Capítulo 62

De regreso a su habitación, casi sin poder ni respirar, Rachel se subió a la cama, abrió la caja de cuero verde y sacó con cuidado la última voluntad y el testamento de su tatarabuelo. Estaba fechado el 17 de mayo de 1916. Sabía que él había muerto en junio de ese mismo año, así que lo había escrito tan solo un mes antes. Había una carta metida entre las hojas. La desdobló y miró por quién estaba firmada: «Tu querido padre, Vernon Toliver». Un escalofrío le recorrió la espalda. Sintió que había encontrado la llave de una habitación cerrada y prohibida. Mis queridísimos mujer e hijos, leyó.

Nunca me he considerado un hombre cobarde, pero me encuentro con que no tengo el valor de informaros del contenido de mi testamento estando aún vivo. Dejad que os asegure, antes de leerlo, que os quiero a cada uno de vosotros con todo mi corazón y que desearía, profundamente, que las circunstancias me hubieran permitido hacer una distribución más justa y generosa de mis propiedades. Darla, mi querida esposa, te pido que entiendas por qué he hecho lo que he hecho. Miles, hijo mío, no puedo esperar que tú lo entiendas, pero algún día, tal vez, tu heredero estará agradecido por el patrimonio que te dejo y que confió que retengas para la sangre de tu sangre.

Mary, me pregunto si recordándote como lo he hecho no estaré perpetuando la maldición que ha perseguido a los Toliver desde que se taló el primer pino en Somerset. Te dejo muchas y grandes responsabilidades, que espero no te lleven a una posición desfavorable en lo que a tu felicidad se refiere.

Vuestro querido marido y padre.

Rachel se vio la cara de susto reflejada en el espejo de mesa que había al otro lado de la cama. Esta era la primera referencia escrita a la maldición de los Toliver con la que jamás se había topado. ¿Qué significaba? ¿Y cuál era el legado que Vernon Toliver le había dejado a su hijo? El escalofrío se le extendió por todo el cuerpo. Con un sentimiento de lo inconcebible cada vez más intenso, fue pasando las frágiles hojas hasta llegar al nombre de Miles Toliver como único beneficiario de una extensión de tierra de 640 hectáreas y una descripción de su localización junto al río Sabine.

¡No! ¡No podía ser! La Tía Mary no podía haber…, no habría sido capaz de… Fijó de nuevo la vista sobre el párrafo, releyendo las palabras escritas enjerga legal, con la cabeza dándole vueltas por las implicaciones que tenían. Pero no había confusión en cuanto a su significado. De forma contraria a lo que su familia había creído, a lo que la tía Mary les había hecho creer, Vernon Toliver había dejado una extensión de tierra a su hijo.

Rachel volvió a mirarse la cara pálida en el espejo. La tía Mary había mentido sobre la herencia de su hermano. Pero ¿por qué? ¿Por qué lo había mantenido en secreto? Pensaba que la tía Mary habría querido que su padre supiera que Miles había heredado algunas tierras, para estimular su interés y compromiso. ¿Qué pasó con esas hectáreas? ¿Miles las había vendido? ¿La tía Mary se había avergonzado de esa venta y no había querido que su sobrino se enterara de ello?

Había dos sobres más en la caja, unidos con un sujetapapeles oxidado. El nombre descolorido que había sobre el remite del primero hizo que perdiera el aliento. Miles Toliver. Llevaba matasellos de París, pero la fecha de envío estaba demasiado borrosa para poder leerla. Le quitó el sujetapapeles, dejó la otra carta a un lado sin siquiera echarle un vistazo, y con cuidado sacó una carta fechada el 13 de mayo de 1935.

Querida Mary,

Estoy en el hospital, después de que me hayan diagnosticado un cáncer de pulmón, resultado del gas de fosgeno que inhalé durante la guerra. Los médicos dicen que es solo cuestión de tiempo. No temo por mí, sino por William, mi hijo. Tiene siete años y es el muchachito más dulce del mundo entero. Su madre murió hace dos años, y desde entonces hemos vivido nosotros dos solos. Escribo para decirte que os lo envío a ti y a Ollie para que lo eduquéis como si fuera vuestro, tal vez como hermano pequeño de Matthew. Tiene el aspecto de un verdadero Toliver, Mary, y quién sabe, tal vez algún día llegue a apreciar y respetar el nombre de la familia con el entusiasmo del que careció su padre. Me gustaría que le dieras la oportunidad de intentarlo. Lo he organizado todo para que llegue a Nueva York en el Queen Mary el 15 de junio. Te adjunto la información del desembarco.

También te adjunto la escritura de la extensión de tierra junto al Sabine que papá me dejó en su testamento. Como puedes ver, lo he transferido a tu nombre para que actúes como fideicomisaria para William hasta que cumpla los veintiún años, momento en que deberás traspasarle la propiedad para que haga con ella lo que crea conveniente. Espero que, para cuando llegue ese momento, tanto por tu bien como por el suyo, esté tan afianzado en la tradición familiar de los Toliver que no sueñe con deshacerse ni de un pedazo de su herencia.

Me siento tranquilo sabiendo que va a un buen hogar. Dile a Ollie que aún los considero a él y a Percy los mejores amigos que ningún hombre puede tener. Espero que todos me recordéis por los buenos tiempos que pasamos juntos.

Tu hermano que te quiere,

Miles

Rachel miró la carta con incredulidad, sin poder comprender la magnitud de sus sorprendentes revelaciones. Aunque irrelevante, recordó la descripción que su padre le había hecho de cuando llegó al puerto de Nueva York a los siete años, solo y asustado, con aspecto de extranjero y hablando solo francés. Había escuchado muchas veces la historia de cómo el tío Ollie, con una sonrisa dibujada en su cara de querubín, lo había saludado cuando estaba entre la muchedumbre en el muelle y le había hecho sentirse tranquilo de inmediato, comprándole un helado y refrescos y entreteniéndolo con las historias de cuando Miles era niño e iba en el largo viaje en tren hasta Howbutker. Habían enviado al tío Ollie a buscarlo solo, porque era la época de siembra en Somerset.

Sintiendo como si cada uno de los nervios de su cuerpo le punzaran, Rachel cogió el otro sobre, que iba dirigido a Mary DuMont, e instintivamente, horrorizada, adivinó que la gruesa letra negra era de Percy Warwick, tal vez porque estaba junto a la clara evidencia de traición y decepción de la mujer a la que había amado. No había ni remite, ni sello ni fecha de envío, cosa que significaba que había sido entregada en mano. Sacó el breve mensaje, viendo que estaba fechado el 7 de julio de 1935.

Mary:

Aunque tengo mis dudas, creo que veo la manera de poder aceptar tu propuesta. He ido al acreedor de Ollie, y no hay manera de que cambie de opinión. Por lo tanto, compraré la parcela de la que hablamos. Quedamos el lunes en el Juzgado a las tres para resolver el problema. Trae la escritura y yo llevaré el cheque.

Siempre tuyo,

Percy

Rachel se echó los hombros hacia atrás, imaginándose las chimeneas y las emisiones de las enormes fábricas de celulosa y de procesamiento del papel de Industrias Warwick, que bordeaban los límites de Somerset por el este. Al otro lado del complejo estaba el río Sabine. Ella siempre había pensado que el hecho de que estuviera pegado a Somerset era casualidad, pero ahora…

Dios bendito, ¿era posible? ¿La nota de Percy se refería a la parcela de su abuelo que se extendía junto al río Sabine, y se la había vendido la tía Mary en contra de las instrucciones de Miles? ¿Las dudas de Percy venían dadas por el hecho de que sabía que la tierra no era de la tía Mary para que ella la pudiera vender? Rachel estudió la fecha: 7 de julio de 1935…, dos meses después de que su padre llegara al puerto de Nueva York.

Otra posibilidad remota, lógica y menos escandalosa, aunque no menos vergonzosa, se le ocurrió de repente. Cuando William Toliver cumplió los veintiún años, la tía Mary ya era muy consciente de que su sobrino no tenía ningún sentimiento hacia la plantación y hacia su patrimonio. ¿Había incorporado simplemente sus hectáreas al resto de Somerset y jamás se lo había mencionado porque tenía miedo de que vendiera su herencia? Si no colindaban con Somerset y no se las había vendido a Percy, ¿en qué punto del río Sabine se encontraban? ¿Dónde estaba la escritura? Y entonces, ¿qué sección le había vendido a Percy?

Rachel se puso las manos, frías, contra las mejillas calientes y sonrojadas. ¿Qué acababa de descubrir? ¿Evidencia o fraude? ¿O simple engaño y robo? ¿Era su padre el culpable de todo esto? ¿La tía Mary le había transferido la escritura, como habían acordado, y los dos habían mantenido su secreto todos estos años?

No, jamás. No habría permitido que su madre creyera una mentira que era la raíz de su resentimiento hacia los Toliver. Pero entonces, hasta el día de hoy, tampoco había creído que la tía Mary fuera culpable de sus delitos, y en cuanto a Percy Warwick…, era el hombre más honrado que hubiera conocido jamás. Miró la nota fijamente y sintió ganas de vomitar. «Trae la escritura…». ¿Era concebible que pudiera acceder a estafarle la herencia a un niño de siete años?

Al menos su padre le daría alguna respuesta cuando la llamara esta noche. Le contaría lo que había descubierto y le preguntaría sobre el paradero de la escritura, pero estaba segura de que él le diría que no tenía ni idea de qué le hablaba. Jamás había sabido que tenía que haber heredado un terreno que había pertenecido a su padre. Y mañana iría al Juzgado y verificaría las escrituras para conocer la localización del terreno.

Las luces de un coche destellaron a través de las ventanas de su habitación, reflejándose en las puertas del garaje. Sassie y Henry estaban en casa. Saltó de la cama para abrirles antes de que llamaran al timbre y ella tuviera que explicarles por qué había cerrado la puerta de atrás. Bajaba la escalera cuando las caleidoscópicas luces azules y rojas de una patrulla de policía alumbraron la claraboya por encima de la puerta. Se paró en seco en mitad de la escalera mientras otras ruedas chirriaron al detenerse ante la terraza, a lo que siguió el ruido de puertas cerrándose y la voz apremiante de unas voces de hombre, entre ellas las de Matt y Amos. «¿Qué demonios…?».

Sonó el timbre de la puerta trasera. Casi ni escuchó el frenético latido de su corazón mientras bajaba corriendo a contestar a las apremiantes llamadas del timbre de la puerta principal. El sonido insistente se repitió mientras luchaba para sacar el pestillo tenaz de su anticuado pasador y abrir por fin la puerta de par en par. Un contingente de hombres la miró fijamente, con Amos y Matt al frente, el sheriff del condado y dos policías de carretera a la zaga, con unas caras tan serias que a Rachel casi se le paró el corazón.

—¿Qué ocurre? —exigió.

—Son tus… padres y… Jimmy —respondió Amos con voz ronca y la nuez moviéndosele como una pelota de ping-pong.

—¿Qué les pasa?

Matt cruzó el umbral de la puerta y la agarró de la mano.

—Un tren ha arrollado su coche, Rachel. Han muerto en el acto.