que no quedara rastro de la provocación.
El 3 de diciembre de 1980 la familia Aznar-Botella regresaba a Madrid. Destino en la Delegación de Hacienda para él y en el Ministerio de Obras Públicas para ella. Y un nuevo piso en el número 106 del Paseo de la Castellana.