Capítulo 56
Rachel sonrió para sí misma, recordando, y cerró el bolso de maquillaje. Al día siguiente él había vuelto a Oregón, donde la empresa tenía una oficina, pero la había dejado con el corazón más aliviado y con el pañuelo que llevaba ahora en el bolso. Desde entonces, se habían cruzado, como había señalado el tío Ollie, en trenes que iban en direcciones opuestas. Ahora que él lo había mencionado, parecía como si fuera intencionado que sus sendas no se hubieran cruzado en ningún momento durante esos doce años.
Se preguntaba si lo encontraría tan atractivo como lo recordaba, si habría criado barriga o si estaría empezando a perder el cabello. Su enamoramiento se había diluido con el tiempo y había aparecido otro hombre para hacerle olvidar a Matt Warwick. En su caso, él se había comprometido con una belleza de California.
—Una debutante de San Francisco —había comentado la tía Mary—. Encantadora, aunque en mi opinión no parece muy adecuada para Matt.
La boda no había tenido lugar y, en el caso de Rachel, el hombre había volado, literalmente; de manera que ahora ambos estaban libres de compromisos y de regreso en el cenador, por decirlo de alguna manera.
Sonó el timbre de la puerta y el corazón le dio un brinco. Cogió su bolso y el vestido para su tía protegido en una bolsa de la lavandería, y corrió a abrir antes de que Sassie pudiera aparecer de la cocina y convencer a Matt para que se quedase a comer. En el vestíbulo, se miró al espejo e hizo una mueca. No había sido capaz de ocultar las sombras oscuras bajo sus ojos o hacer algo con su cabello, que mostraban su salida precipitada de Lubbock. Suspiró. Bueno, tendría que hacerlo. Abrió la puerta.
Sus sonrisas aparecieron simultáneamente.
—Pero bueno, ¡mírate! —saludó él.
—Por favor, no lo hagas. Puedo tener mejor aspecto… de verdad.
—No lo hagas por mí —replicó—. Podría no soportarlo.
La sonrisa de Rachel se ensanchó.
—Estás igual que como te recordaba, Matt Warwick.
—Supondré que eso es bueno.
—Es espléndido —recalcó ella.
Él se rio y le ofreció la mano para que saliera al porche.
—Acabo de ver una brigada endomingada dirigiéndose hacia aquí. ¿No deberíamos irnos antes de que nos tiendan una emboscada?
—Por favor —respondió ella, se dieron las manos y huyeron como conspiradores por las escaleras hacia el Range Rover con la inscripción «INDUSTRIAS WARWICK» en sus puertas. Ya de camino, ella se reclinó en el asiento, suspirando de forma audible, sintiendo que la tensión la abandonaba.
—Una noche larga, ¿no? —comentó Matt.
—Una de las más largas de mi vida. ¿Cómo está tu abuelo?
—Cuesta decirlo. Es el hombre más duro que he conocido, incluso a los noventa, pero la muerte de Mary puede ser su perdición.
—Me lo temía. Eran amigos muy íntimos.
—¡Ah, eran mucho más que eso! —replicó Matt.
—¿Qué quieres decir?
—Te lo explicaré mientras almorzamos y, por cierto, me estás mirando fijamente. No es justo. Yo tengo que mantener los ojos en la carretera.
Ella se sonrojó. En realidad lo encontraba más guapo de lo que recordaba: completamente cincelado y refinado, y le gustaban los indicios de un gris prematuro en las sienes.
—Tengo curiosidad, Matt… estoy sorprendida de cómo has podido mantenerte tanto tiempo alejado de las garras de alguna arpía.
Él se rio entre dientes.
—Tú primero. Oí que hubo alguien…, un piloto de las Fuerzas Aéreas.
—Lo hubo. Estaba destinado en la base de Reese, cerca de Lubbock. Nos conocimos en la cuneta de la carretera, cuando mi coche se quedó sin gasolina.
Matt arqueó una ceja.
—¿Te quedaste sin gasolina? ¿Una chica responsable como tú?
—Alguien vació toda la gasolina del depósito. Ya te puedes imaginar la buena presencia que tiene un oficial de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos para una chica sola en una carretera larga y desierta a las diez de la noche.
—¿Y qué hacías en una carretera larga y desierta? Mejor aún, ¿qué hacía él allí?
—Yo volvía de los campos. Habíamos tenido un largo día de cosecha. Aquella mañana no me fijé en la aguja del depósito. Él había salido a dar una vuelta. Uno de sus amigos de su escuadrón había muerto aquella tarde en una misión de entrenamiento. Me llevó hasta una gasolinera. Compré un bidón de veinte litros y me llevó de vuelta a mi coche.
—Y después te siguió hasta casa.
Rachel asintió.
—Me siguió hasta casa. —Jugueteó con el pañuelo—. Pero no funcionó. Nuestras carreras no encajaban. Yo soy mujer de tierra y él es hombre de aire. Pero ¿y tú? Me parece recordar que una bella chica de San Francisco casi te lleva al altar.
—Otro caso de diferencias irreconciliables.
—¡Ah! —Su apagado tono de voz no invitaba a hacer comentarios al respecto, y ella se preguntó si seguía llevando la llama encendida por la chica con la que no se casó. Debían de tener algunas diferencias para que ella dejase escapar a Matt—. Por cierto, aquí tienes tu pañuelo.
—Guárdatelo. Es posible que lo necesites antes de que pase todo.
Condujeron hasta una cafetería cercana a un Holliday Inn en la interestatal y Matt explicó su elección porque era el único lugar en el que tendrían la oportunidad de comer y hablar sin que los molestasen.
—En otro sitio —observó—, todo el mundo y algún primo lejano se acercarán a tu mesa para expresarte sus condolencias.
—Las desventajas de vivir en una comunidad pequeña, supongo —replicó Rachel—, pero te confieso que eso es lo que me gusta de los pueblos pequeños…, la sensación de que todo el mundo comparte el mismo nido. ¿Te alegra estar de vuelta? —Le habían dicho que su abuelo se había retirado y él había ocupado el puesto de presidente de la empresa.
Matt consultó el menú.
—Creo que ahora puedo decir que más que nunca.
Rachel sintió calor en las mejillas con una sensación que no había experimentado desde hacía mucho tiempo.
—¿Podemos hablar un poco antes de pedir? —sugirió ella.
Matt dejó inmediatamente de lado el menú.
—Solo café por ahora —le dijo a la camarera.
—De acuerdo, dispara —ordenó Rachel, cuando se hubo alejado—. ¿Qué te ha hecho decir que la tía Mary y tu abuelo eran más que amigos?
—Esto te puede escandalizar —respondió, y empezó a describir el momento de confusión en el parque del Juzgado cuando lo confundió con su abuelo—. Había algo suplicante en su voz y en la forma en que estiró los brazos hacia mí —concluyó—. Casi me rompe el corazón. Y dijo con toda sinceridad: «Percy, mi amor». Fueron sus palabras exactas. Cuando le expliqué al abuelo el incidente, admitió los mismos sentimientos por ella y que la amaba desde el día de su nacimiento.
Rachel se reclinó, aturdida. Nunca había sospechado un interés romántico entre la tía Mary y Percy.
—Entonces, ¿por qué no se casaron?
Matt se acercó la taza de café a los labios, buscando tiempo para elaborar su respuesta, pensó ella. Después de beber y devolver la taza cuidadosamente a la mesa, dijo:
—Por culpa de Somerset, según dijo el abuelo.
Una escena se desarrolló en su cabeza. Ella estaba sentada con la tía Mary en la casa de Ledbetter, donde acababa de exponer las noticias de su devastadora ruptura con Steve Scarborough. Ella tenía veinticinco años. La tía Mary escuchaba con una calma desconcertante, sus ojos verdes nublados. Finalmente habló: «Creo que estás cometiendo un error que algún día lamentarás amargamente, Rachel. Ninguna obligación es lo suficientemente importante para dejar al hombre que amas».
Rachel la escuchó incrédula. Esperaba que la tía Mary aplaudiera su decisión. Steve no quería ni oír hablar de la agricultura. Había crecido siendo el hijo de un agricultor de cereales, en Kansas, y conocía muy bien las demandas ingratas que imponía la tierra. Pero ¿qué sabía la tía Mary? El tío Ollie siempre había apoyado su amor por la tierra y el apellido de la familia. Nunca había tenido que escoger entre su vocación y el hombre que amaba. Su espalda se tensó. «Hay otros peces en el mar, tía Mary, uno que comprenda que yo soy mi obligación, que soy lo que hago». Ella había sonreído ligeramente. «Quizá tengas suerte y encuentres a un Ollie DuMont».
«Pero nunca a otro Steve Scarborough».
—¿Rachel? —la llamó Matt.
Rachel parpadeó y regresó al presente.
—¿Te…, explicó tu abuelo lo que quería decir con eso?
—Eso es todo lo que le pude sacar, pero supongo que tuvo que ver con otra de esas diferencias irreconciliables. En algún momento, mi abuela se enteró de su relación. Supongo que esa es la razón por la que han vivido separados durante todos estos años y la razón de que ella odiase a Mary.
La camarera regresó para tomar nota, el bolígrafo preparado y las cejas arqueadas hacia Rachel, que seguía muda y con la mirada perdida.
—Tomaremos el menú especial —pidió Matt para los dos y, cuando la camarera se hubo ido, cubrió la mano de Rachel con la suya—. Sé que ha sido una sorpresa, Rachel, pero Mary se casó con un buen hombre. Nadie la podría haber amado más, ni siquiera mi abuelo.
—Ella siempre parecía muy feliz con él —reconoció lentamente.
—Estaba contenta, que es algo diferente. ¿Tu madre y tú os habéis reconciliado?
La cuestión la sacó de su aturdimiento.
—No, nunca lo hicimos. —Respondió agradablemente sorprendida—: ¿Aún recuerdas lo que te confié en el cenador?
—Casi cada palabra llorosa, y siento mucho que no haya cambiado nada. Veamos si recuerdo cómo fue. Contra los deseos de tu madre, y sus esperanzas testamentarias para tu padre, seguiste adelante para conseguir tu licenciatura en… agronomía, ¿no era eso? Desde entonces has estado aprendiendo el negocio algodonero a los pies de Mary.
—Eso lo dice todo —replicó ella, sorprendida de que aún lo recordara después de tantos años—. Si llegamos a este punto, no puedo abandonar lo que se supone que estoy destinada a hacer.
—¿Algún remordimiento?
—¡Ah, desde luego!, pero los remordimientos habrían sido peores si no hubiera seguido mi camino.
—¿Estás segura de eso?
—Estoy segura.
—Eres muy afortunada de ser tan positiva —replicó Matt con un gesto admirativo de la cabeza.
—Solo sobre eso. ¿Por qué sonríes?
Él cogió la taza de café.
—Un chiste privado. Estaba recordando algo que alguien dijo recientemente sobre las manzanas.
* * *
En la funeraria sintió la presencia de Matt como un viento a sus espaldas que le daba fuerza. Un momento muy duro fue cuando vio por primera vez a su tía abuela muerta. Yacía bajo una sábana, su rostro era una máscara de belleza fría y anciana, las pestañas oscuras y el pico de viuda marcado, el austero hoyuelo de los Toliver en su carne sin sangre.
—¿Aún…, no le han hecho nada? —preguntó Matt al empleado de la funeraria, con un brazo fuertemente apretado alrededor de la cintura de Rachel.
—Estábamos esperando el vestido —contestó el hombre.
Más tarde, en las reuniones con el director de la funeraria, el florista y el predicador, los modales tranquilos de Matt y su voz suave la condujeron a través del torbellino emocional de elegir un féretro, las flores y el orden del servicio. Finalmente, una vez completadas sus citas, preguntó:
—¿Y ahora, adónde?
Estaban sentados en el Range Rover en el aparcamiento de la Primera Iglesia Metodista. Sus manos estaban apoyadas en el respaldo del asiento de ella, y Rachel sintió que se resistía a tocarle el cabello.
—Debes de estar terriblemente cansada. Te llevaré de regreso.
Ella notó cierta reticencia en su preocupación.
—¿Qué hora es?
Matt consultó su reloj de pulsera.
—Las cuatro.
—Aún es temprano —comentó ella.
—Entonces, ¿a qué otro sitio puedo llevarte?
—¿Me llevarías hasta Somerset?