«ES UN SER HUMANO ÍNTEGRO»
LA relación institucional del presidente Zapatero con la Corona siempre fue excelente y afirma estar siempre dispuesto a hablar con Su Majestad el Rey, a quien le une una relación de sincero afecto personal. En honor a la verdad, es preciso decir que a la derecha española, como a los medios de comunicación más conservadores, nunca les gustó lo que consideraron «amistades contra natura del Rey», en referencia a la probada sintonía del Monarca con los presidentes socialistas y la consabida desafección de don Juan Carlos y José María Aznar. Pero yo quiero ir un poco más allá, porque ninguno de los presidentes españoles en activo ha conseguido nunca arrancar un elogio público del Rey hacia su gestión, ni siquiera Adolfo Suárez en su época. El Monarca siempre guardó como una religión la neutralidad a la que le obliga su posición. Nadie había conseguido romperla..., hasta que llegó Zapatero. Unas declaraciones recogidas en El Mundo, en 2008, fuera de protocolo, así lo certifican. A preguntas de los periodistas acerca de la opinión que le merecía el presidente, Su Majestad se deshizo en elogios: «Él sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué y para qué hace las cosas. Tiene profundas convicciones. Es un ser humano íntegro». Poco después de esta conversación, don Juan Carlos se encontró con el presidente del Gobierno en el acto de entrega del Premio Cervantes, y le dijo bromeando: «He hablado de ti».
Sonsoles es una mujer culta, tenaz e inteligente, y yo añadiría que muy cálida con su entorno. Su imagen puede parecer dura en un primer acercamiento, pero en cuanto comienza a hablar, transmite dulzura y siempre acompaña sus palabras con una amplia sonrisa. El personal de la Presidencia del Gobierno trabajó muy a gusto con la familia Zapatero, personas entrañables, flexibles y nada exigentes, que en todo momento se preocuparon por su bienestar y por facilitarles la tarea. Costumbres sencillas, horarios disciplinados y hábitos poco sofisticados allanan siempre el trabajo del personal de servicio, que en este caso confesaba al presidente su deseo de jubilarse con él.
Alivio debe de ser el sentimiento predominante en el fuero más interno de Sonsoles Espinosa en esta nueva etapa. José Luis Rodríguez Zapatero se sentía deudor de su mujer y sus hijas y siempre consideró legítima su petición de no alargar más de dos legislaturas el paréntesis en la vida familiar que supone la presidencia del Gobierno del cabeza de familia. Siempre valoró como el oro la actitud comprensiva y generosa de las tres mujeres con las que comparte su vida. Por eso no corre riesgo alguno quien imagine a una Sonsoles verdaderamente contenta, relajada, la antítesis de aquella que recibía con un desmayo la elección de su marido como secretario general del PSOE, al presentir que aquella victoria política ponía patas arriba un estilo de vida sencillo y anónimo al que ahora ha regresado, al menos en cierta medida. Durante siete Navidades escuché a la esposa del presidente felicitarnos las pascuas en el tradicional encuentro con el personal que tiene lugar en el palacio con motivo de estas fiestas señaladas, y añadir: «Un año más y uno menos», como el reo que tacha los días de su lenta condena. A pesar de esta adversa percepción personal, tengo que reconocer que José Luis y Sonsoles siempre formaron una magnífica pareja, y en estas ocasiones entrañables o en cualquier otra en que, fuera de las cámaras, hemos compartido una cerveza o un rato de charla, son constantes las miradas entre ellos y los gestos de complicidad. Inconscientemente, el presidente coge a su esposa por el hombro y le susurra un comentario al oído, haciéndole reír, y ella se cuelga de su brazo mientras continúan la charla interesándose por la salud de algún compañero que se recupera de alguna dolencia o preguntando a alguna de las empleadas por su nieto, que acaba de nacer. Son muy entrañables e inexplicablemente en su memoria cabe todo.
Con seguridad, también se alegran de la decisión el padre y el hermano del expresidente, porque así recuperan a José Luis para las añoradas conversaciones familiares y las jornadas de pesca o de paseos por el campo y la montaña.
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Ya se lo habrán imaginado, ¿verdad?... Toca despedirse otra vez. Desde el jardín, sin perder la tradición, porque las tradiciones son importantes. Solo ellas nos identifican con nuestra cultura y nuestras raíces. ¿Y dónde mejor podría yo situar mis raíces que en este edén dilatado y hermoso, sosegado, imperturbable, transmisor de ortodoxia y armonía? En él han buscado inspiración los presidentes del Gobierno ante decisiones de especial trascendencia para el país y sus ciudadanos. Sus veredas y parterres han serenado el ánimo de sus esposas en esas encrucijadas difíciles en las que, con frecuencia, se han encontrado como consecuencia del devenir político de sus consortes. Su amplitud y diversidad han servido a los objetivos de recreo y esparcimiento infantil, paliativos de las condiciones de libertad vigilada en las que se encuentran esos hijos presidenciales sin comerlo ni beberlo. Y, por último, ha formado parte de la vida cotidiana de los funcionarios de La Moncloa, de sus jornadas de trabajo, de sus noches y sus días, de su ir y venir, de sus esperanzas y sus decepciones, de sus alegrías y sus tribulaciones. ¡Cuánto de nosotros hay entre rosales y rododendros, junto a los lilos de las Indias o los árboles de Júpiter, entre la hierba fresca o bajo la tierra fértil! Años de dedicación y esfuerzo, de servicio público y de afectos privados, de superación y progreso, de crecer y multiplicarnos en perfecta simbiosis con los superiores y satisfactoria concomitancia con nuestros iguales.
Mi marcha de La Moncloa tuvo lugar antes que la de la familia Zapatero, y es ahora cuando, más que nunca, siento la necesidad de satisfacer una deuda que siempre intuí pendiente con mis compañeros de obligaciones y devociones, a los que aprovecho para rendir homenaje en este capítulo. Aquí y ahora. A todos esos hombres y mujeres que un día entraron en mi vida para recorrer juntos una parte del camino, de los que aprendí y a los que enseñé. Muchos ya solo habitan en mi memoria, pero algunos se han quedado conmigo para siempre. A cada uno de ellos quiero dedicar hoy este libro y regalar una alegórica rosa roja, símbolo de lealtad y camaradería. Gracias, compañeros, y buena suerte...
¡¡¡Retomamos!!!...