Capítulo 18
Conduciendo hacia la plantación de los Ledbetter más tarde aquella misma mañana, en el único transporte tipo calesa con caballos que aún era usado entre las familias de élite de Howbutker, Mary cavilaba alternativamente sobre el último capricho de su madre y el motivo por el que Jarvis Ledbetter le había enviado una invitación para «comer formalmente». Todo el mundo sabía que uno de los grandes bancos del Este, además de otros inversores lejanos, intentaba comprar buena parte de las ricas tierras de labranza del Cinturón Algodonero, y que habían hecho una buena oferta al caballero por su plantación. Sus únicas hijas, dos gemelas, se habían casado y el resultado había sido decepcionante, por lo que él, en muchas ocasiones, había insinuado que prefería vender su plantación Fair Acres y vivir a lo grande antes de dejársela a sus hijas para que sus maridos acabaran haciendo exactamente lo mismo. Mary pensaba que la invitación se debía a que iba a ser la primera a quien ofreciera la plantación Fair Acres para que la comprara.
Fair Acres era una franja larga y estrecha de campos de algodón situada entre Somerset y la franja junto al río Sabine que había heredado Miles. Sobre ella había una magnífica casa de plantación que se incluiría en la venta del terreno. Mary había estado despierta desde el amanecer calculando si era factible comprar las hectáreas que unirían la franja de tierra junto al río Sabine y que proveyeran, además, una segunda casa sobre las hectáreas de los Toliver.
Su padre siempre había soñado con adquirir las dos secciones que partían Somerset. Su visión era la de un mar de algodón Toliver que fuera de un extremo a otro sin interrupción; pero, por mucho que Mary intentara manipular las cifras, los libros de contabilidad le decían que el sueño no iba a poder ser. El único dinero extra no era realmente un excedente de capital, sino dinero puesto aparte como reserva en caso de que se produjera un desastre. Aunque la próxima cosecha fuera destruida, habría dinero para pagar a esos chupasangres de Boston que cada año esperaban que ella se hundiera. Nunca tendrían tal satisfacción. Ella había economizado y había ahorrado, se había sacrificado y había resistido todo para asegurarse de ello. En dos años, los Toliver volverían a ser los dueños absolutos de Somerset.
Mary soñaba con el día en que llegara la escritura. Haría una fiesta, una gran juerga para demostrarle a Howbutker que su padre había tenido razón al dejarle Somerset. Todo el mundo vería que, bajo su dirección, se había convertido de nuevo en una plantación impresionante. Silenciosamente, los miembros de la casa saldrían de sus penurias. Traería ayuda para Sassie, instalaría modernos cuartos de baño que reemplazarían al baño de la lejana esquina del patio y los orinales debajo de las camas. Tal vez compraría un coche y retiraría a su viejo Shawnee, el fiel caballo árabe que había sobrevivido a su compañero de calesa. No le faltaría de nada a su madre. Podría levantar la cabeza bien alta de nuevo, bajo el sombrero más caro que pudieran comprar. Conociendo a Darla, una vez se hubiera vestido a la última moda y la casa hubiera recuperado su antiguo esplendor no le importaría qué mano era la que la proveía con lo mejor. Estaría tan orgullosa de que fuera la de su hija como de que hubiera sido la de su marido.
Pero si Jarvis Ledbetter quería su dinero antes de que se recogiera la última cápsula de algodón, tendría que rechazar su oferta. Bajo ningún concepto podía arriesgar su reserva de dinero. No obstante, merecía la pena dejar el trabajo de lado por un momento para escuchar lo que él tenía que decirle.
Dos horas más tarde, tras haberlo escuchado, Mary se quedó sin palabras, mirando fijamente al dueño de la plantación, paralizada en su silla. Estaban sentados en el estudio de la pequeña casa de la plantación, tomando el café después del almuerzo.
—¿El First Bank de Boston, me está diciendo? —repitió Mary—. ¿El First Bank de Boston quiere comprar Fair Acres?
—Eso he dicho, Mary. Todos y cada uno de sus metros cuadrados. Sin embargo… —El amo de Fair Acres, que supuestamente seguía siendo un mujeriego a los setenta años, tamborileó juguetonamente con los dedos—. Aún no he dicho que sí. Te estoy dando la primera oportunidad de comprarlo y de unir tus hectáreas.
Mary reprimió las ganas de chillar. El First Bank de Boston era la institución que había concedido la hipoteca a Somerset. Como un agente funerario que espera el último aliento inminente del hombre que está a punto de morir esperaban que Mary no pudiera pagar la hipoteca. Si compraban Fair Acres y Somerset fracasaba, ellos estarían en posesión de una plantación enorme junto a una de las vías fluviales más importantes, convirtiéndola así en una de las plantaciones más valiosas de todo East Texas, que valdría el triple de lo que ellos habían invertido. ¿Por qué, si no, estarían interesados en comprar ese terreno en particular, cuando había otras granjas de algodón más vulnerables? Mary pensó que iba a ahogarse de la rabia.
Había llegado al punto en el que veía a la financiera como un enemigo personal, empeñado en destruir a familias como la suya y todo lo que las envolvía. Uno a uno, todo a lo largo y ancho del Cinturón Algodonero, los terratenientes como Jarvis Ledbetter se estaban vendiendo al mejor postor, vendiendo sus tierras con los aparceros incluidos para dedicarla a otros cultivos que dieran más beneficios que el cultivo de algodón. No podía culparlos, pensó. Cada vez estaba siendo más difícil mantener la forma de vida de la plantación. Las inclemencias del clima, los costes de mantenimiento, los mercados decrecientes, las plagas, y la tendencia a que los herederos no continuaran con la tradición rural, todos ellos eran motivos válidos para acabar con la lucha constante por sobrevivir.
Aun así, Mary sentía rencor hacia aquel hombrecillo con aspecto de sapo, cuyos ojos azul claro la observaban con un placer reumático sobre las puntas de sus dedos. Ella se decidió enseguida.
—Si está dispuesto a esperar a después de la cosecha, se lo compraré con gusto —dijo.
El hombrecillo de pelo plateado hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Lo siento, querida. No puedo esperar a después de la cosecha, que podría o no ser buena, como bien sabemos todos a nuestro pesar. Lo estoy vendiendo absolutamente todo, y me mudo a Europa. Tengo pensado vivir en París un tiempo. Siempre he querido ir allí, ver un poquito de mundo antes de morir; y no puedo pensar en un sitio mejor que el Moulin Rouge. ¿Miles aún está en París?
—Según las últimas noticias, señor Ledbetter… —A Mary se le secó la boca mientras preguntaba—: ¿Cuánto pide exactamente por Fair Acres?
Cuando él le dijo el precio, ella respiró hondo. Era mucho menos de lo que había esperado.
—Pero eso… es más que razonable —respondió tartamudeando, dándole vueltas y repasando mentalmente las cifras de su libro de contabilidad, que tenía en casa.
—Muchísimo más razonable de lo que pienso ser con la pandilla esa de Boston —dijo Jarvis, con un brillo en los ojos.
—¿Por qué me hace una oferta tan generosa? —Mary, de repente, empezó a desconfiar. Durante toda la comida, había medio esperado que el hombre le hiciera una insinuación poco apropiada.
Su anfitrión suspiró y se sacó un puro del bolsillo de su chaqueta negra de lana. Después de quitarle la punta de un mordisco, la miró con detenimiento.
—Tal vez para tranquilizar un poco mi conciencia. Si se lo vendo a ellos, estoy abriendo la puerta trasera de Texas a esos buitres. Lo sé y lo siento, pero si no lo hago, lo harán mis hijas y esos maridos suyos que no valen nada. Pensé que si te ofrecía la posibilidad de comprar Fair Acres, habría hecho algo para conservar nuestra vieja forma de vida. Me imagino que si hay alguien que pueda resistir ahí fuera, esa eres tú. Ya no se hacen hijos, herederos, de tu tipo, Mary. Eres la última de tu especie. Yo puedo conformarme con menos y seguir siendo feliz. Además… —Al viejo algodonero se le iluminó la cara—. Me he imaginado que eso es lo único que me podrías pagar.
—Tiene razón —confirmó Mary. Ahora se sentía más tranquila con él. Le estaba ofreciendo una oportunidad demasiado buena para dejarla escapar como una tonta. Nunca más tendría la opción de comprar ese terreno por un precio tan barato, y desde luego no podría si lo comprara el First Bank de Boston. Añadió rápidamente—: Señor Ledbetter, creo que tengo la manera de comprar esas tierras. ¿Cuándo quiere mi respuesta?
—Tenía la idea de poder cerrar el trato para el final de semana. Sé que es poco tiempo, Mary pero quiero estar lejos de aquí para finales de mes. Si compras, me aseguraré de que se cultiven los campos, pero mi responsabilidad acaba ahí. Y me lo tendrás que pagar al contado. Perdona, lo siento mucho, pero no estoy en posición de servirte de acreedor. Necesito mi dinero ahora y no quiero dejar nada pendiente en los libros de contabilidad antes de partir. Los asuntos de un hombre son demasiado complicados para manejarlos desde el otro lado del océano.
Levantándose, Mary extendió la mano hacia su anfitrión.
—Le haré saber algo para finales de semana. Como sabe, debo consultarlo con Emmitt Waithe, que es el fideicomisario de Somerset.
Jarvis Ledbetter soltó su puro, se puso en pie y le dio la mano.
—Querida, si puedes convencer a Emmitt de esto, eres aún más hábil de lo que pensaba. Buena suerte.
Necesitaba más que suerte, pensó Mary al chasquearle a Shawnee por el camino de tierra entrando en el pueblo. Necesitaba al menos veinte buenas razones para convencer a Emmitt de que le dejara usar sus últimas reservas para comprar Fair Acres, y había pocas posibilidades de que lo consiguiera. Desde que Miles lo había nombrado fideicomisario, no le había discutido ni una sola vez en cuanto a los gastos se refería, pero esta vez le pararía el carro. Aunque la tenía en muy alta estima a nivel personal y admiraba su capacidad de liderazgo, su lealtad estaba antes que nada con su padre. Había sido su mejor amigo. Ningún otro hombre en el país había respetado y querido más a su padre. Mary tendría que sortear la responsabilidad fiduciaria que sentía Emmitt por el recuerdo de su amigo fallecido, y eso no iba a ser tarea fácil. En ningún caso se arriesgaría él a perder el Somerset de Vernon Toliver en lo que seguro que catalogaría como un antojo de su hija.
Sin embargo, cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que comprar Fair Acres era un asunto prudente. En primer lugar, sería la dueña de Fair Acres en el acto. Tenía que convencer a Emmitt de que simplemente estaría intercambiando un tipo de activo por otro. Estaría intercambiando dinero por tierras que tendrían, a su vez, un valor monetario mayor que el precio que les pedían. Si la cosecha se daba tarde o se echaba a perder, podía solicitar un préstamo con Fair Acres como aval y soportar las dos hipotecas el poco tiempo que le quedaba hasta que se acabara de pagar la deuda de Somerset. No quería ni pensar lo que eso supondría para los miembros de la casa, cuando ya estaban viviendo con lo justo.
Mientras iba a toda velocidad por la carretera que llevaba al pueblo, empezó a pensar en otros factores que también eran importantes. Rezó, suplicó conseguir hacérselos ver a Emmitt con la claridad con que ella los veía.
Lo encontró allí, aunque le había preocupado hallar el cartel de «CERRADO PARA COMER» en su ventana.
—Mary, querida —repuso el abogado con sorpresa cuando ella le hubo explicado el motivo de su visita—. No puedo creer que, con lo sensata que tú eres, hayas podido pensar siquiera en esa posibilidad. Esa reserva que tienes en el fondo de inversiones es tu única fuente de seguridad. No puedo de ninguna manera permitir que lo uses para comprar más propiedades que podrían hacer peligrar las tierras que ya tienes.
—Pero, señor Waithe —imploró Mary, de pie ante su escritorio, demasiado agitada para sentarse—, usted no conoce a esas personas. ¿Por qué querrían comprar Fair Acres si no estuvieran pensando en ejecutar la hipoteca sobre Somerset?
Emmitt separó las manos, y de manera razonable dijo:
—No niego que hayan hecho eso exactamente por las razones que tú dices; pero, querida, ¿por qué no iban a hacerlo? Están en su derecho y, en realidad, tiene sentido desde el punto de vista empresarial.
—De todos modos, podrían convertirse en unos vecinos muy desagradables. Hay muchísimas maneras de perjudicar a Somerset desde Fair Acres para hacerme fracasar.
Emmitt arqueó una ceja, escéptico.
—¿Cómo qué?
—Bueno, pues podrían sabotear el riego desde el Sabine, para empezar. Los Toliver y los Ledbetter siempre hemos trabajado juntos para mantener los canales abiertos a través de nuestras propiedades. Piense en todas las maneras en que ellos podrían desviar o detener ese flujo de agua sin que nosotros pudiéramos hacer nada para evitarlo. Sin irrigación, Somerset está condenada. Y el Banco de Boston puede negarse a trabajar con nosotros para erradicar las plagas. El señor Ledbetter y yo siempre hemos tratado nuestros campos de manera simultánea. Si no lo hubiéramos hecho así, los intentos del otro habrían sido en vano. Estoy segura de que tienen otras maneras de deshacerse de mí que ni siquiera he pensado. Fuego, por ejemplo.
Emmitt emitió un sonido gutural nervioso, evidentemente resistiéndose a discutir con ella.
—Mary eso sería tirarse piedras sobre su propio tejado. El Banco de Boston quiere esas tierras como inversión, no para echarte a ti de ellas. Están situadas en un lugar estratégico, por la irrigación del Sabine. Lo compran para venderlo y sacarle un beneficio.
—Pueden permitirse esperar, señor Waithe. Pueden dejar que esas tierras vayan a menos durante un año, luego venderlas como parte de Somerset y aun así sacarles una fortuna.
—Solo si el motivo por el que el Banco de Boston quiere comprar las tierras es el que tú sospechas, cosa que dudo con todo mi corazón —dijo Emmitt.
Pero Mary vio que le había dado motivos para replantearse sus objeciones. Él frunció el ceño, apoyándose en su silla. Ella se inclinó hacia delante para proseguir con su argumento.
—Si Fair Acres se añadiera al fideicomiso, este tendría aún más valor —sostuvo—. Y recuerde, solo habría problemas si se diera una mala cosecha. ¿Y no es esa una causa poco probable? Esperamos una cosecha extraordinaria el presente año. Si la logramos, tendré dinero más que suficiente para poner algo en la reserva de cara al año que viene. Pero si el año después resulta ser bueno… ¡ay, señor Waithe…! —Mary dio un paso atrás y se cogió las manos, con ojos brillantes—. ¡Piénselo! ¡Somerset unido, un mar blanco de un extremo a otro sin interrupción hasta el Sabine! Sería un sueño hecho realidad.
Emmitt negó con la cabeza, apenado.
—No, Mary. No sería un sueño hecho realidad, sino tu orgullo satisfecho. Eso no es un sueño. Eso es un deseo ciego que no llega a ser codicia por el hecho de que amas las tierras. Perdóname por hablarte sin rodeos, pero se lo debo a tu padre. Es tu orgullo el que te mueve a comprar Fair Acres. Entonces serás dueña de una de 1as mayores plantaciones de Texas y demostrarás que tu padre tenía razón al redactar su testamento de la manera en que lo hizo. Te puede el orgullo, no el deseo de cumplir un sueño, y te impide ver la dura realidad de tu situación.
Herida por sus palabras, incapaz de creer que él pudiera estar tan equivocado en cuanto a sus motivos, Mary gritó:
—¡No, señor Waithe!, es usted el que está cegado por la dura realidad de mi situación. Si el Banco de Boston compra esas tierras, destruirán Somerset. ¿Apuesta algo a que no lo harán?
—¿Tú estarías dispuesta a apostar todo lo que tienes a que sí lo harán? —replicó Emmitt—. Estarías apostando sobre lo que tú crees que hará el Banco de Boston. Te estarías jugando las cosechas de los próximos dos años. Si fueran malas, estarías apostando que podrás sacar un préstamo con Fair Acres como aval. ¿Y si no? Recuerda que solo tendrás veinte años. Debes tener veintiuno antes de poder pedir un préstamo con tu propia firma. Necesitarás un codeudor y ¿quién será? —La expresión de Emmitt le dijo que lo descartara como posible candidato. No tenía el dinero para cubrir sus pérdidas en caso de que se produjera el desastre.
—En ese caso, tendría que confiar en que bastara con el nombre de los Toliver. —Levantó la barbilla, segura de sí misma—. Todo el mundo sabe que nosotros, los Toliver, cumplimos nuestras promesas.
Emmitt suspiró y se pasó una mano por la cara.
—¡Ay, querida criatura…! Ese es otro de los factores que creo que no has tenido en cuenta. ¿Cómo puedes dirigir Fair Acres y Somerset sin un supervisor? Ya estás al límite de tus posibilidades. ¿Te alcanzará el dinero para mantener al hombre de Ledbetter? Piensa en todas las obligaciones de más que tendrías, las exigencias de tiempo y esfuerzo y dinero, y si me permites añadirlo —Emmitt le lanzó una mirada de preocupación paternal—, tu juventud.
—El Señor Ledbetter me comentó que arreglaría el tejado antes de marcharse —dijo Mary pero su tono de voz era apagado. Por fin acercó una silla y se dejó caer en ella. No, no había pensado en el trabajo de más ni en lo que haría en cuanto al supervisor. Nunca pasaba el carro por delante del burro y, en lo concerniente a su juventud…, hacía mucho tiempo que no se sentía joven. Miró fijamente a Emmitt Waithe, sentado al otro lado del escritorio, obstinado en su concienzudo deber—. Sé que intenta velar por mis intereses, señor Waithe, pero ¿cómo se sentirá usted si soy yo la que tiene razón sobre lo que me conviene y no usted?
—Fatal —suspiró Emmitt—. Pero no tanto como si yo tuviera razón y tú no. Si tú tuvieras razón, al menos yo podría refugiarme en el hecho de que tomé la decisión de no darte lo que te queda del fondo de inversiones porque era lo mejor para ti. No podría escudarme en eso si fuera yo el que tuviera razón.
—Papá estaría de acuerdo conmigo —dijo Mary sin alterar la voz—. Siempre previó este peligro. Papá se la hubiera jugado. Y tengo que decirle, querido amigo, que si el Banco de Boston compra esas tierras y mis temores se hacen realidad, me costará mucho perdonarle.
Emmitt apretó los labios. Su expresión reflexiva le hizo pensar que había dicho las palabras mágicas: «Papá se la jugaría». Tras un par de segundos, el abogado le obsequió con una media sonrisa.
—Eres muy parecida a él, Mary Toliver. ¿Lo sabías? A veces, aunque la evidencia de que eres una mujer me dice lo contrario, pienso que el que está sentado en esa silla hablando conmigo es él. Sí, tu padre se la habría jugado. Y, de la misma forma que lo he intentado contigo, yo habría procurado convencerlo de lo contrarío.
—¿Y lo habría conseguido?
—No. —El abogado se acercó a la mesa con su silla como si acabara de tomar una decisión—. Tienes hasta el final de esta semana para darle una respuesta a Jarvis, ¿no es cierto? Vamos a pensar en esto los dos. El viernes te haré saber mi decisión y entonces podrás ponerte en contacto con el señor Ledbetter —Emmitt la miró detenidamente por encima de sus gafas—. Y debo confesar, señorita Toliver que si mi respuesta es afirmativa y mis temores se confirman, me costará mucho perdonarme a mí mismo.