Capítulo 72

A la mañana siguiente, aburrida, frustrada y hambrienta, Rachel se quedó en la habitación de su motel hasta las nueve, cuando decidió que Percy no iba a llamar. Por si acaso, y en el remoto supuesto de que al final lo acabara haciendo, se tomó su tiempo para desayunar en la cafetería, parándose en la recepción a la vuelta, para preguntar si alguien había dejado un mensaje para ella. El recepcionista de día, que tenía un aspecto descansado, le informó de que no había nada. Disgustada, volvió a su habitación, metió sus cosas en el coche y se dirigió a Dallas.

El silencio de Warwick Hall no presagiaba nada bueno. El mensaje que enviaba era que, después de que Percy hubiera leído la evidencia contra él la noche anterior, no había cedido. Pero lo haría, se dijo a sí misma. Había sido tonta al esperar una respuesta tan pronto. Percy Warwick no era un hombre fácil de derrumbar, ni siquiera con todo en su contra. Necesitaría tiempo para que Amos y un equipo con los mejores abogados que pudiera contratar le convencieran de la locura que supondría negarse a aceptar sus exigencias.

Una vez fuera de Marshall, marcó el número de la oficina de Taylor en el teléfono del coche.

—A primera vista, tienes un caso viable, Rachel —le dijo él cuando ella le hubo contado lo que había descubierto en el Juzgado—. ¿Has hablado con Percy?

—No, con su nieto. Le planteé mi propuesta y le dejé copias de las cartas. Cuando su abuelo las lea, no querrá ir a juicio.

—¿Estás segura de eso?

—Lo estoy. —Rachel decidió no mencionar que había contado con que tendría la capitulación verbal de Percy antes de irse de Marshall—. Le dije a Matt que le daba a su abuelo una semana para decidirse. Si no contacta conmigo antes del lunes que viene por la mañana, presentaré una demanda.

—¿Su nieto pensaba que él estaría dispuesto a aceptar el trato?

Consideró su respuesta.

—Yo no usaría precisamente la palabra «dispuesto». Matt tiene miedo del efecto que devolver Somerset podría tener sobre él.

—¿Y cómo te hace sentir eso?

Taylor sí que sabía qué teclas tocar. Ella dijo con más aspereza de lo que pensaba:

—Siento que las consecuencias de la alternativa serían inestimablemente peores. Estoy seguro de que no elegirá esa opción.

El silencio de Taylor la llevó a pensar que no compartía la seguridad que tenía ella.

—¿Debo asumir, por lo tanto, que tú y el nieto no acabasteis bien?

Una vez más eligió sus palabras con cuidado.

—Él está…, muy dolido. Fuimos amigos una vez.

—Lo amigos pueden ser los peores enemigos, Rachel.

Se mordió el labio.

—¡Ay, Taylor!, esto aquí parece una carrera de la Indy 500. Será mejor que cuelgue.

—Solo quiero que estés segura de lo que vas a dejar y lo que vas a conseguir a cambio —dijo él, ignorando tranquilamente su evasiva—. La impresión que Carrie tuvo después de conocer a Matt Warwick fue que erais mucho más que amigos.

—¿Es necesaria esta conversación para mi caso, Taylor?

—Y también para lo que te espera, si llevas este caso adelante —prosiguió Taylor, sin inmutarse—. Los Warwick podrían hacer que tu vida en Howbutker fuera muy difícil.

Rachel forzó una sonrisa amarga.

—Bueno, eso no es nada nuevo para los descendientes de los Toliver y los Warwick. Procedemos de familias en guerra.

—¿Disculpa?

—Se lo contaré en algún momento. Mientras tanto, estaré en Dallas a eso del mediodía.

—Bueno, será mejor que nos pongamos manos a la obra. No vengas a la oficina. Te veré en casa de Carrie.

Llamó al timbre de la casa unifamiliar pocos minutos después de que ella hubiera llegado. Entró vestido con un traje arrugado, el nudo de la corbata suelta y dos bolsas blancas de delicatesen. Su objetivo inmediato era el termostato.

—Mi hija cree que es un oso polar —gruñó, subiendo la temperatura. Levantó las bolsas—. El almuerzo. Prepararé un poco de té para bajar esa piel de gallina. ¿Qué hay en esas cajas que vi en el todoterreno?

Siguiéndolo hasta la cocina, le dijo:

—Libros de contabilidad con la letra de mi abuelo. También cartas privadas y recuerdos de mi tía abuela. Pensé que le podrían servir de algo, y… no quería que unos intrusos las manosearan. —Cuando Taylor arqueó las cejas, ella añadió, a la defensiva—: Es lo menos que puedo hacer y lo último que haré jamás en nombre de ella.

—Si tú lo dices. Traer esas cosas ha sido buena idea. Puede que encontremos algo útil. —Se quitó la chaqueta del traje, se arremangó y puso la tetera bajo el grifo—. ¿Tienes hambre?

—No, pero intentaré comer. Tengo que ponerme en forma de nuevo. —Se masajeó los brazos—. No solo para enfrentarme a los Warwick, sino para recuperar mi calor corporal.

Taylor echó un vistazo a la cocina que estaba clínicamente limpia, cuya decoración enteramente blanca reinaba en toda la casa.

—Este iglú no puede ser muy acogedor para una granjera.

—La compañía lo compensa, pero no me quedaré mucho tiempo, solo hasta el lunes.

—¿Ah, sí? —Se volvió hacia la llama que ardía bajo la tetera—. Y después, ¿qué?

—Iré a Howbutker y me mudaré a la casa de los Ledbetter, en la plantación. Estoy segura de que Percy no se opondrá. Hoy en día se usa como oficina del encargado, pero mi intención es renovarla para convertirla en mi residencia. Siempre he querido vivir en Somerset.

Taylor abrió un armario del que sacó unos platitos y unas tazas.

—Estás bastante segura de que Percy aceptará hacer el intercambio, ¿verdad?

—¿Y usted no lo está? ¿Qué defensa pueden alegar los Warwick en contra de mi demanda?

Parecía que Taylor no la estaba escuchando. De las bolsas de papel sacó los almuerzos, que antes estaban en recipientes de plástico.

—Ensalada de gambas hervidas para ti, y gambas fritas para mí.

—¿Por qué no contesta a mi pregunta? —insistió mientras él añadía agua a la tetera.

—Porque no quieres escuchar que este caso no está ganado —le dijo—, y yo no quiero quitarte el apetito. Hablemos de ello con el estómago lleno.

Después de limpiar la mesa, Taylor dijo:

—Y ahora, vamos al grano. —Le exigió ver las copias de los expedientes—. ¿Te contó Matt Warwick por qué Percy, sabiendo que estaba cometiendo un fraude, compró las tierras de tu padre?

—Sí, es como se imagina. Eran tiempos difíciles. —Brevemente, le resumió la explicación de Matt, y añadió que Ollie DuMont no había sabido que la venta era fraudulenta.

—¿Y por qué no aceptó un préstamo de Percy si tan desesperado estaba? —preguntó Taylor.

Rachel le explicó la política de las familias de «Ni tomes ni des prestado».

—Percy le dijo a Matt que Ollie habría preferido perder las tiendas antes que tomar prestado ni un solo centavo.

Taylor la miró extrañado.

—¿Y por qué no le crees?

Ella frunció el ceño, enfadada.

—¿Qué diferencia hay si me lo creo o si no? No me cabe ninguna duda de que Percy quería ayudar al tío Ollie, pero lo más importante para él eran las Industrias Madereras Warwick. Ese terreno tenía la localización perfecta para su fábrica de celulosa, y vio el aprieto del tío Ollie como la manera de conseguirlo.

—Eso no parece dicho por el Percy Warwick que yo conozco.

Enfadada, Rachel echó su silla hacia atrás.

—¿Bueno, de qué lado está, Taylor? —Agarró la tetera y la metió bajo el chorro de agua del grifo—. Tengo la ligera impresión de que está corriendo con los perros, pero que su corazón está con el zorro.

—Estoy contigo, Rachel —dijo Taylor, con la mirada impasible—, pero es mi trabajo hacer de abogado del diablo. Tengo que resaltar las debilidades de nuestro caso para que podamos estar preparados, porque te aseguro que la defensa lo hará. Ellos presentarán las circunstancias atenuantes como un motivo favorable por el que Percy actuó tal y como lo hizo, y señalarán que no era de extrañar que un hombre de su importancia…

Ella volvió a poner la tetera sobre el fuego y se volvió hacia él, con una mano en la cintura.

—Y usted presentará las circunstancias atenuantes alegando que no tienen relación con el crimen, ¿no?

Salían llamas alrededor de la base de la tetera.

—Sí —dijo él, levantándose de su silla para bajar el gas. Le dio una palmadita en el hombro—. Me voy afuera a buscar esas dos cajas. No quemes la casa hasta que vuelva.

Revisaron juntos lo que había dentro de las cajas, bebiéndose taza tras taza de té hirviendo. Taylor estableció que los libros de contabilidad serían más que suficientes para corroborar la firma de Miles y hurgó cuidadosamente en la otra caja para buscar cualquier otra cosa que pudiera forzar a Percy a devolver Somerset. Sus cartas y notas a Mary resultaron serlo. Demostraban su aventura amorosa y el cariño aún vivo que había influenciado a Mary a dejarle la plantación a él en lugar de a su esperada heredera.

—Nos ganará simpatía —comentó él—. El juez dará instrucciones al jurado de que no se dejen llevar por el sentimiento, pero son humanos. El hecho de que te pasaran por encima en favor de Percy será irrelevante para el caso, pero explicará por qué quieres algo que una vez perteneció a tu familia. —Desenvolvió la colección de tiras tejidas y cintas de satén rosa—. ¿Qué es esto?

—No estoy segura —contestó Rachel—. Parece como si alguien hubiera tenido en mente hacer una colcha de ganchillo, pero nunca llegara a acabar el proyecto. Sé que no fue la tía Mary. Le obligaron a aprender a hacer encaje de aguja al acabar la escuela y evitaba las agujas y el hilo como si fueran pinchos de cactus.

Taylor tocó las tiras de color crema.

—Debieron de ser tricotadas por alguien que le importaba mucho para que las guardara. ¿Su madre, tal vez?

—No lo sé. Nunca oí que la tía Mary mencionara a su madre; en cualquier caso, no habría elegido cintas rosas para su hija.

—¿Por qué no?

Se preguntó cuál sería la mejor manera de explicárselo.

—Bueno, porque en nuestras familias (los Toliver, los Warwick y los DuMont) el rosa representa lo imperdonable. No encontrarás la palabra en el diccionario, pero eso es lo que significa. El rojo para pedir perdón, el blanco para decir que se ha concedido el perdón, y el rosa para decir que se ha negado el perdón. Por esa razón esto debe de ser el trabajo de alguien ajeno a la familia.

Taylor la miró fijamente, claramente fascinado, pero sin comprender.

—¿Y qué hacen tus familiares? ¿Ponen banderas de esos colores en sus tejados para expresar sus sentimientos?

Rachel se rio.

—No. Damos rosas. —Metió la mano en una caja y sacó un libro—. Puede leerlo aquí. Explica lo que le estoy contando mucho mejor de lo que yo jamás podría hacerlo, y la razón por la que el nombre de los Toliver y Somerset significan tanto para mí.

Taylor leyó el título en voz alta.

—Rosas. Estoy intrigado, Rachel. Lo empezaré esta noche. —Cogió una silla de cocina—. Y ahora siéntate aquí. Vas a hacer dos columnas, y arriba vas a poner «A y B» —ordenó, y cogió una libreta de tamaño legal y un lápiz de su maletín—. «A» representará al demandado y «B», al demandante. Si este caso llega a juicio, el jurado escuchará, determinará e interpretará los hechos en el caso. Debemos asegurarnos de que estén de nuestro lado. Para lograrlo, debemos anticiparnos y prepararnos para cada uno de los hechos que la oposición piensa usar en su defensa. Me has dicho que Percy quería reunirse contigo para explicarte por qué tu tía abuela le dejó la plantación a él. Tendrías que haber quedado con él, Rachel…

—¡No! No quiero escuchar nada de lo que tenga que decir.

—¿Ni aunque le dé más fuerza al caso?

—¿Y eso cómo sería? Si nuestro caso depende de si la venta fue o no legal, me gustaría ver cómo su lado puede ganar al mío.

Taylor le pasó la libreta de papel tamaño legal y el lápiz.

—Eso es lo que tus dos columnas te ayudarán a decidir. Escribe el nombre de Percy junto a la «A» y el tuyo junto a la «B».

Rachel empezó a escribir.

—Creo que sé adónde quieres llegar con todo esto —dijo—. ¿Qué quiere que escriba en la columna de Percy?

—Ya que me preguntas, hacemos esto por el siguiente motivo: Percy Warwick es un respetado y querido magnate de los negocios, un hombre que ha respetado las reglas del juego toda la vida. Tiene una reputación impecable.

—Hasta ahora. —Debajo de la «A», Rachel escribió: «reputación impecable»—. ¿Y debajo de la «B»?

—Dímelo tú.

Rachel le lanzó una mirada ofendida.

—Bueno, puede que no sea tan querida ni conocida, pero soy honrada.

—Sin duda —dijo Taylor—; no obstante, la defensa te presentará como una mujer de un hogar pobre del oeste de Texas, cuya tía abuela acogió cuando era una niña pequeña. Te vistió, te educó, te dio trabajo, te quiso y te dejó una herencia del valor de un pequeño país. ¿Qué más podría haber hecho por ti? Y ahora, a pesar de toda su generosidad, quieres el terreno que le vendió a Percy Warwick durante la Depresión, que dio trabajo a cientos de residentes del condado de Howbutker y que salvó el sustento a las dos personas encargadas de cuidar de tu padre.

—Vale, entiendo su argumento —le dijo—. No habrá compasión hacia mí; solo cuento con los hechos duros y fríos. Pero no ando detrás de su propiedad. Ando detrás de Somerset. Para eso le he contratado, Taylor, para convencer a Percy y a sus abogados de que la evidencia no les da ni una oportunidad de ganar un juicio.

El abogado posó con cuidado la taza sobre el platito.

—Puede que, cuando acabemos con esta lista, veas que hay posibilidades de que yo no logre convencerlos de ello. Tendrían motivos para arriesgarse. De lo único de lo que les puedo convencer es de que entiendan que si Percy no hace el intercambio, tú lo demandarás. Pero recuerda, Rachel, aunque ganes o pierdas el juicio, habrás perdido Somerset de todos modos. El tribunal no puede forzar a Percy a devolvértelo.

—¿Y eso no será una ventaja para nosotros? —preguntó ella—. No tengo nada que perder. ¿No es esa una posición de poder?

—Si estás segura de que no tienes nada que perder.

Rachel lo miró, exasperada. Si no podía convencer a su propio abogado de que iba en serio, ¿cómo convencería él al de Percy?

—Lo único que necesito saber, Taylor, con o sin lista, es si tengo probabilidades de ganar en caso de ir a juicio.

Taylor contestó a su mirada irritada con una sonrisa amable.

—No es que quiera parecer poco modesto, pero considerando que soy yo quien te va a representar, diría que sí, que tienes muchas posibilidades de ganar, si quieres llamarlo así. Podrías acabar con una enorme recompensa por daños y perjuicios o podría ser que te devolviera la propiedad de tu padre junto con casi todo lo que hay en ella.

Rachel se relajó, lanzando un suspiro de alivio.

—Pues eso debería bastar para convencer a Percy Warwick. Sé que sobre el papel se le ve bien, Taylor, pero la realidad es que él y mi tía abuela estafaron a mi padre.

—¿Y qué? —le preguntó él ociosamente, y pareció que se preparaba para agacharse por si Rachel le tiraba la tetera.

—¿Cómo que «Y qué»? —Parecía lista para agarrarla por el asa—. ¡Que el engaño de la tía Mary y de Percy me costó a mi madre, eso es el qué!

—¡Ah! —exclamó Taylor—, ahora empezamos a entendernos. —Cogió la libreta y el lápiz—. Cuéntame eso, Rachel. Cuéntame lo que el tribunal debería escuchar de tu versión.